No es justicia sino ensañamiento. Argumentamos grandes ideales, pero, en el fondo, todo se reduce a la frustración de que nuestra vida es mediocre y fallida, una caricatura cruel de lo que nos creímos que sería. Lisa y llanamente, no soportamos ver cómo a otros les ha ido mejor. Que haya unos privilegiados que ganan más que nosotros, tienen envidiable vida sexual, notoriedad, quizás talento o sentido de la oportunidad, belleza, tipos y tipas que andan jactándose de sus experiencias poco comunes, que tienen mejores viviendas, mejores amantes, mejores maneras de vivir la vida, a todo volumen en redes y televisión.
Ser como ellos no está en nuestras manos. Pero sí desearles lo peor y maniobrar el nihilismo en esa dirección. Que el templo se nos derrumbe encima si es a cambio de ajusticiar, denigrar, maltratar y acabar con todos ellos. La extrema derecha no necesita programa: quiere el poder para esa venganza sin más argumentos que ella misma. Le basta con aprovecharse de quienes somos, de lo que siempre hemos sido. No hace tanto se ajusticiaba a la gente en nuestras plazas y hasta allí acudíamos con niños y mayores, a ver cómo desmembraban, humillaban y asesinaban al reo, a la bruja, al rojo o al cura. Ya no tenemos que salir de casa: las plazas son ahora platós, hemiciclos y redes.
La extrema derecha no necesita programa: se aprovecha de quienes somos, de lo que siempre hemos sido
Queremos que caigan estrepitosamente la cantante y los directores de cine, el futbolista, los cómicos y opinadores, el político y la periodista, el hermano, la mujer, el presidente, el defraudador confeso, la presidenta, el asesor, el bailarín, el rey de ahora y el de antes, la actriz que vuelve, la que no se acaba de morir, el tenista, homosexuales, lesbianas, drogadictos y fontaneras, los que salen en tal programa y en el otro, músicos y concursantes, funcionarios en horario y maestros en vacaciones, policías de baja por depresión, los perdidos en las montañas que rescatamos, los que toman el sol cuando no toca, jueces y cocineros, poetas y payasos.
Que todos pierdan trabajos y parejas, que vivan en la peor habitación de nuestros domicilios, que tengan nuestras familias. Que caigan, en definitiva, y nos pidan clemencia. No hay misterio en nosotros. Somos eso. Es lo que habíamos construido encima de lo que valía la pena.
