La historia de la nevera convertida en biblioteca

Las Fotos de los Lectores

El mensaje es que los libros no necesitan grandes templos, basta con espacios creativos y voluntad colectiva

Ampliar Refrigerador transformado en biblioteca comunitaria.

Detalle del refrigerador transformado en biblioteca comunitaria.

Alfonso Fadeuilhe

* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

En una pequeña localidad occitana, he fotografiado para Las Fotos de los Lectores de La Vanguardia un viejo refrigerador que ha sufrido una metamorfosis y ha sido transformado en biblioteca comunitaria. 

En su interior, entre rejillas, se apilan novelas, ensayos y cuentos a disposición de cualquiera que desee abrir la puerta. Sobre él, un cartel sencillo anuncia lo esencial: le livre (el libro). 

El mensaje es contundente: los libros no necesitan grandes templos, basta con espacios creativos y voluntad colectiva para seguir circulando. Este tipo de iniciativas recuerdan que la lectura no debe quedar secuestrada por las lógicas del mercado ni por las modas tecnológicas.

En una época en que el libro electrónico y las pantallas dominan cada vez más tiempo y atención, estos pequeños gestos comunitarios reivindican el valor de lo tangible. Un libro en papel no depende de baterías ni de actualizaciones de software. Huele, pesa, ocupa un espacio en nuestras manos y en nuestra memoria. La experiencia física de pasar sus páginas es insustituible.

Este tipo de iniciativas recuerdan que la lectura no debe quedar secuestrada por las lógicas del mercado ni modas tecnológicas

El auge de lo digital promete comodidad, pero también corre el riesgo de diluir el vínculo íntimo entre lector y objeto. Leer en una pantalla es leer, sí, pero el libro físico perdura como testigo silencioso de nuestra historia cultural. No se trata de rechazar la tecnología, sino de recordar que el papel encarna algo más que información: encarna experiencia, memoria y herencia.

Quizás por eso un refrigerador lleno de libros en un pueblo cualquiera emociona más que cualquier aplicación de lectura. Porque habla de comunidad, de confianza y de un acto profundamente humano: compartir historias palpables, que se tocan, que se prestan, que se atesoran.

El reto de nuestro tiempo no es elegir entre papel o pantalla, sino evitar que la segunda arrincone a la primera. Si de verdad queremos fomentar la lectura, debemos apostar porque el libro físico no solo resista, sino que siga siendo el corazón de nuestra cultura lectora.

Por suerte, en Barcelona, continúan surgiendo nuevas librerías, un soplo de esperanza.

Ampliar Refrigerador transformado en biblioteca comunitaria.

Nevera usada como biblioteca comunitaria.

Alfonso Fadeuilhe
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