Las Claves
- Joaquín Luna reflexiona sobre las transgresiones navideñas y sugiere irónicamente que los confesionarios deberían colocar carteles de outlet para atraer fieles
- El autor
He cometido algunas faltas en estas celebraciones de forma moderada, lo suficiente para defender que ese gran anhelo de dicha no tendría que alejarnos de la transgresión. Comprendo perfectamente que comunicaciones del estilo “menos neules y más pecados” resulten llamativas, justo en este momento en que las angulas y el pecado viven su época de mayor esplendor.
¡Si alguien accede actualmente al confesionario con una falta grave y lo despachan en apenas treinta segundos! Yo instaría a los párrocos a colocar por Navidad sobre los confesionarios el letrero de Outlet, que suele atraer y formar filas, esa costumbre decembrina vinculada a conductas sadomasoquistas (BDSM para los conocidos).
He faltado a mi propia lealtad. Al igual que Sabina, no busco disculpas ni tampoco piedad: engañarse a uno mismo es un error fatal y la ruta más certera hacia la desdicha.
Lo cierto es que me facilitaron una imagen de mi etapa joven, de esas donde sales agraciado, y, en lugar de archivarla, se la remití a varios conocidos, ignorando mis convicciones. A mis compañeras les aconsejo siempre que no publiquen retratos de juventud en sus cuentas –exceptuando desnudos lúdicos– pues, de oponente a oponente, constituye un reclamo con efecto bumerán que expresa “¡con lo que yo he sido!”, un comentario que es preferible dejar para el asilo o la nota necrológica.
Se multiplican las intenciones loables, precisamente en el momento en que llega la temporada predilecta para las angulas y el exceso.
¡Todo se andará!
El aspecto negativo de las fotografías de juventud es que constituyen una provocación, y la única manera de esquivar los impulsos es ceder ante ellos, según se dice que manifestó Oscar Wilde. Sin el deseo no existe la falta, y no hay falta sin su debida reparación, un pago que obtuve en forma de advertencia.
–¡Tienes que ir al gimnasio! ¡Fíjate qué músculos!
Disculpen mi franqueza: ¡Qué fastidio con las felicitaciones de estos días! ¡Vaya ocurrencia la de sugerirme un gimnasio!
Por supuesto, aquello era una escena futbolística, marginal y estival, sin más objetivos que el de lucir un despeje en plancha, el único gesto no criminal del siglo XX entre los que ejercíamos de defensas, esa academia no de la erudición sino del ejecutor.
No cometan mi misma falta: las imágenes de antaño, que se propagan tanto en estos días de melancolía, es preferible mantenerlas guardadas. O administrarlas con cautela.
