* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
La verdad es que esa mañana de domingo me dirigía yo muy feliz y decidido a los Encants de Sant Antoni para hacer fotos allí. Estoy preparando un reportaje de ese santuario de mi niñez y de mis álbumes de cromos. Así que, aprovechando el día festivo, cogí el coche esperando aparcar gratuitamente por la zona. Después ya caminaría un rato hasta el mercado. Ese era el plan.
Recuerdo que mi abuela solía recitar a menudo que el hombre propone y dios dispone. El caso es que conecté la radio del coche, sintonicé mi emisora preferida y fue entonces cuando dije para mí aquello de ¡tierra trágame! Y es que emitían un programa especial dedicado a la maratón que se estaba celebrando en la ciudad. Estaba al corriente de ello, pero mi memoria me jugó una mala pasada.
Comprendí entonces el porqué de las retenciones y el tráfico denso existente en las calles por donde circulaba. Me hallaba en pleno centro. Dudé en volver a casa, pero la cabezonería me empujó hacia mi destino. Lo acababa de decidir. Había que armarse de paciencia y acercarse al lugar. Tenía ante mí dos citas de lujo, y muy agradecidas para la fotografía: la maratón y los encants. Pensé que lo segundo podía esperar.
Cambié de chip al ver tantas calles cortadas, y mi primer objetivo se concentró en hallar un agujero donde olvidarme del coche. A continuación, ya iría al encuentro de la carrera, la seguiría y me situaría en los diferentes puntos donde capturar mejor mis imágenes. Quedaba tiempo, pensé.
Y, justo en ese instante, dijeron por la radio que Tesfaye Deriba había pulverizado el récord de la maratón de Barcelona de todos los tiempos. ¡Qué bárbaro!, me dije. Si quedaban aún cientos de corredores, quizá miles en las calles. ¡Qué superatleta! Aunque ya se sabe: es un corredor de ligas mayores, pensé. Nada más y nada menos que 2:04:13 horas se había marcado el etíope; había rebajado el récord en casi un minuto.
Más tarde supe que el keniano Cornelius Kibet había entrado en meta en segundo lugar, y que Enock Onchari había completado el podio. Y que en la categoría femenina se había impuesto la keniata Sharon Chelimo, pulverizando también el récord con una crono de 2:19:33 horas. Otra barbaridad. Verdaderos prodigios de la naturaleza humana. Y yo, mientras tanto, buscando aparcamiento. Y es que ha de haber de todo… “¡Calla, que allí hay un hueco!”. Yo también cruce la meta en ese instante.
Me hallaba en las calles que están por encima de los Encants, en la Esquerra del Eixample. La verdad es que no sé qué calles fui recorriendo siguiendo la carrera. El verdadero pulmón de la maratón fue el que pude retratar yo para este FotoFlash de Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia, el de la Barcelona popular, la que siempre llena las calles, plazas y avenidas de cuantos eventos se organizan.
Esa mañana del 16 de marzo se había convertido en una celebración popular más, rememorando el espíritu olímpico del 92. Barcelona siempre será una ciudad olímpica, pero no solo por sus atletas, que los tiene y muchos, sino por el público que se congrega para festejar cuanto acontece en ella. Nunca falla, siempre al pie del cañón. Y yo que me había olvidado de la cita anual de la mítica prueba de fondo… Es que no se puede estar en todo, me disculpé.
Esa mañana del 16 de marzo se había convertido en una celebración popular más, rememorando el espíritu olímpico del 92
Supe más tarde que también se había pulverizado el récord de participantes en la prueba: algo más de 27.000. ¡Brutal! Y tampoco hay que olvidarse de los voluntarios que ocupaban los puestos de avituallamiento, tan importante en esta modalidad deportiva cercana al límite humano, donde el cuerpo ha de estar siempre hidratado y fortalecido al máximo. Siempre se cuenta con una organización sobresaliente, y una vez más no falló. Todo en su punto y en su sitio. Desde la salida en la Avenida de la Reina María Cristina, hasta la meta en el Arc de Triomf.
La Z Zurich Foundation impulsó el lado solidario del deporte, patrocinando la prueba a la vez que aportando 1 € por cada persona que la finalizó, cantidad final destinada a la Fundació Institut Guttman.
Las calles iban repletas de un lujo de hombres y mujeres corriendo, cada cual a su ritmo, según su preparación, su dedicación, su propósito o su limitación, cada vez con un flujo menor. Pero eso no era lo importante.
El respeto y el reconocimiento eran los dignos triunfadores del acontecimiento deportivo, para todos el mismo, el espíritu que se mantuvo encendido durante los 42,195 kilómetros de recorrido urbano, que los espectadores secundaron.
El número de dorsal en el pecho, si bien singularizaba el esfuerzo, no dejaba de señalar el total de litros de sudor, cansancio y esfuerzo acumulado por todos en su conjunto. Me acordé del lema, aquí tan bien traído por el tipo de modalidad deportiva, tampoco nos engañemos, de que lo importante no es ganar, sino participar, que Pierre de Coubertin lanzó como presidente del Comité Olímpico Internacional en la clausura de los Juegos Olímpicos de 1908 en Londres.
Mi presencia allí fue puramente accidental, lo reconozco. Pero, gracias al azar, privilegiada, pues tuve la ocasión de disfrutar admirando la sonrisa mezclada de esfuerzo y las sensaciones de algunos de esos 27.000 maratonianos, aquellos que vi pasar ante mí y a través del visor de mi cámara. Que vaya desde estas líneas un agradecido aplauso para todos ellos.
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