El grito de la Colometa y la prosa de Rodoreda

Lectores Expertos

Su estilo consistía, según ella, en dejar correr la voz de una joven inocente, que ve el mundo con ojos de niña

Escultura de la Colometa en la Plaça del Diamant.

Detalle de la expresión del grito en la escultura de la Colometa en la Plaça del Diamant.

Lourdes Fernández

* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

Colometa es el personaje principal de La plaza del Diamante (La plaça del Diamant, en catalán), la novela más conocida de Mercè Rodoreda. Colometa tiene una estatua en Barcelona, en el barrio de Gràcia, y la novela, que es honda como un fragmento de cielo bajo la tierra, ha sido traducida a más de treinta idiomas; la autora, por su parte, recibió en vida algunos de los premios más importantes que le dan a los escritores catalanes. Sin embargo, en esta otra orilla y durante mucho tiempo, no escuchaste ni viste nada, nada de Colometa, nada de La plaza, nada de Rodoreda.

No supiste de ellas ni en las aulas ni en los pasillos, no las viste en las vidrieras ni en los anaqueles. Una causa posible del desencuentro fue tal vez el mero azar, haber doblado una esquina justo antes de dar con ellas; otra causa posible, los caprichos del marketing, su juego de luz y sombra sobre el zarzal indefinible de la literatura; otra, los efectos todavía sustanciales del proyecto de unidad española de la dictadura franquista. No llegaban a este lado (y quizás no llegan todavía) noticias de la literatura catalana, o de la gallega, o de la vasca.

Un día, en todo caso, te enteraste. Vino a darse la casualidad del encuentro (pero todo encuentro casual es una cita). Cierta voz imprevista pronunció el nombre de la autora, el título de la novela, y esa misma voz te llevó a ver la estatua luego de que hubieras cruzado el mar. La conversación que se tejió en ese momento, junto a aquel grito de bronce, fue el prólogo que abrió la obra.

—¡Mira, esta es la Colometa! —te dijo la voz, después de que juntos hubieran agotado las calles de Gràcia.

—¿Qué Colometa?

—Colometa, la protagonista de La plaza del Diamante, y esta que estamos pisando es precisamente La plaza del Diamante.

—¡Ah, lo de Rodoreda! ¿Y qué está gritando la Colometa?

—Pues tienes que leer la novela.

—Yo creo que está gritando “¡Viva la República!”, o algo por el estilo.

—No, nada de eso.

—¿Entonces?

—No te lo voy a decir, lindo, tienes que averiguarlo. Pero deberías leerla en catalán.

—Me tardaría diez años.

—Pero vale la pena. Tienes que leerla en catalán.

La escultura a la Colometa, en la plaza del Diamant

La escultura a la Colometa, en la plaza del Diamant.

Propias

Entonces, allí mismo en Gràcia, o quizás en un barrio adyacente, adquiriste las dos copias necesarias, una en castellano y otra en la lengua original. Volviste a creer posible digerir una literatura en su música primigenia. Ya de regreso a tu orilla (y cuando la voz se había quedado en silencio, como un fantasma mudo) iniciaste la labor.

Leías un párrafo de un lado y el equivalente original del otro, pero el ejercicio no duró más de dos páginas. La historia se precipitó con el ímpetu de una roca lanzada por un gigante desde el filo de la montaña. Una fuerza que no te permitió, por lo pronto, detenerte en una lengua desconocida.

Quien lo cuenta todo es la misma Colometa (que al principio se llama de otra manera). Cuenta lo del dibujo de la naranja en las cafeteras, lo del baile bajo el gran toldo en la plaza… la enagua que le apretaba la cintura, el vestido blanco, “les sabates com un glop de llet”, las bombillas vestidas de flores, la madre muerta, los ojos de mono del chico que la obliga a bailar (Quimet), y la manera en que este le impone otra identidad: 

“Lo miré muy molesta y le dije que me llamaba Natalia y cuando le dije que me llamaba Natalia se volvió a reír y dijo que yo solo podía tener un nombre: Colometa”.

Ese cúmulo de mundo que ve y luego narra el personaje, y también sus pensamientos, son lo que configura la prosa de Rodoreda. 

Rodoreda escribió, en un prólogo de 1982 (veinte años después de la publicación de la obra), que el personaje y el estilo de La plaza del Diamante lo había copiado de un cuento suyo llamado Tarde de cine, y que este, a su vez, había nacido del Cándido de Voltaire. Si no hubiese existido el Cándido, dijo, su novela no habría visto la luz del sol.

Vertical

Retrato fotográfico de la escritora Mercè Rodoreda.

Guillermina Puig / Propias

El estilo consistía, agregó en una entrevista, en dejar correr la voz de una joven inocente, que ve el mundo con ojos de niña. Y sí, es cierto, Colometa ‘habla’ todo el tiempo de esa forma simple y fascinante de una chica humilde, que antes de casarse se dedicaba a vender dulces. Ya en su segundo embarazo, por ejemplo, dice: “...y la señora Enriqueta me decía que me tenía que dominar porque, si sufría demasiado, la criatura que se estaba haciendo se pondría del revés y me la tendrían que sacar con hierros”.

Pero luego te diste cuenta de que el tal estilo era un poco más que eso. Era también decir cada tanto lo inesperado, soltar una forma nueva, una imagen rebosada de sueño, malaxar la magia en lo corriente: “El mar no parecía de agua: gris y triste porque estaba nublado. Y la hinchazón que le venía de dentro era la respiración de los peces y la rabia de los peces era la respiración del mar, cuando el mar subía más arriba con crestas y burbujas”. En otra página, sobre las palomas: “Huían como un grito de luz y de alas por encima de las azoteas…”.

Y bueno, con respecto al grito de Colometa… tal como a la voz que te habló junto a la estatua, no te corresponde ahora develarlo. Quizás solo enunciar algunas de sus causas: la pérdida de la inocencia, el cansancio de los huesos, la miseria y el hambre, los zarpazos de la guerra, el espacio vacío de juventud, el paso del tiempo, pero “no el que riza y desriza y colorea las flores (...) sino el que rueda y rueda dentro del corazón y lo hace rodar con él y nos va cambiando por dentro y por fuera y con paciencia nos va haciendo tal y como seremos el último día”.

La plaza del Diamante es una novela sobre la Guerra Civil española, no la de las milicias, de la metralla, del fusilamiento, sino la que se vivió dentro del hogar y en las calles de Gràcia: la angustia de que la miseria no tuviera fin. 

Pero la obra es también, y ante todo, según la opinión de la propia autora, una novela sobre el amor. El que se pierde y luego se recupera. Después del grito, Colometa regresa a casa, se mete en la cama y abraza al ser que la ha salvado del horror… 

...“i amb el cap contra la seva esquena vaig pensar que no volia que se’m morís i li volia dir tot el que pensava (...) I ens vam adormir així, a poc a poc, com dos àngels de Déu…”.

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* Rodrigo Estrada es un escritor colombiano. Ha publicado tres libros de cuentos: El Mundo (2014), Episodios sobrenaturales (2016) y La vida que nos merecemos (2024). Trabaja como editor en la Organización Nacional Indígena de Colombia, ONIC. Dirige la revista de danza y artes escénicas el cuerpoeSpín y el sello editorial emergente Biblioteca el Sol. Reside en la ciudad de Bogotá.

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