Pasó el 20-N y, con la fecha, el cincuentenario de la muerte de Franco, del que muchos jóvenes no tienen idea de quién fue. En cambio, para la inmensa mayoría de nosotros, los jóvenes de entonces, sí fue crucial, por más que su figura de dictador fuera rechazada y odiada.
Los jóvenes de hace cincuenta años, obreros y universitarios, éramos visceralmente antifranquistas y serlo no solo nos unía en la lucha contra la dictadura sino que también nos hermanaba en la esperanza. La esperanza de un cambio político fue clave para que triunfara lo que se ha venido en llamar transición.
La educación ha sido el gran fracaso de estos cincuenta años de democracia
Con la esperanza de debilitar al régimen, nos manifestamos en las calles, nos encerramos en conventos, corrimos aporreados por los grises , que, sin que nos manifestáramos, solo por estar hablando en la calle, en un grupo minúsculo de dos o tres, nos obligaban a disolvernos.
“Disuélvanse”, nos ordenaban, lo recuerdo bien, porque me disolvieron muchas veces frente a la fachada de la vieja universidad barcelonesa, en la plaza del mismo nombre.
Aunque solo estuviéramos acostumbrados a considerar que disolver era el efecto del desleimiento de un azucarillo en el café, entendimos en seguida que eso de disolverse implicaba irse, ahuecar, largarse rápido, ya que los grises utilizaban la acepción segunda del Diccionario de la Real Academia: “Deshacer algo poniendo fin a la unión de sus componentes” y, en aquellos casos, a golpes de porra. Sin contemplaciones de ningún tipo.
Estábamos seguros de que, en cuanto el longevo dictador muriera, todo habría de cambiar y la libertad nos haría un país más próspero y más culto. Tal vez, por todo eso, por esa esperanza compartida por tantísimos antifranquistas, Vázquez Montalbán acuñó: “Contra Franco vivíamos mejor”. Y en cierto modo, pese a la boutade, propiciada por la preposición contra, no dejaba de tener razón, además de controvertir a los nostálgicos del régimen partidarios acérrimos de la preposición con, ya que solían afirmar: “Con Franco vivíamos mejor”.
Ciertamente somos un país más libre, puesto que la transición nos trajo la democracia y no hay democracia sin libertad, en el más amplio sentido de la palabra. Y con ella y con la entrada en la Unión Europea, un deseo tantas veces reiterado por los intelectuales de la República, vino una mayor prosperidad y un mayor respeto internacional, auspiciado por el papel de la monarquía en su consecución.
Gracias, además, al incremento de visitantes extranjeros, que nos convirtió en una de las mayores industrias turísticas del mundo, España prosperó. Sin embargo, nuestra ilusión por convertir el país y convertir a sus habitantes en personas más cultas no funcionó. No nos convertimos en una nación más culta ni la cultura interesó a la mayoría de nuestros gobernantes, ya que el acceso a la cultura iba ligado a la educación y la educación ha sido, a mi entender, el gran fracaso de estos cincuenta años de democracia.
¿Cómo es posible que nuestros gobernantes hayan sido incapaces de llegar a un gran pacto de Estado sobre la educación? Resulta muy difícil entenderlo, a no ser que pensemos que les importaban más las razones políticas que podían beneficiarles, o lo que es lo mismo, la cantera de votos, que sentarse a dialogar criterios básicos para llegar a un consenso permanente.
El franquismo heredó de las directrices de la República aspectos que se aplicaron en los institutos de enseñanza media, cuyo profesorado excelente, puedo dar fe, estaba preparadísimo, ya que para conseguir su plaza había tenido que hacer unas durísimas oposiciones, en las que no había tongo posible ni recomendación que valiera. Oposiciones planteadas por las directrices republicanas que consideraban que la enseñanza pública era fundamental y tenía que ser inmejorable.
La transición, siento manifestarlo, trajo una rebaja considerable a tales oposiciones y en algunos casos se primó más la antigüedad interina que la valoración de conocimientos, con el consiguiente deterioro del sistema. Cabe añadir, claro, que la llegada a las aulas de inmigrantes, procedentes de culturas muy diversas, lo ha complicado todo más y son muchos los maestros y profesores que se sienten desbordados y desmotivados, algo que no debería suceder. Ahora, al recordar los logros de este medio siglo, el Gobierno debería hacer hincapié en conseguir un pacto de Estado sobre la educación, la gran asignatura pendiente de este medio siglo.
