La primera vez que estuve en los Passatges de Cristina Iglesias, en la Pedrera, sentí que era una metáfora de la lectura. La metáfora dice más de lo que dicen las palabras. Y la lectura (de un texto, pero también sobre el arte o el mundo) lleva asimismo más allá. Por eso cada obra es tantas obras como personas la transitan. Al releer un libro, parece otro. Un cuadro no es el mismo cuando ya lo has visto antes, ni una película; no existen dos representaciones teatrales idénticas.
'Passatges', en la Pedrera
Como en la teoría cuántica, se da la paradoja del observador: el hecho de contemplar algo lo altera. O tomando un elemento de la exposición –el agua–, sería, en palabras de Heráclito, eso de que nadie puede cruzar dos veces el mismo río. Al mirar los pozos de Iglesias, tomas conciencia de la medida del tiempo, y de cuánto tiempo es necesario para percibir la transformación; los libros exigen esa dedicación. En unos escenarios imaginarios fotografiados sobre cobre, veremos nuestro propio reflejo; cada uno se proyecta en lo que lee. Existe un espacio físico que nos rodea, y además está el espacio de lo que leemos; es íntimo, solo nuestro, aunque estemos rodeados de gente.
Al mirar los pozos de Cristina Iglesias, tomas conciencia de la medida del tiempo
Cada lectura tiene varias capas. Al detectar un símbolo, entendemos la intención de transmitir algo. Si identificamos la letra, se abre una puerta. Si la descodificamos, penetramos en un lugar que nos penetra. En dos obras de la exposición, te adentras en pasajes cuyo trenzado dibuja sombras sobre ti. Al fijarte, descubres que son caracteres, jeroglíficos. Si lograras desentrañarlos, en uno leerías Solaris, de Stanisław Lem, y en el otro, El mundo de cristal, novela en la que J.G. Ballard relata la expedición a una África remota donde la jungla se está cristalizando. Esto amenaza cualquier posibilidad de generar vida, pero convierte el entorno en un paisaje majestuoso y lo vuelve eterno.
El ámbar aprisiona orgánicamente lo que estuvo vivo y lo mantiene inalterable. Los fósiles son las formas de la vida cuando ya no vive pero pervive en forma de memoria. Son rastro de lo que queda, como la obra, como la letra, código cristalizado que nos permite llegar a lugares recónditos. Hay tantas lecturas como veces se atraviesa algo, y los Passatges de Cristina Iglesias, en la Pedrera hasta el 25 de enero, invitan a explorarlas.
