El taxista me pregunta tímidamente si le puedo aconsejar con un problema. Me cuenta uno de esos errores administrativos que tanto daño causan a los ciudadanos de infantería. La Seguridad Social le insta a pagar mil euros en un plazo de pocos días como devolución de unas ayudas familiares cobradas indebidamente. El error administrativo es que la Seguridad Social considera a su hija de solo 12 años como una chica adulta en edad de trabajar. Es injusto e injustificado, pero su gestor le ha aconsejado pagar y reclamar después que le devuelvan ese dinero, que no tiene, mientras mueve Roma con Santiago para sacar mil euros en pocos días.
Es un caso más. Como el de la viuda que ha estado casi dos años sin su pensión, mantenida por los hijos, porque la Administración no reconocía el documento de matrimonio con su marido, celebrado en Suiza, país que mandó la documentación en solo tres días. O el de un ciudadano de 80 años convocado a un juicio como acusado de haber engañado a un inquilino de un terreno que ni era suyo ni había visitado nunca, pero al que obligaban a presentarse sí o sí. La lista es larguísima y nos lleva a una única conclusión. Cuando el error lo cometemos los ciudadanos, lo pagamos largamente y con recargo. Cuando lo comete la Administración, los afectados entran en el mundo de Kafka con larguísimas esperas y recurso tras recurso, aliñado a veces con falta de humanidad de algunos funcionarios. Como la que le espetó al taxista: “Usted tiene la obligación como ciudadano de saber lo que se publica en el BOE”.
Cuando el error lo comete la Administración, los afectados entran en el mundo de Kafka
La Generalitat se ha propuesto agilizar los procesos administrativos, que a menudo son repetitivos y extraordinariamente complejos. Se agradecería que añadieran la misma diligencia a la hora de corregir los errores, computando además los gastos por el tiempo perdido y el perjuicio económico.
Mientras tanto, solo queda una única palanca, que le sugerí a mi taxista: llame a la radio, escriba una carta al periódico, hable con los de la tele. Hacer ruido, para sacar los colores a los que se equivocan y corren entonces a arreglarlo. La desafección con la política y la administración pública también se alimenta de esta deshumanización.
