Jordi Pujol (*)

Jordi Pujol (*)
Editorial Team

Siempre he admirado al político, economista y profesor Andreu Mas-Colell, y no porque una noche de septiembre de 1983 me librara de dormir en el banco de un parque en el centro de Cambridge (Massachusetts) ofreciéndome una cómoda y exclusiva habitación del Faculty Club de Harvard. Eran los días previos a la invasión de la isla de Granada y aquel campus hervía.

El expresidente de la Generalitat de Catalunya, Jordi Pujol, a su llegada a la recogida de la Medalla de Honor otorgada por el Parlament de Catalunya a la Abadía de Montserrat, a 10 de septiembre de 2024, en Barcelona, Catalunya (España). El monasterio de Montserrat recibe hoy la Medalla de Honor en categoría de oro del Parlament de Catalunya, en medio de la polémica ya que las víctimas de la pederastia exigen su retirada. El Parlamento concede la Medalla de Honor desde el año 2000 a personas, colectivos e instituciones que merecen un reconocimiento excepcional para el organismo.

 

Kike Rincón/ Europa Press

Más allá de aquella anécdota, la pasada semana Mas-Colell publicó un artículo en este diario titulado “El president Pujol”, coincidiendo con el inicio del juicio al político y sus hijos. Se los acusa de delitos fiscales, cohecho, asociación ilícita, tráfico de influencias y blanqueo de capitales.

En su texto, Mas-Colell comparaba a Pujol con Prat de la Riba y Francesc Macià a la hora de liderar “momentos fundacionales de instituciones que derivan de la aspiración colectiva de dotar a Catalunya de un cuerpo de Estado, manteniendo el alma catalana”. El economista incluía como cata­lanes relevantes a Josep Tarradellas y a Pasqual Maragall, y se definía como un “nostálgico de la nonata sociovergencia”.

Parece garantizado un escrutinio eterno sobre si Pujol fue positivo o negativo para Catalunya

Mas-Colell citaba los seis ejes de la política de Pujol:

1. Catalanidad y lengua.

2. Economía potente.

3. Democracia y bienestar.

4. Excelencia.

5. Pragmatismo político.

6. Europeísmo.

Durante el pasado fin de semana, conversé con colegas y conocidos sobre la figura de Pujol, que ya no ostenta el título de honorable. Como ocurrió en el debate digital suscitado por el artículo, algunos coincidían con Mas-Colell; otros sostenían que esos seis ejes no llegaron realmente a plasmarse en obras de Estado, salvo la creación de TV3 y los Mossos d’Esquadra, y tampoco faltaban quienes reducían todo su legado a una sola palabra: corrupción.

Aunque la sentencia final marcará inevitablemente la valoración histórica de Pujol, lo que sí parece garantizado es un escrutinio eterno sobre si su figura fue positiva o negativa para Catalunya. Podría sucederle lo mismo que a Richard Nixon: el caso Watergate acabó definiendo su trayectoria.

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Lo que resulta evidente es que, sea cual sea el resultado de este juicio, la sombra de la duda acompañará siempre a Pujol. Habrá quienes intenten blanquear y reivindicar su figura y quienes preferirán denostarle y vilipendiarle, pero, al igual que le ocurrió a Tricky Dick, su nombre quedará marcado por un debate interminable. Un debate para la eternidad y un nombre señalado con asterisco.

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