Oriol Bohigas hubiera cumplido cien años el próximo día 20. No va a ocurrir tal cosa, porque este arquitecto, urbanista, ensayista, docente y político falleció el 30 de noviembre del 2021. Nos queda, eso sí, la posibilidad de conmemorar el centenario de su nacimiento y de celebrar su fructífera carrera.
Al partir, Bohigas dejó en Barcelona un hueco difícil de llenar. Llevaba ya un lustro soportando el parkinson, que le sentó en una silla de ruedas y le privó del habla. Aun así, Beth Galí lo llevaba con frecuencia a actos públicos, y su presencia social siguió siendo palpable durante el largo adiós.
Más duradera, claro está, sería la presencia de su legado. La Vanguardia del 1 de diciembre del 2021 tituló la información sobre su óbito así: “Fallece Oriol Bohigas, padre de la nueva Barcelona”. Pudo parecer una exageración, pero no lo era: Bohigas fue el mayor transformador de la ciudad desde Ildefons Cerdà. Porque, si Cerdà diseñó el Eixample y, con él, una Barcelona que dejó atrás la urbe medieval y sigue funcionando bien en el siglo XXI, Bohigas fue –a veces como inspirador, diseñador o ejecutor, siempre como impulsor– el principal responsable de su renovación urbana, de su homogeneización, de su apertura al mar, de sus nuevas rondas, etcétera.
“No me parece que haya muerto”, declaraba al día siguiente del fallecimiento su colega Dani Freixes. “Seguirá vivo mientras sepamos lo que hizo: transformar Barcelona, como Cruyff transformó antes el Barça. Se la dieron triste y perdedora, y nos la devolvió nueva”.
Freixes tenía razón. Y más si consideramos, además del conjunto, las partes. Bohigas proyectó un millar de obras con MBM (Martorell/Bohigas/Mackay), cientos de las cuales se construyeron. Relanzó instituciones como la Escola Tècnica Superior d’Arquitectura de Barcelona, la Fundació Miró, Edicions 62 o el Ateneu Barcelonès, que dirigió o presidió, propiciando algunos de sus mejores momentos y dejando como herencia complementaria la ampliación o la reforma de sus sedes. Por no hablar de su compromiso municipal, con los excepcionales resultados ya apuntados en Urbanismo… Pero también con frustraciones cuando fue concejal de Cultura: su plan de bibliotecas topó con un alto cargo que afirmaba, tan pancho, que la lectura ya no estaba de moda, y optó por marcharse del Ayuntamiento.
El componente cívico e indómito del arquitecto merece ser vindicado en su cercano centenario
Además de la herencia tangible de Bohigas está la intangible, tan difícil de recrear: la del hombre de férrea vocación cívica, inteligente y culto, doblado de hombre de acción, entusiasta y con gran capacidad de trabajo, que sabía reunir excelentes equipos profesionales… También el hombre de insobornable independencia, apasionado y provocador; el polemista incómodo (y odiado), capaz de clamar contra las obras de la Sagrada Família; de resignificar El Escorial y el Reina Sofía, de una tacada, como sendos paradigmas de la fealdad; de afirmar que el 90% de la arquitectura de su tiempo era “una porquería”...
Esta vena pugnaz, idónea para encender el debate y desencadenar la acción, es una de las virtudes de Bohigas que evocan la veintena de compañeros participantes en un monográfico de la revista de Arquitectes per l’Arquitectura, que se presentará en el Ateneu el día del centenario. Y no es la única. También están su perspicacia para fijar los objetivos de futuro y su liderazgo para alcanzarlos colectivamente.
Es cierto que todo eso generó roces. A veces, tras echar a la papelera un proyecto ejecutivo ya acabado, al grito de “creo que tenemos que probar otra cosa”, según recuerda Lluís Pau. O rompiendo con un catolicismo mojigato para seducir bellezas en Barcelona y Cadaqués, según Lluís Domènech. O siendo un “noucentista terrorista”, según lo define Juli Capella, con trazo inmoderado y sugerente, muy a la Bohigas.
Pero también es cierto que, en una sociedad que avanza hacia los dominios de la inteligencia artificial, la repetición de lo ya sabido, la pérdida de facultades intelectuales y acaso la sumisión, Oriol Bohigas, de gran inteligencia natural, cívico e indómito, merece ser vindicado sin reservas en su centenario.
