Leer lo que se avecina es como un aviso que te prepara ante una desgracia anunciada: veremos más robots, más tecnología, más inteligencia artificial, más disparidad, más enfermedades mentales y aquellas asociadas a la soledad y, en conjunto, a la falta de saber encontrar sentido.
Celebremos los muchos avances científicos y tecnológicos –aquellos que son indudables– y reconozcamos, sin embargo, que estamos en la intemperie. La lona que cubría nuestra cabeza y nos protegía del sol y de la lluvia empieza a tener grietas crecientes. Eso sucede porque se ha perdido el norte, que era la cohesión social, creada por unos valores.
Cuando todo se agrieta, cuando el día a día es de una ferocidad tremenda, todo ser humano necesita cobijo. Necesitamos reposar, (re)encontrarnos con personas que nos ofrecen su confianza, cariño, amistad y refugio. Esperamos de aquellos a quienes queremos, apreciamos y respetamos una cierta reciprocidad. Necesitamos las cosas y personas que nos cuidan. Todos conocemos el poder del abrazo cuando llegas a casa.
En la intimidad de un momento de reposo, hay que preguntarse, sin público, cuando llegas a casa: ¿te esperan abrazos y besos?, ¿los damos nosotros?, ¿quién nos cuida a nosotros?, ¿cómo cuidamos nosotros?, ¿cuáles son las cosas que dan sentido a la vida, sino aquellas que casi nadie ve?
Si tenemos que fiarnos de los cuidados que nos dispensarán los robots, estamos apañados
Cada día entiendo más a las personas que quieren tener un perro, o algún otro animal doméstico que les haga compañía. Han abandonado la esperanza y se “aparejan” con alguien incondicional, aunque su vida sea más corta y les tengan que recoger o diluir –por favor– sus necesidades.
Recordemos una gran película de José Luis Garci, El abuelo, en la que hay dos viejos en un acantilado. Fernando Fernán Gómez le dice al otro: “Es terrible la soledad”, y el otro le responde: “¿A mí me habla de soledad?, que voy por el tercer perro enterrado”.
La tecnología nos permite muchas cosas, pero si nos tenemos que fiar de que los cuidados que nos dispensarán sean de robots, estamos apañados. Será un recurso paliativo, pero si me tengo que sentir acompañado por un robot, estamos perdidos.
Sabemos que hay personas que hacen compañía y cuidan a los que han perdido su autonomía. Incluso habrá quien, con recursos, tenga mayor y mejor atención. En España el 12% de los ocupados trabaja en el turismo. En Suecia, leí hace poco, el 7% de la población activa cuida a los mayores. Leer datos económicos, debidamente interpretados, debería darnos, en función de nuestra situación y estado de ánimo, alegrías o escalofríos. Bendito aquel que envejezca bien acompañado.
