Elias Canetti describe la escena en Masa y poder, en unas páginas memorables. Los enemigos, los romanos, estaban fuera y los amigos estaban dentro. Los amigos eran cuarenta prohombres judíos, que, como el mismo Flavio Josefo, uno de los caudillos de la revuelta, habían conseguido escapar tras la caída de Jotapata en manos del ejército del general Vespasiano. Josefo los había encontrado escondidos en una cueva donde él mismo buscaba refugio. Durante el día, se estaba en la caverna. Por la noche, salía para preparar la fuga. Unas mujeres lo delataron y Vespasiano envió a unos tribunos para que negociaran con él la rendición a cambio de la vida. Finalmente, lo persuadieron. Pero tenía que convencer a los cuarenta de dentro, que no querían traicionar a quienes habían luchado por ellos creyendo que luchaban por la libertad nacional. Los prohombres preferían el martirio a la traición. Y Josefo, que era astuto, encontró una solución imaginativa. Fingió que compartía su parecer y les propuso que se mataran los unos a los otros y que el azar decidiera en qué orden se realizarían los homicidios. Todos se mostraron de acuerdo. Se hizo el sorteo y empezaron las ejecuciones. Al final sólo quedaban el caudillo y un prohombre, a quien el caudillo convenció de que era mejor que salieran vivos. Actualmente, en matemáticas, se denomina problema de Flavio Josefo al problema que tiene como objetivo escoger el lugar inicial que habría que ocupar para sobrevivir en un círculo de personas que tienen que ser ejecutadas por orden. Josefo resolvió con éxito este problema. Y, cuando Vespasiano, tal como él había predicho, se hizo con el imperio, se convirtió en uno de los favoritos del emperador.
Canetti, que en Masa y poder analiza las relaciones entre el poder y la supervivencia, aprovechó el capítulo sobre Josefo para hablar del tipo de engaño que suele caracterizar a los poderosos: "fingen preceder a sus hombres hacia la muerte, pero en realidad los mandan a morir primero para poder seguir ellos mismos más tiempo con vida". El caudillo sabía que en la cueva, donde estaban quienes seguían siendo fieles a las ideas que había ayudado a inculcarles, tenía que recorrer a la duplicidad. Dar a entender algo diferente de lo que se piensa para usar a los fieles para unos fines que no compartirían es una vieja táctica. Y Josefo explicó su excelencia en este arte en La guerra de los judíos, la obra en que él mismo, reconvertido en historiador, relata el episodio que muchos siglos después rememoró Canetti. Pero en La guerra de los judíos el antiguo defensor de las libertades nacionales no sólo presume de su astucia. También fanfarronea de sus dotes de profeta e intérprete de las profecías, que no sólo le habrían llevado a predecir la victoria de los romanos, sino también a concluir que la voluntad de Dios estaba tras su dominio. Subrayando tales dotes, Flavio Josefo, el superviviente, quería mostrar que era más fiel al judaísmo que los cuarenta prohombres a quienes había traicionado.