Jóvenes en peligro

Uno de cada tres de nuestros jóvenes reconoce que se ha autolesionado alguna vez y el 43% ha tenido ideas suicidas. Sin embargo, el barómetro Juventud, salud y bienestar 2025, publicado este jueves, refleja también que el 65% afirma que su salud mental es “buena o muy buena”. Una gran mayoría confiesa haber sentido una soledad no deseada y eso complica aún más si cabe las conclusiones del estudio, que refleja claramente una fractura entre la percepción superficial y la realidad emocional profunda.

La información es esencial para combatir los estigmas y prejuicios que rodean la salud mental.

 

Ita Salud Mental

La existencia premia el tenerlo todo controlado, estar bien y poder con todo o casi todo. Se sigue escondiendo la vulnerabilidad; sin embargo, los jóvenes parece que han normalizado la ansiedad o incluso el autolesionarse como parte de su día a día. Muchas son las frases –“peor están los otros” o “no estoy tan mal”– que terminan invisibilizando su estado emocional real. Eso hace que el verdadero peligro resida en la profundidad y no en la superficie. Todavía impera en nuestras creencias ver la salud como algo físico: poder continuar con tus obligaciones, no estar físicamente enfermo, aunque emocionalmente estén rotos.

Una gran mayoría de los jóvenes confiesa haber sentido una soledad no deseada

El estudio revela un aumento de la fragilidad emocional de nuestros jóvenes. Y eso no puede ni debe ser considerado un problema individual de una sociedad que ofrece un futuro poco alumbrador con precariedad, incertidumbre, hiperestimulación digital, presión estética, falta de proyecto vital. La presión por la estética ha aumentado, en solo un año, del 20% a casi el 36%. Los jóvenes no están cometiendo ningún error, es el entramado social, digital y económico que moldea su vida y limita sus horizontes de acción.

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La llegada de los chatbots, además, va a incrementar el aislamiento. Esto viene de lejos. No nace de la nada. No hemos querido ver la marea de fondo: la insatisfacción. Preferimos quedarnos con su respuesta –“estoy bien”– sin ir más allá. Hasta que la grieta sale y ya no hay posibilidad de tapar lo evidente. Hay que actuar. Hay que ayudarles. Estrechar los vínculos, validar su dolor, abrirse a una sociedad donde se sientan que forman parte de ella. Ayudarles sin pedir que cambien ellos, sino preguntarles qué podríamos cambiar entre todos para sentirnos profundamente sanos.

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