Atrapado en Caracas

Pedro Plaza Salvati es un tipo con mala suerte. Él vive en Barcelona, pero, de todos los lugares posibles donde le pudo pillar la parte más dura de la pandemia de coronavirus (aquellos terribles momentos iniciales), le tocó nada menos que Caracas, donde terminó atrapado trece meses. Lejos de amilanarse, intentó convertirse en una suerte de Robert Walser, paseando por un escenario doblemente distópico (sanitaria y socialmente), observando mucho, anotándolo todo y sintiéndose como un personaje apocalíptico de Cormac McCarthy. 

Banco de libros de segunda mano en Barcelona.

 

Jacqueline Rosales

Su libro La vida interrumpida, recién publicado por Catarata, es una crónica clásica donde su protagonista narrador deambula por un mundo que parece haberse detenido, viendo las cosas de un modo único. Conversa, como Peter Handke, con los locos de la calle y extrae sabiduría de ellos. Es fumigado, a su llegada, en el avión, como si fuera un peligroso ser radiactivo. Vive en un lugar donde se suceden los incendios (la gente tiene la peligrosa costumbre de almacenar bidones de gasolina en casa) y, para no ser víctima de la violencia callejera –en la ciudad con más homicidios por habitante del mundo–, se viste con tejanos rotos y nunca lleva reloj. Y extrae fuerzas de no sabemos dónde para narrarnos el asesinato de su hermano.

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Es un cronista tranquilo y minucioso, que ve a gente leyendo en la calle novelas de García Márquez en voz alta. Nos habla de estrambóticos personajes que creen a la vez en los extraterrestres y en Nicolás Maduro. Frecuenta el gimnasio y las librerías. Pasea con un teléfono sin línea, que solo le sirve para hacer fotos. Recibe libros por delivery y se encuentra cajas llenas de ellos por la calle. Cataloga ejemplos de picaresca mientras admira la proliferación de colibríes, garzas y churines. Ve las tanquetas antidisturbios como una magdalena proustiana que le retrotrae a su juventud: “Recuerdo cuánto gas lacrimógeno tragamos en esta avenida…”.

Nos habla de estrambóticos personajes que creen a la vez en los extraterrestres y en Nicolás Maduro

En los diarios en ocasiones nos encontramos en la máquina de vending a quejosos corresponsales de guerra que, lo admiten, sienten nostalgia de la adrenalínica vida en lugares en conflicto. Se pregunta uno si acaso le sucederá algo parecido a Plaza Salvati en la tranquila Barcelona actual, donde si las calles se resquebrajan es por las obras que acomete sin descanso el alcalde Collboni y el mayor peligro del peatón es que le atropelle un patinete eléctrico.

Sí, Plaza Salvati tuvo mala suerte de quedar atrapado en la Caracas de pandemia. Pero sus lectores nos sentimos ­afortunados.

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