Durante muchas generaciones, el hogar ha sido sinónimo de permanencia: un lugar fijo donde nacemos, crecemos e, incluso, podemos llegar a echar raíces. Hoy, en cambio, este concepto se tambalea. La democratización de moverse y viajar (fronteras abiertas, vuelos accesibles y trabajos remotos) lo ha cambiado todo.
Irónicamente (porque eso es lo que es, una ironía), mientras moverse es más fácil que nunca, establecerse se ha vuelto más complicado. Los precios de la vivienda y la precariedad laboral no solo han convertido la estabilidad en un privilegio, sino que además han hecho que ya no sea una prioridad entre los jóvenes. Ahora, el hogar ya no son cuatro paredes y sentirse como en casa, aunque sea emocionalmente, ya es un lujo para muchos. Ya no es dónde estamos, sino cómo.
Alida Vicente del Prado
Barcelona