Con la Navidad a la vuelta de la esquina, como sucede anualmente, Charles Dickens se manifiesta a través de su relato sobre las peripecias del señor Ebenezer Scrooge y los espectros de las Navidades pretéritas. Sin embargo, no es en esta acepción que deseo abordar el tema hoy. La reivindicación del autor inglés debería ir unida a la de otros titanes de la literatura europea, tales como Émile Zola, Victor Hugo o Benito Pérez Galdós, ya que todos ellos, a su manera, reflejaron la coyuntura que nuevamente se observa en nuestras urbes.
Victor Hugo detalló esa indigencia que ignoraba barreras y normativas, residiendo en distritos parisinos cuyas viviendas parecían diseñadas para enfermar a sus ocupantes, con escasa iluminación, aire viciado y una acumulación de personas en la pobreza. Zola, por su parte, expuso la aglomeración en aposentos asfixiantes, con paredes tiznadas y suelos empapados, y ese aroma distintivo que combinaba agotamiento y precariedad. Incluso Galdós documentó en sus escritos la penuria de moradas antiguas y mal aireadas, con esos recintos sombríos donde se congregaban existencias fatigadas, cuya única fortuna era la aceptación. Y previo a todos ellos, Friedrich Engels señaló con vehemencia la sociedad inglesa de mediados del siglo XIX: “Las viviendas de los trabajadores están, por regla general, mal agrupadas, mal construidas, mal conservadas, mal ventiladas, húmedas e insalubres. En ellas, los ocupantes son confinados al espacio mínimo y, en la mayoría de los casos, duerme en una pieza por lo menos una familia; el mobiliario de las viviendas es miserable hasta la ausencia total incluso de los muebles más indispensables”.
Durante estas festividades, la marcada diferencia entre el bienestar y la precariedad en las ciudades se hace dolorosamente evidente. Al estar absortos en las disparidades geográficas, pasamos por alto las desigualdades entre individuos. Al mirar desde la ventana de nuestro hogar en Nochebuena hacia la calle, desolada y fría, deberíamos tener presente que, en España, más de 3.4 millones de individuos residen en espacios reducidos, lo que significa menos de 15 metros cuadrados por persona. Únicamente en la Comunitat Valenciana, la cifra asciende a 50.000. Esta problemática, entre otras, provoca que, en lo que respecta a la vivienda, una cuarta parte de los ciudadanos valencianos se hallen actualmente en una situación de marginación social. Expresado en números concretos, el panorama es desolador: afecta a 509.000 domicilios y a cerca de 1.2 millones de personas. La falta de espacio y la exclusión vuelven a manifestarse cada Navidad en nuestras metrópolis, pero ya se nos había alertado sobre esta realidad. Del mismo modo, se nos advirtió sobre el frío y el empeoramiento de las condiciones de vida urbana que estamos presenciando nuevamente. A día de hoy, más del 18% de los residentes del País Valenciano no tienen la capacidad económica para mantener sus hogares a una temperatura apropiada, y casi un tercio no puede reemplazar sus muebles deteriorados o anticuados. Dickens, Zola, Victor Hugo, Galdós y Engels cobran vida nuevamente cada año en Navidad.
La convergencia de la exclusión social y la pobreza en los entornos urbanos actuales crea una situación preocupante.
Estas cifras, junto con otras igualmente alarmantes, se presentan en el informe más reciente de la Fundación Foessa para Cáritas, centrado en la exclusión y el desarrollo social, específicamente en la Comunitat Valenciana. Del estudio completo, mi interés personal y profesional me lleva a destacar una observación preocupante: actualmente, la convergencia de factores que genera exclusión social y pobreza se manifiesta de forma más intensa en las áreas urbanas. La condición de vida en numerosos distritos de nuestra metrópoli postindustrial es considerablemente más precaria que en las zonas rurales. Si bien la despoblación y la disminución demográfica en el campo anuncian una crisis innegable, esta no alcanza la magnitud de la desposesión, el condena y la perpetuación de la marginación que se observan en los entornos urbanos y metropolitanos. El antiguo proverbio alemán que afirmaba “el aire de las ciudades nos hace libres” ya no se aplica. Esa máxima, transmitida a lo largo de generaciones, impulsó a los campesinos oprimidos a trasladarse a las ciudades, que se convirtieron en un imán para aquellos que buscaban liberarse de la tiranía. Hoy en día, la ciudad presenta un panorama desolador: a nivel nacional, el 55% de los hogares en situación de exclusión social residen en áreas urbanas, en contraste con solo el 10% en zonas rurales. La ciudad, en lugar de ser un refugio, se ha convertido en un agente de exclusión, marginación y opresión.
Y, al igual que en la carrera desenfrenada de los jinetes del Apocalipsis, junto a la aglomeración y la inestabilidad urbana, surge la soledad. El 7% de todas las viviendas valencianas está ocupado por individuos sin vínculos sociales ni respaldo humano para afrontar dolencias o adversidades. Absolutamente ninguno. Si ampliamos el recuento a quienes se encuentran en una situación de marginación, el porcentaje de estos solitarios involuntarios, de estos viajeros en busca de ayuda, se eleva al 40%, a lo cual se suma un 28% que solo dispone de una persona para brindarles asistencia.
El drama social de las urbes y áreas metropolitanas define nuestra era. Considerando que en Europa el 75% de la población reside en ciudades, me resulta incomprensible la ausencia de un ministerio dedicado a las ciudades, que brinde protección integral a la vida de los millones de ciudadanos que transitamos por sus avenidas, calles y plazas. El informe Foessa señala que, durante esta Navidad, además del agotamiento propio de las festividades, las comidas y las compras, numerosas personas experimentarán otras existencias fatigadas.
Hace más de un siglo, se nos alertó que el perjuicio era intrínseco. Actualmente, comprendemos que su corrección igualmente lo es.
