Antes de que lo escriba otro, lo suelto yo: basta ya de consumir tantas gildas –la tapa de moda del 2025–, no sea que la Administración espabile y promueva nombres alternativos mediante concurso público porque gilda es sinónimo de machismo y violencia heteropatriarcal.
Gracias a la nefasta moda de compartir en los restaurantes, cenar de picoteo y canjear de paso microbios, la gilda triunfa en toda España porque es sencilla de elaborar, preserva la individualidad –nadie se parte media gilda– y permite optimizar (antiguamente, dar un sablazo al cliente).
Fotograma de la película Gilda (1946)
La moda se refleja en tatuajes y joyas entre los jóvenes con forma de gilda –la tapa, no las hermanas Gilda del tebeo, hijas del gran Vázquez–, lo cual confirma que los organismos de memoria democrática son imprescindibles.
La banderilla gastronómica en boga se llama gilda y no Paquita porque es verde y picante, como la protagonista de Gilda –interpretada por Rita Hayworth–, exitosa película de 1946 que contribuyó al calentamiento global y al primer fake de la historia (la ciudadanía española, entonces gente, daba por hecho que la censura había cortado un striptease, inexistente).
Paradojas de la vida: la tapa de moda del 2025 blanquea la bofetada más machista del cine
Cuando un bodeguero donostiarra inventó a fines de los cuarenta esta banderilla de piparra, aceituna y anchoa tuvo el acierto de llamarla gilda –todo dios entendió las razones–, sin imaginar que décadas más tarde figuraría en la carta de las autodenominadas tabernas gastronómicas.
La película impactó en medio mundo, y no por dos grandes canciones que aún se dejan oír –Amado mío y Put the blame on Mame –, sino, sobre todo, por la bofetada que Glenn Ford propina a Rita Hayworth después de que pidiese la colaboración del público no para corear el estribillo, sino para bajarle la cremallera del vestido.
La bofetada más célebre de la historia del cine convertida en tapa guay es una de esas paradojas de la vida moderna. No hay que darle, digo yo, más importancia, salvo que alguien tenga un día de estos la ocurrencia de exigir la prohibición de Gilda en las televisiones públicas o aconsejar a la hostelería que llamen Lulús, Zoes o Ainas a las dichosas gildas.
