De Duralex a la Fnac

De Duralex a la Fnac
Senior Editor

Hay marcas que son como la carta de presentación de un país. Transmiten una manera de hacer y un momento concreto de su historia. Duralex era una vajilla que hizo mucho ruido en los años sesenta y su ventaja diferencial era que estaba fabricada con vidrio temperado, muy difícil de romper. Después fue sinónimo de buen diseño y hoy es un producto vintage que sobrevive gracias al vínculo emocional con los consumidores franceses.

Tazas ámbar y verde de la vajilla Duralex

  

Niusdiario

Barrida por el vendaval de la competencia global, convertida en cooperativa, Duralex ha estado a punto de cerrar cinco veces. La última la ha superado tras haber pedido financiación pública online, con una respuesta que ha superado sus expectativas. Pidió cinco millones de euros para salir del apuro y los obtuvo en cinco horas. 48 horas después había recaudado 19 millones. No son las cifras de una startup de inteligencia artificial, cierto. Pero para los que han prestado el dinero, que Duralex siga viva tiene más valor que lo invertido.

La empresa nació en 1945, en los inicios de los Trente Glorieuses (treinta gloriosos), un periodo irrepetible de fuerte crecimiento y de mejora de los estándares de vida que se alargó hasta 1975 gracias a las políticas socialdemócratas.

China, al asalto de la Fnac, que ha sido escaparate de la cultura francesa y europea

Para Francia, fue un momento de efervescencia. Duralex era tan rabiosamente moderna como la Moulinex, la música de Jacques Brel o Françoise Hardy, las películas de Jean-Paul Belmondo o los libros de una larga colección de popes, de Jean-Paul Sartre a Michel Foucault y todos los herederos de Mayo del 68.

La hegemonía francesa se prolongó pese a la cada vez más potente competencia cultural y económica de EE.UU. En los noventa Francia era un país de economistas liberales que sintonizaban con la globalización y que exportaba al sur de Europa su modelo de grandes centros comerciales. Uno de ellos, la Fnac.

La Fnac es hoy escenario de una silenciosa guerra entre París y el gigante chino de la distribución JD.com, convertido en segundo accionista del grupo francés. De momento, el Gobierno ha forzado al comprador a comprometerse a actuar como “accionista durmiente” y a no influir en la gestión.

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En la práctica, Francia ha ganado tiempo. Sabe que cuando un grupo chino entra en una empresa de distribución, lo hace para acabar vendiendo sus productos. Por mucho que parezca un sacrilegio hacerlo en lo que ha sido un escaparate de la cultura francesa y europea, y el símbolo de un período en el que había cosas que parecían inmunes a la globalización.

La geopolítica tiene esas cosas.

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