Esta legislatura agotará su plazo o terminará anticipadamente, quién sabe. Pero antes de que eso suceda ya se puede vaticinar cuáles de sus diputados pasarán a los anales del Congreso. Concretamente, al apartado de los más antipáticos. Cada lector tendrá su lista. En la mía están Miriam Nogueras (Junts), Miguel Tellado (PP), José María Figaredo (Vox) e Ione Belarra (Podemos).
Obsérvese que la mayoría son o han sido portavoces parlamentarios de sus partidos; es decir, hablan en su nombre. Estos congresistas ayunos de fraternidad se han distinguido, cada uno a su manera, por su agresividad y, a menudo, por la saña y la fantasía con que insultan. Ese parece ya el rasgo distintivo de la legislatura.
Sin una reforma en clave punitiva del reglamento del Congreso, sus señorías seguirán abochornando
Nogueras es quizás la diputada que concita hoy más antipatías en el país. Como Puigdemont, se siente tan ofendida por las políticas estatales que cree justificado enfatizar su aversión a España y los españoles. Va al Congreso a preguntar qué hay de lo suyo y, por lo demás, lo que allí se debata le trae sin cuidado. Nogueras: mirada desafiante, verbo despectivo, melena planchada y mangas arremangadas, como quien busca camorra.
Tellado es tanto o más ofensivo que Nogueras, y de repertorio muy florido. Su paso por la portavocía popular, premiado con el ascenso a secretario general del PP, ha sido un crescendo de ultrajes, calumnias y difamaciones sin tasa. Tellado: ferrolano de lengua negra y mejillas sonrosadas, como las de un mosén con buen saque en una fiesta popular del pulpo, la filloa o el aguardiente.
Vox es el partido que acumula más salidas de tono que luego son retiradas del diario de sesiones, la mayoría gentileza de su caudillo Abascal. La portavoz Pepa Millán, de expresión avinagrada como Nogueras, no se atreve a hacerle sombra. Pero el portavoz adjunto José María Figaredo, sí. Sus patillas de hacha a lo Curro Jiménez, sus trajes bien cortados y su oratoria feroz le definen. Eso, y sus patinazos y falsedades. Ejemplo uno: criticar en el Congreso supuestos privilegios de los “sobrinos de” algún socialista, siendo él sobrino de Rodrigo Rato. Ejemplo dos: decir que los que cobran salario mínimo pagan el 54% de impuestos, debido al “sadismo fiscal”.
Ione Belarra, secretaria general de Podemos, que no portavoz, pero sí muy locuaz, tiene vocación de fiscal temible que exige cárcel para muchos. La pide ahora para Mazón, y eso puede entenderse, dada la desfachatez de este hombre. Pero antes la pidió para empresas energéticas y bancos, para Ayuso y su novio, para los matones de Desokupa, para Aznar, Netanyahu, Trump…
Estos y otros diputados pretenden ser implacables con sus rivales y acaban siendo antipáticos para todo el país (salvo para sus correligionarios). Peor aún: arrastran a diputados antaño decorosos hacia el lodazal, para que no parezca que quien calla otorga. El resultado evidencia que los extremistas gritones de raíz autoritaria progresan adecuadamente en su plan de deslegitimación del parlamentarismo democrático: son los mismos que al ocupar el poder suelen montar unas cortes regidas por el silencio cómplice y la adhesión inquebrantable.
Ahora es distinto. Ahora arrecian en el Congreso los insultos: fascista, comunista, golpista, criminal, filoetarra, terrorista, corrupto, marrano, bruja, embustero, putero, cocainómano, etcétera. Siempre hubo jabalíes en la Cámara, pero antes eran
la excepción, no la regla.
Ni la Mesa del Congreso ni su reglamento están consiguiendo frenar esta deriva. Cuando la presidenta de la Cámara pide que se retiren ciertas groserías del diario de sesiones, estas siguen en él (marcadas con un asterisco que indica que fueron retiradas). Cuando el reglamento, donde se lee que los diputados deben “respetar el orden, la cortesía y la disciplina parlamentarias”, es vulnerado sesión a sesión, algo habrá que hacer. Por ejemplo, reformarlo en clave punitiva e introducir sanciones, ya sean económicas o inhabilitadoras. Y, luego, aplicarlas hasta erradicar tan malos modos.
No pedimos ya diputados a la altura de Castelar, Ortega y Gasset o Azaña. Nos conformaríamos con que los actuales no nos abochornaran.
