Recuerdos a la luz de la vela

La Mirada del Lector

La luz de la etapa adulta no nos impacta con la misma fuerza que lo que traemos a la memoria de la infancia

Ampliar A la luz de la vela.

A la luz de la vela.

Gema Abad Ballarín

* La autora forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

Después del apagón del lunes 28 de abril, he sido consciente de la dependencia tan grande que tenemos de la electricidad para todas las labores diarias, desde que nos levantamos hasta el final del día cuando nos acostamos. El caos que se produjo me ha hecho pensar que hemos de aprender a gestionar este tipo de dificultades. 

El simple hecho de estar en casa expectante, sin saber el tiempo que esta situación iba a durar, me ha ayudado a hacer un viaje a los años sesenta y setenta del siglo anterior. 

He podido visualizar la cocina de la casa donde me crie, lugar en el que transcurrieron tantas horas de mi infancia y adolescencia. Ha vuelto a mi mente la imagen de la vela encendida cada vez que se iba la luz. Esta era la solución perfecta para acabar los deberes escolares mientras mi madre recogía la mesa y fregaba los platos. 

A mi padre lo recuerdo pensativo, sentado al lado de la estufa de leña. Mi hermano entraba y salía, quedándome una imagen algo distorsionada de su rol en esa estancia. 

Mi abuela ayudaba a mi madre a realizar tareas domésticas cuando no se empleaba en hacer alguna de sus costuras habituales, y recuerdo a mi abuelo sentado en su sillón y contemplando ese panorama familiar. 

Había momentos de mutismo, pero nuestras miradas se cruzaban en la penumbra y estábamos interconectados a través de conversaciones cortas o simplemente frases que mostraban la complicidad que existía entre todos nosotros. Ni siquiera la radio con pilas se interponía en esos momentos que, sin ser muy habituales, se sucedían con alguna frecuencia.

Reviví sentimientos que cultivamos en circunstancias como esta: la convivencia de los miembros de la familia, cada uno con su cometido; el escucharnos los unos a los otros, pudiendo sumar más conocimientos de nuestras propias vidas; y, tal vez, el ingenio que hacía que ese percance pudiera convertirse en una experiencia inolvidable.

Lejos de recordar tener miedo a la oscuridad, en mi mente queda la luz de la vela y esas veladas que permanecen en la memoria pese al paso del tiempo. Esa imagen la tengo grabada en mi alma como algo de una belleza extraordinaria que no podré borrar en mi vida».

Pienso que la luz de esta etapa adulta no nos impacta con la misma fuerza que lo que traemos a la memoria de la infancia. Quizás sea porque de niños nos sentimos fascinados por un amplio mundo que para nosotros aún es misterioso y está lleno de posibilidades. De mayores, lo que recordamos con añoranza son las sensaciones infantiles.

Hay una frase de Soren Kierkegaard, un filósofo danés del pasado, que quiero recuperar en estos momentos acerca de los recuerdos, que reza así: “La infancia es como contemplar una hermosa región cuando uno va hacia atrás, uno realmente se da cuenta de la belleza en ese momento, ese mismo instante, cuando empieza a desaparecer“”. 

Concluyo diciendo que deberíamos dedicarnos a rememorar y compartir esas imágenes del pasado para que permanezcan con nosotros y nos ayuden siempre a crecer como personas.

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