* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
Tal vez haya influido que hemos tenido unos días nublados en los que la lluvia también ha hecho acto de presencia para reflejar un sentimiento de soledad que, de alguna manera, se acerca al espíritu de la Semana Santa, al revivir la sensación de desamparo que rodeó a Jesús.
Cada primavera, nuestros pueblos viven con intensidad estos días y, a pesar de la inquietud de las personas que se afanan por preparar la iglesia, los pasos procesionales y otros protocolos referentes a los actos que tienen lugar durante este tiempo, el Viernes Santo enmudece para acompañar la muerte del Hijo de Dios.

Momento antes de la procesión de Viernes Santo en Campo (Huesca).
Durante estas fechas, aparte de combinar encuentros familiares y tradición cristiana, intento hacer un hueco para la reflexión. Me permito deliberadamente entrar en mi interior, buscando esa soledad que todos llevamos dentro a través de momentos de oración, de silencio, de meditación, de reconciliación con uno mismo y con los demás.
Se podría decir que es una pausa necesaria en medio del ruido, las rutinas y otras muchas cosas a las que nos arrastra la vida. Una invitación directa a detenernos y poner orden ante aquello que hemos descuidado y que es fundamental en nuestro devenir.

Procesión de Viernes Santo en Campo (Huesca).
Una soledad que nos debe ayudar a plantearnos la necesidad de servir, pero no como sinónimo de debilidad sino de grandeza. Yo, que me siento viajera, necesito también hacer ese viaje interior y qué mejor que en unos días en los que el pueblo, la comunidad donde hemos nacido, nos permite vivir y compartir, junto con otros vecinos, estos sentimientos tan propios de una Semana Santa.
La mayor parte del tiempo respondemos mensajes de WhatsApp, haciendo frente al aburrimiento, especialmente cuando estamos cansados para comprometernos con alternativas que exigen mayores niveles de esfuerzo y atención.

Paso con mujeres en la procesión de Viernes Santo en Campo (Huesca).
Otras veces nos conectamos a las redes sociales para establecer una comunicación; sin embargo, en contadas ocasiones nos dedicamos a explorar nuestro interior, a ordenarlo y a complacernos con esa especie de tesoro escondido que tanto nos cuesta encontrar.
Después de la soledad del invierno y de una época de lluvias que este año se ha alargado hasta casi finalizar el mes de abril, esta pasada Semana Santa marcó un período en el que, a las puertas de la esperanza de un tiempo benigno, el campo se estaba preparando para presentar una exuberante floración que inundará el paisaje de colores. Con el paso de los días, generará unas líneas que remarcarán la belleza de este espacio donde la naturaleza vestirá sus mejores galas.

Romería a una ermita el lunes de Pascua en Campo.
Y puesto que este tiempo de meditación nos lleva a una contemplación mayor, este poema que he encontrado titulado Refugio en la Soledad refleja cómo se viven estas fechas en pueblos como el mío.
En el silencio de la naturaleza, un refugio se halla,
un lugar donde la soledad no apena, sino que embellece y calla.
Rodeado de árboles y cielo, un espíritu libre vuela,
en la soledad de la naturaleza, la vida no pesa, consuela.
Aquí, la soledad no es un vacío, sino un espacio lleno,
de cantos de pájaros, de un sol cálido, de un viento bello.
Cada momento de quietud, un regalo para el alma,
en la soledad de la naturaleza, se encuentra una inesperada calma.
Lejos del ruido del mundo, en un oasis de paz,
la soledad se transforma, ofrece lo que en otros lugares jamás.
Es un encuentro consigo mismo, con el mundo natural,
un diálogo silencioso, un entendimiento esencial.
En esta soledad, se descubre la belleza del estar solo,
no como una carga, sino como un momento para elevarse del suelo.
En la soledad de la naturaleza, se encuentra un camino,
hacia un entendimiento más profundo, hacia un destino divino.

Procesión de Viernes Santo en Roda de Isábena (Huesca).
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