* Los autores forman parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia
La opositora venezolana María Corina Machado ha ganado este 2025 el Premio Nobel de la Paz, un galardón que ha despertado opiniones a favor y en contra.
A favor
Manuela Fonseca: “El premio que la dictadura no podrá silenciar”
Cuando el mundo entrega el Premio Nobel de la Paz, no solo reconoce a una persona, ilumina a un pueblo entero que resiste en la oscuridad. Este año, esa luz recae sobre María Corina Machado, símbolo indiscutible de la lucha democrática venezolana. A sus 58 años, su vida se ha convertido en una cruzada espiritual y política, marcada por la persecución, el exilio interior y la inquebrantable convicción de que ningún poder es eterno cuando el pueblo aún recuerda lo que significa vivir en libertad.
El comité noruego destacó su reconocimiento “por su incansable labor en la promoción de los derechos democráticos del pueblo de Venezuela y por su lucha para lograr una transición justa y pacífica de la dictadura a la democracia”.
Machado se ha convertido en la principal voz de resistencia frente al gobierno de Nicolás Maduro, quien asumió el poder en 2013 tras la muerte de Hugo Chávez. El comité subrayó además su papel durante las elecciones presidenciales de julio de 2024, en las que la oposición afirmó haber obtenido una victoria en las urnas que nunca fue reconocida por el oficialismo, que jamás presentó pruebas de su supuesta victoria.
Pero más allá de los titulares, lo que conmueve del recorrido de María Corina es la forma en que ha sostenido su lucha desde la clandestinidad, en un país donde la verdad se susurra entre las sombras. Desde casas prestadas y teléfonos que cambian cada semana, desde el exilio interior de quien no puede mostrarse ni callarse, ella ha seguido enviando su mensaje: un hilo invisible de esperanza que atraviesa las murallas del miedo.
Ha vivido escondida a la vista de todos, convertida en una llama que se mueve bajo tierra, alimentando desde el anonimato la fe de millones de venezolanos. En su silencio forzado, su voz ha sonado más alto que nunca. No empuña armas, pero su palabra tiene filo; no lleva uniforme, pero su cuerpo es su trinchera. Ha hecho de su vida una liturgia de coraje, de su discurso una oración civil. Y en ese sacrificio cotidiano, renunciando a su comodidad, a la seguridad de sus hijos, a la paz de su casa, se ha elevado por encima de la política para encarnar el alma misma de una nación que se niega a morir.
Ha vivido escondida a la vista de todos, convertida en una llama que se mueve bajo tierra, alimentando desde el anonimato la fe de millones de venezolanos
Como tantas otras mujeres galardonadas con el Nobel, su lucha no ha sido solo política, sino existencial. El premio la une a una genealogía de heroínas del siglo XX y XXI: Bertha von Suttner, la primera mujer laureada, que alzó su pluma contra la guerra; Malala Yousafzai, que sobrevivió a un disparo por defender la educación; Nadia Murad, que convirtió su tragedia en voz; Narges Mohammadi, encarcelada por luchar contra la opresión en Irán. Todas ellas, de una u otra forma, ofrecieron su bienestar y su vida, persiguiendo la verdad.
Machado pertenece a esa estirpe. Su cuerpo es testimonio del cansancio, su rostro es la huella de la perseverancia. Cada paso suyo es un desafío al abismo al que se enfrenta cada día. No hay comodidad posible cuando se vive bajo amenaza constante, pero ella no ha claudicado. Cada detención arbitraria, cada allanamiento, cada traición de los suyos, ha sido una piedra más en la construcción de su destino luminoso: liberar a Venezuela del miedo.
El Nobel llega como una brújula moral en tiempos de desesperanza. Significa que el mundo la ve, que su causa no está sola. Pero también encierra un desafío: que la comunidad internacional asuma su parte, que las democracias del mundo no sean cómplices del silencio.
Muchos dirán que un premio no cambia la realidad, y es cierto. Pero puede cambiar la conciencia de los pueblos. Puede recordarnos, como dijo Ronald Reagan, que la paz no es la ausencia de conflicto, sino la habilidad de gestionarlo por medios pacíficos.
María Corina Machado no solo representa la esperanza de Venezuela, sino el recordatorio universal de que aún existen almas dispuestas a inmolarse por la verdad. Ha entregado su sosiego, su familia y hasta su nombre a la causa de un país que respira entre ruinas, pero que no se rinde. Su cuerpo es la evidencia de una resistencia sin armaduras; su voz, la plegaria de un pueblo que se aferra a la memoria de lo que fue y a la promesa de lo que volverá a ser.
El Nobel llega como una brújula moral en tiempos de desesperanza. Significa que el mundo la ve, que su causa no está sola
Ella no busca mármoles ni estatuas: busca rescatar a su pueblo del naufragio, devolverle la dignidad a quienes fueron arrojados al mar del olvido, tender una mano a los que todavía esperan una orilla. Porque cada gesto suyo —cada palabra pronunciada en la sombra, cada aparición que desafía la censura— es una forma de decir: aún estamos vivos, aún somos libres en espíritu.
Ya es tarde para los tiranos que insisten en silenciarla. La historia ha comenzado a escribir su nombre con tinta indeleble, en la misma página donde se inscriben los actos que ningún poder puede borrar. El eco de su voz —nacido en la clandestinidad, forjado en el sacrificio— seguirá resonando mucho después de que los verdugos hayan caído en el olvido. Resonará en las calles donde la gente vuelva a llamarse por su nombre, en los templos donde la fe haya resistido, en los corazones que aún creen que un país puede resucitar de su propia ceniza.
* Manuela Fonseca es periodista y escritora de novelas
La líder opositora venezolana María Corina Machado.
En Contra
Andrés Kogan: “¿María Corina Machado obtuvo el Premio Nobel de la Guerra?”
La reciente entrega del Premio Nobel de la Paz a María Corina Machado ha desatado una oleada de reacciones encontradas, desde celebraciones hasta duras críticas en el ámbito internacional. Si bien Machado ha sido una figura destacada en la denuncia del autoritarismo en Venezuela, sus posturas en favor de la intervención militar de potencias extranjeras y su respaldo incondicional a las políticas coloniales y genocidas de Israel contra el pueblo palestino solo nos muestran a una persona a la que poco le importa realmente la defensa de la democracia y los derechos humanos.
Es cierto que no se puede desconocer el contexto venezolano, donde el régimen de Nicolás Maduro ha consolidado una dictadura marcada por la represión sistemática, en la cual ha destruido las instituciones democráticas del país, controlando el poder judicial, los medios y las fuerzas armadas para perpetuar su mandato. De ahí que exista una crisis humanitaria alarmante, en la que millones han huido del país debido al hambre y la falta de servicios básicos, todo bajo un supuesto “socialismo del siglo XXI” que ha enriquecido a una élite mientras empobrece a la mayoría.
Tampoco se puede omitir el vergonzoso fraude electoral de julio de 2024, el cual sólo ejemplifica la impunidad del gobierno de Nicolás Maduro, que está dispuesto a todo con tal de mantenerse en el poder, a costa de la represión, la persecución y el arresto de manifestantes, a través del uso de una absurda retórica revolucionaria y antiimperialista, respaldada lamentablemente por sectores de izquierda miopes, fanáticos e incapaces de ver que lo que está pasando en Venezuela es gravísimo y no puede seguir siendo respaldado.
Sin embargo, esa crítica a la actual dictadura en Venezuela no puede hacerse cómplice del apoyo a una persona como María Corina Machado, quien ha sido una de las voces más fanáticas de la oposición, promoviendo abiertamente la idea de una intervención militar extranjera para derrocar a Maduro. A lo que se añade su solidaridad incondicional con el Estado de Israel, defendiendo sus operaciones en Gaza, que han causado decenas de miles de muertes civiles y han sido calificadas como genocidio por expertos de la ONU y organizaciones como Amnistía Internacional. .
Esa crítica a la dictadura en Venezuela no puede hacerse cómplice del apoyo a María Corina Machado
Por lo mismo, resulta vergonzoso e insultante para quienes defendemos la democracia y los derechos humanos en todos los países del mundo, sin excepción, que luego de que María Corina Machado se enterara de haber recibido el Premio Nobel de la Paz, planteara que cuenta con el apoyo de un personaje como Donald Trump, el cual se ha dedicado todo este tiempo a denigrar y a humillar a países, gobernantes y a la población migrante en Estados Unidos, como si fuera una especie de sheriff a nivel mundial, vulnerando así principios básicos.
Dicho lo anterior, resulta incomprensible que el Comité Noruego del Nobel justifique la elección destacando los esfuerzos de Machado por la democracia en Venezuela, donde, si bien es cierto que ha enfrentado inhabilitaciones arbitrarias y persecución, no tome en consideración su aberrante apoyo al Estado de Israel y que pida una intervención militar externa en Venezuela, lo que generaría muchas más muertes y destrucción hacia un pueblo que lo que necesita es esperanza y no más negación.
Por eso es que esta elección de María Corina Machado como Premio Nobel de la Paz 2025, así como en otras ocasiones, parece responder más a intereses geopolíticos de las potencias occidentales que a la selección de alguien que tuviera una vida dedicada a la defensa de la paz a nivel global, por lo que debieron elegir a una persona distinta, que fuera intachable y que no tuviera tal nivel de incongruencias.
Esta elección de María Corina Machado como Nobel de la Paz parece responder más a intereses geopolíticos de las potencias occidentales
En un mundo marcado por guerras y vulneraciones de derechos en distintos lugares, el Nobel debería honrar a quienes priorizan el diálogo genuino, no a figuras cuya retórica incluye elementos belicistas y que incitan a la violencia de manera explícita, como es el caso de María Corina Machado, quien no dimensiona el daño que le hace a la democracia en Venezuela, ya que termina por relativizar e instrumentalizar la defensa universal de los derechos humanos.
Criticar al gobierno autoritario de Nicolás Maduro es esencial y necesario, pero avalar posturas extremas en la oposición no contribuye en nada a una paz sostenible en Venezuela, generando un pésimo escenario para quienes queremos realmente una salida democrática ahí y para que los millones de venezolanos y venezolanas puedan retornar con seguridad a un país que ha sido robado por corruptos y criminales.
Por último, ojalá este premio a Machado no empeore la situación en Venezuela, sino que fomente una transición democrática basada en la reconciliación interna, la empatía y el respeto internacional. De lo contrario, el Premio Nobel de la Paz puede convertirse en un símbolo vacío o un Premio Nobel de la Guerra, más alineado con intereses políticos específicos que con principios universales, así como pasó en otros momentos de la historia con el premio otorgado a Barack Obama y a Henry Kissinger.
* Andrés Kogan Valderrama es sociólogo. Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea. Diplomado en Masculinidades y Cambio Social
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