El Parlamento debería ser el templo de la palabra razonada, de oratoria elocuente, del diálogo democrático, del respeto institucional. Sin embargo, en algunos momentos –como los protagonizados por ciertos representantes del Partido Popular en los últimos tiempos–, asistimos a una teatralización agresi-va, que recuerda más a una taberna que a una cámara legislativa.
La estrategia parece clara: sustituir el argumento por la provocación; el razonamiento, por el insulto; el diálogo, por el grito.
Como bien señalaba Arthur Schopenhauer en su célebre manual El arte de tener razón , “cuando vemos que el adversario nos supera, nos volvemos ofensivos, insultamos y difamamos”. Pero no se trata solo de una cuestión estética o de modales parlamentarios. Este estilo comunicativo tiene consecuencias profundas: desprestigia la política, desincentiva la participación ciudadana y normaliza el odio y el desprecio como herramientas de poder.
August Corominas
Banyoles