Los dos podcasts más escuchados en España según Spotify Wrapped tienen fórmulas similares. Dos amigos hablan de cosas sin (mucho) guion. El que ocupa el número uno, La Ruina, tiene el mérito de estar autoproducido por sus creadores, Ignasi Taltavull y Tomàs Fuentes, y de congregar a un público multigeneracional con una idea aparentemente sencilla. Llenan un teatro y le piden al público: sube aquí y explícanos tu peor momento, aquel en el que te diste más vergüenza.
Tuve la suerte de coincidir en una mesa redonda de la FIL de Guadalajara con Daniel Alarcón, uno de los padres del podcast en español y del podcast en general. Él es cofundador de Radio Ambulante, la plataforma de audio y periodismo de investigación que se ocupa de contar historias del ámbito hispanohablante, desde el éxodo venezolano hasta escándalos de abuso de poder de El Salvador a Colombia. Hacen hueco también a historias íntimas y a hitos socioculturales, como la batalla mexicana entre emos y punketos que dio lugar a algunos de los mejores vídeos de la historia de internet.
Con el podcast se democratiza la práctica de hablar solo, que antes se asociaba con la locura
Lo primero que hice fue disculparme con Alarcón por estar ahí en la misma mesa porque lo único que hago en ese terreno es sentarme a hablar con mi amiga sobre cosas que nos importan. Muy guionizadamente, eso sí. En el mundo del podcast existe cierta jerarquía entre el podcast narrativo, el serio, y el conversacional. Pero él confesó que también admira la charlata y que cuando escucha formatos por ocio y no por trabajo también hace eso, ponerse a escuchar a dos o tres personas hablando entre sí.
Las capturas que se comparten estos días en redes de los Wrapped –el invento promocional de la plataforma sigue funcionando como un tiro. Nada más efectivo que apelar a la vanidad del usuario convirtiéndolo en estadística– muestran que nos hemos pasado miles de minutos al año teniendo conversaciones imaginarias, escuchando voces en nuestras cabezas y a veces hasta contestándoles.
Me parece una buena democratización de una práctica, la de hablar solo, que antes se asociaba con la locura. Cuando me encuentro en la vida física con alguien que no conozco de nada pero que me tiene como una de esas voces que le hablan al oído, suele retomar la conversación en el punto que más le interesa y me da la réplica como si lleváramos toda la vida hablando. Lo entiendo porque yo haría lo mismo con todos los amigos imaginarios que viven en mi móvil. Está claro que hay hambre de cháchara.
