Ya estábamos en los postres y Gabriel Rufián seguía respondiendo preguntas cuyo contenido no puedo desvelar –off the record obliga– en una cena para íntimos y conocidos, el lunes, que organizaba el abogado y amigo Jufresa. A pesar de jugar en casa –il Giardinetto– y a diferencia del RCD Espanyol, perdí in extremis los tres puntos.
Un trozo de pastel de chocolate cayó a peso en el pantalón con rotundidad. Sin tiempo a jurar en latín, froté el tejido con la servilleta y la mancha, burlona, se amplificó. Aquello parecía la relación ERC y Junts (¡hay que ver cómo se quieren en la intimidad!).
Como no podía ser de otra manera –se me pegan los latiguillos de los políticos–, llevé ayer mismo el pantalón a la tintorería. Tengo entendido que cuanto antes, mejor.
Y como no podía ser de otra manera, me tocó pagar.
–Son doce euros.
Aquí quería yo llegar: me pareció caro. ¡Con doce euros podría comprarme una gamba soltera, dos paquetes de tabaco –por cierto, subió un 6% el sábado– o invitar a la novia a un viaje en metro!
Tintorería, palomitas, vicios... Las pequeñas cosas me resultan más caras de la cuenta
Lejos de hacer autocrítica, salí de la tintorería ofuscado: últimamente, todo me parece caro. ¡Incluso las palomitas del domingo en los cines Verdi, algo así como siete euros! O el precio del último AVE a Madrid en fin de semana...
Si la economía española anda boyante, ¿me estaré volviendo uno de esos antisanchistas que van exigiendo elecciones y todo porque así no tiene sentido gobernar? O peor: ¿me estoy haciendo mayor y acabaré un día de estos anotando gastos menores en una libreta? ¡Pánico me da!
El caso es que si todo me parece caro, no puedo invitar a ninguna amiga a una marisquería y hasta el yoga carece de sentido. Gracias a la pobreza, todos sabemos que el dinero no da la felicidad. Como sí podría ser de otra manera, se puede vivir sin condecorarse los pantalones, fumar, comer palomitas en el cine, viajar a Madrid o eso tan feo de pagar a medias una cena cargada de buenos propósitos.
El dinero no da la felicidad, su ausencia, todavía menos. Sobre todo cuando todas las pequeñas cosas empiezan a parecer más caras de la cuenta.
