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La carencia afectiva en la etapa infantil

Lectores Expertos

Es conveniente abordar aspectos psicológicos y valorar el entorno social donde el niño o niña se desenvuelve

Una niña con una rabieta.

Freepik

* El autor forma parte de la comunidad de lectores de La Vanguardia

Es una realidad contrastada que las consultas pediátricas revelan una alta incidencia de problemas de índole psicológica y en contextos sociales y familiares muy diversos. Por este motivo, junto a la exploración clínica clásica, puede ser conveniente abordar los aspectos psicológicos y valorar el entorno social donde el niño/a se desenvuelve.

La OMS ya dio la voz de alarma afirmando en 1970 que, a pesar de la elevada incidencia de trastornos psicológicos y sociales en niños y adolescentes, se prestaba una atención muy escasa. Aunque Spitz y Robertson ya habían investigado con anterioridad, los primeros trabajos dedicados a la Salud Pública fueron llevados a cabo por Stevenson y Graham (1975) estudiando trastornos de conducta en niños de tres años.

La carencia afectiva no es una realidad histórica sino que tiene plena vigencia en nuestro tiempo que merece la pena que reflexionemos para conseguir una mejor atención a nuestros pequeños pacientes. Revisaremos superficialmente en este artículo algunos conceptos como signo de alarma, riego psico-social y vulnerabilidad.

Signo de alarma

Signo de alarma es un concepto clínico que permite la detección precoz de una evolución psico¬patológica. Mazet y Stoleru (1990) distinguen cuatro aspectos: expresión somática, trastornos del desarrollo, alteraciones del desarrollo y expresión mental. Doménech E. (1993) clasifica los signos de alarma psicopatológica en cinco grupos: mala vinculación afectiva, mala comunicación intencional, alteración en el pensamiento simbólico y funcionamiento cognitivo, sintomatología psicosomática y alteración de la psicomotricidad.

Riesgo psico-social

Riesgo psico-social es toda característica o circunstancia determinable en una persona o grupo de personas asociada a un riesgo anormal de existencia o de evolución a dicho proceso. Doménech E. considera los factores de riesgo en biológicos y psicológicos;

  • Biológicos: exposición pre-natal a tóxicos, drogadicción materna, hipotiroidismo, fenilcetonuria, bajo peso para edad gestacional, hipermadurez, partos distócicos, desnutrición pre-natal.

  • Psicológicos: características temperamentales del mismo niño. El niño difícil (Thomas et al, 1978; Meares et al, 1982).

  • Riesgos del entorno: familiar y social (suburbios, deprivación económica y cultural, hospitales e instituciones). Debe tenerse en cuenta la interacción entre los diferentes factores de riesgo, los factores que pueden actuar protegiendo al niño contra el riesgo ambiental y la especial vulnerabilidad de cada niño en genera l(Anthony, 1980 )

Soulé y Noel (1977) establecen tres niveles de riesgo: I, II y III, cuando se reúnan al menos seis de las siguientes características: trastornos de inicio del sueño, sueño agitado, pesadillas, asma, otitis de repetición, bronquitis repetidas, hospitalización superior a tres días entre los 18 y 36 meses, reacciones coléricas, malhumor, caprichos alimenticios, falta de objeto transicional, difi¬cultad de jugar solo, haber tomado medicamentos sedantes, diversos accidentes entre los 18 y 36 meses, madre nerviosa con insomnio, depresión.

Choquet y Davidson (1987) realizan un estudio longitudinal en el distrito XIV de París, basado en estos ítems descritos. Encontraron una prevalencia del 31% de niños de riesgo psicosocial.

Brasselet-Reynaud (2002) atendió a 870 niños remitidos por pediatras, psiquiatras, médicos escolares, logopedas y psicólogos por presuntos problemas de aprendizaje, diagnosticando un 24% de alteraciones del lenguaje oral, un 35% de lenguaje escrito, un 15% de alteraciones no verbales y un 26% de TDAH.El 45% de los 870 niños7as derivados no presentaba alteraciones

San Román (2002) hace un estudio de prevalencia de trastornos del desarrollo psicoafectivo encontrando cifras de afectados del 25% .

Callabed (2005) realiza un estudio de detección precoz de problemas de desarrollo en niños7as de 2 y 3 años en Escuelas Infantiles de un barrio de Barcelona obteniendo resultados de alteraciones cognitivas del 27%,psicosomáticas del 22%, conductuales del 20%, y emocionales del 27%.

Niña alterada, en el supermercado.

Antonio Diaz/iStockphoto

Vulnerabilidad

Ante el mismo riesgo no todos los niños presentan los mismos trastornos, y los factores personales juegan un papel importante constituyendo una vulnerabilidad mayor o menor.

La presencia de factores protectores como alta autoestima, capacidad para resolver problemas, o ambientes familiares armoniosos, reduce la posibilidad estadística de incidencia de patologías (Moreno y Ruano, 1988).

Rodríguez Sacristán (1995) plantea que la regla de oro en la determinación de las causas de los trastornos psíquicos en la infancia es la que defiende la co-causalidad y la multifactorialidad.

Relación madre-hijo

El niño está dotado de tal manera que parece responder de una forma peculiar a los estímulos que provienen de seres humanos. Sobre estas premisas se originará, según J. Bowlby, el “apego”. Los esquemas “inscritos” se pueden transformar durante la evolución y convertirse en elementos de relación.

Según Ajuriaguerra, la sonrisa no es únicamente una reacción a excitaciones externas, sino que entra en el marco de relación madre-hijo como un metalenguaje.

Para Winnicott, gracias a los cuidados que recibe de la madre, cada niño está preparado para tener una existencia personal y comienza a edificar lo que podríamos llamar “el sentimiento de ser en continuidad”.

Para M.Soulé, el modo de relacionarse de cada madre depende de condiciones familiares y sociales desde el nacimiento, embarazo, parto, y la evolución afectiva anterior de la madre.

La práctica de la aproximación “piel con piel” desde las primeras horas, con los cuidados matemos, creándose una interactividad que comporta intensos intercambios afectivos a través de diálogos “piel con piel” “olor a olor” “equilibrio a equilibrio” es un aprendizaje mutuo que va bien al bebé y a su madre.

Enfado madre e hijo.

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La carencia afectiva

Es la situación en que se encuentra un niño que ha sufrido o sufre la privación de la relación con su madre o un sustituto materno y que padece el déficit de atención afectiva necesaria en la edad temprana.

Puede manifestarse por negligencia y abandono o bien por rupturas como divorcio, hospitalizaciones repetidas, etc. La ausencia grave de estimulación afectiva por parte de los adultos que juegan un papel importante a nivel de relación afectiva, provoca síntomas clínicos que se expresan en trastornos somáticos, afectivos y conductuales.

El término de “carencia afectiva” señala tanto la causa (déficit de estimulación afectiva ¬maternal) como la consecuencia (clínica somática, afectiva y conductual con retraso en la madu¬ración afectiva del niño). Hay varios tipos de carencia afectiva:

  • Hospitalismo

El hospitalismo es otra forma de observar la carencia de cuidados maternales y sucede cuando se prolonga la estancia en una institución con gran carencia de cuidados maternales. Los niños después de haber pasado una fase de privación parcial, caen en un estado muy grave, completamente pasivos, con la cara inexpresiva, comenzando a presentar estereotipias motoras rítmicas. Spitz ha comparado el desarrollo psicoafectivo de dos grupos de niños que vivían en dos instituciones distintas cuyas condiciones materiales eran similares: la vivienda era excelente y la higiene satisfactoria.

1. Niños de madres residentes en instituciones penitenciarias: cada madre podía a pesar de todo ocuparse de su hijo durante el día, con la ayuda de una enfermera competente: Spitz denomina guardería (casa para niños) este tipo de institución.

2. Niños ubicados en orfelinatos: éstos habían vivido tres meses con su madre, después han sido confiados a una institución denominada “found-ling home” por Spitz. Las condiciones del lugar son las siguientes: Habitáculo excelente, los cuidados higiénicos y dietéticos satisfactorios; una enfermera responsable de 8-10 niños, a los que aporta el calor del contacto humano durante buena parte del día.

Spitz establece un cociente de desarrollo (CD) basado en la relación entre el desarrollo psicoafectivo y la edad cronológica del niño (media: 100) en referencia a las medidas siguientes:

1. Desarrollo corporal (marcha)

2. Habilidad manipulatoria (comer solo, vestirse solo)

3. Adaptación al medio (control esfinteriano)

4. El desarrollo del lenguaje.

Los niños de estos dos grupos se siguieron hasta la edad de cuatro años. Los resultados obte¬nidos son los siguientes: el cociente de desarrollo (CD) queda relativamente estable en la nur¬sery, sin embargo, disminuye con la edad en el “found-ling home”: establecido en 130 al inicio, baja hasta 70 al final del primer año y desciende hasta 45 al final del segundo año. A los cuatro años de edad, los niños tienen un retardo en la talla y peso (retardo estato-ponderal); muchos no caminan, ni se mantienen en pie, ni hablan, y la tasa de mortalidad es alta; esto se debe a una vulnerabilidad a las afecciones somáticas. Sobre 91 niños controlados en el “found-ling home” 27% murieron antes de finalizar el primer año, y 37% antes de finalizar el segundo año.

Spitz denomina a estos trastornos síndrome de hospitalismo o carencia afectiva total; se trata del conjunto de síntomas derivados de la vida en una institución. Este estudio muestra la rela¬ción entre la presencia o ausencia de cuidados maternales y el desarrollo psico-afectivo del niño (enCD)

Los resultados de los trabajos de Spitz se han confirmado por la similitud con los de otros autores (Aubry, 1995; David, 1962; Ainsworth, 1961); en términos generales se concluye que la privación afectiva influye en el desarrollo físico.

El hospitalismo del año 2000 descrito en orfelinatos rumanos( Spira, Scippa y col) confirma la severidad de las consecuencias de una carencia precoz, severa y prolongada de cuidados maternales.La prohibición de la contracepción y el aborto que existía en aquel país dio a los padres la posibilidad de donar sus hijos a las instituciones del Estado ( leagan ).Los 54 niños ingresados en dichas instituciones fueron estudiados con la escala de Bayley y valorando el desarrollo cognitivo, motricidad fina y global y la interacción social.a la edad de 8 meses tenían una edad de desarrollo de 4,5 meses. A la edad de 32 meses la edad mental media era de de 18 meses. El desarrollo motor estaba menos retardado.

Madre junto a su hij.o

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Según la asociación de psiquiatras americanos los criterios clínicos son los siguientes (DSM-3):

1. Aparición del síndrome antes de los ocho meses.

2. Ausencia de los cuidados necesarios para el desarrollo de lazos afectivos (por ejemplo, carencia o “dejadez” afectiva severa, aislamiento social en una institución).

3. Ausencia de respuesta social, como las siguientes manifestaciones (los comportamientos que debemos buscar dependen de la edad del niño y se deben modificar en caso de prema¬turidad):

- Menos de dos meses: no mira los ojos ni los rostros.

- Después de dos meses: no responde con sonrisa a la máscara humana; no mira a la cuidadora;

- No es sensible a la voz de la cuidadora ni se gira hacia ella;

- A partir de cinco meses: no responde a la voz de la cuidadora; no hay un movimiento de anticipación cuando se lo toma en brazos; no participa suficientemente en los juegos propuestos.

4. Presencia al menos de tres de las manifestaciones siguientes:

- Grito débil

- Sueño excesivo

- Falta de interés por el entorno

- Hipomovilidad

- Hipotonía muscular

- Débiles reflejos de rechazo y de prensión después del alimento

5. Pérdida de peso o retardo ponderal respecto a la edad, no explicable por una alteración física. En este caso, el retardo ponderal (pérdida de peso expresada en centiles es habi¬tualmente más importante que el retardo de talla). El perímetro craneal es normal.

6. El síndrome no es debido a un trastorno físico, a un retardo mental o a un autismo infantil.

7. El diagnóstico se confirma si el cuadro clínico varía rápidamente después del inicio de cui¬dados adecuados (por ejemplo, una hospitalización de corta duración).

Los trabajos de Spitz y otros investigadores han obtenido importantes conclusiones prácticas en lo que concierne a niños ubicados en institución (hospital, centro de acogida).

- Interesa que el sustituto materno (enfermera, educador) tenga a su cargo un número limi¬tado de niños a fin de que se puedan beneficiar de los cuidados necesarios, en función de su edad.

- Conviene que el niño esté a cargo de un número limitado de personas para que pueda desarrollar una relación estable y continua con sustitutos maternos significativos.

- Conviene que el niño reciba los cuidados físicos elementales (alimentación, higiene, etc) pero que también pueda beneficiarse de tratos maternales no estrictamente materiales (comunicación verbal, canciones, contacto corporal, masajes).

- El peligro de la ubicación en un centro es que el niño quede confiado a un gran número de personas y que ninguna se responsabilice de él: por ello el niño no podrá desarrollar una relación correcta con el adulto.

Una madre besa a su hijo pequeño.

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  • Depresión anaclítica

La depresión anaclítica descrita por Spitz es el estado estuporoso en que se sumerge al niño privado bruscamente de cuidados maternales. Hace esta descripción clínica:

“En la primera fase los niños se vuelven llorones, exigentes y se apegan al observador que toma contacto con ellos. En la segunda fase los llantos se transforman en chillidos. Hay pérdida de peso y el proceso de desarrollo se detiene. En la tercera fase hay rechazo al contacto y una postura característica que es la de permanecer la mayor parte del tiempo tendidos boca abajo en su cuna. Hay insomnio, pérdida de peso continuada, tendencia a contraer enfermedades intercurrentes, generalización del retraso motor, rigidez de la expresión facial. Posteriormente la inmovilidad de la cara es estable y persistente. Los llantos cesan y son reemplazados por gemidos raros. El retraso global aumenta y puede llegar a ser letárgico”.

Spitz verifica si la regresión demostrada durante la separación demostrada durante la separación puede repararse cuando el niño retorna a su medio adecuado. Constata que: si antes de un período crítico, que se sitúa entre el final del tercer mes y antes de que termine el quinto mes (de separación), restituimos la figura materna a su hijo, o conseguimos encontrar un sustituto parental aceptable para el bebé, el trastorno desaparece con una rapidez sorprendente. 

Spitz da las cifras de CD registradas durante la separación y después del retorno con su madre o sustituto materno; constata que si la separación no es demasiado larga, los efectos nefastos desaparecen, mientras que si la separación es prolongada, el retorno con la madre no resuelve plenamente el retardo en el desarrollo.

Spitz denomina a estos trastornos depresión anaclítica o carencia afectiva parcial: el niño ha estado atendido viviendo unas buenas relaciones con su madre, y luego ha sido emplazado en una institución donde se ha visto privado de afectos de manera aguda.

Tanto el síndrome de hospitalismo como la depresión anaclítica muestran la importancia en la relación madre-hijo

Tanto el síndrome de hospitalismo como la depresión anaclítica muestran la importancia en la relación madre-hijo para un buen desarrollo psico-afectivo: el período de vida que se sitúa entre 8 y 18 meses será, según Spitz, el más crítico en cuanto a la vulnerabilidad del niño ante la pérdida del objeto (la madre). Spitz denomina a este período fase objetal; se trata de una fase intermediaria que aparece después que el niño ha establecido una relación de dependencia estable y segura y antes que tenga suficiente edad para ser autónomo: ésta se sitúa entre el momento en que el niño se enfrenta a la angustia ante el extraño y la angustia de separación (hacia 6-8 meses) y aquél en que se adquiere la permanencia del objeto (hacia 15-18 meses).

  • Carencia por discontinuidad

La separación de la figura materna y del niño es un acontecimiento posible en las condiciones actuales de vida (hospitalización, divorcio, trabajo excesivo, viajes etc.).

La separación no es necesaria¬mente generadora de carencia afectiva, pero puede eventualmente serlo si ésta se repite o no está suficientemente prevista, pues el niño no puede tener relación satisfactoria con un sustituto materno a lo largo de una separación relativamente larga.

El período crítico de la separación son el momento en que el niño distingue a su madre de los extraños y se une a ella (Spitz: 8 meses) y el momento en que mantiene la unión con su madre aun estando lejos de ella (Spitz: 18 meses); algunos autores sitúan este período entre 6 meses y 2 ó 3 años (Bowlby) con un límite de hasta 4 ó 5 años.

La reacción del niño durante la separación muestra una secuencia precisa. Bowlby (1962) observó un grupo de niños hospitalizados de edades entre 15 y 30 meses que presentaban angustia de separación en tres fases sucesivas: protesta, desesperanza y desinterés. Los niños vivían en unas condiciones relativamente adecuadas en cuanto al sustituto materno (personal de enfermería) y en condiciones menos extremas que aquellos niños observados por Spitz.

Fase de protesta: el niño llora, sacude la cuna, se balancea a derecha y a izquierda, busca a sus padres, los reclama (sobre todo en el momento de dormir); no se consuela. El niño se esfuerza para obtener la presencia de la madre y está atento a todo lo que ocurre. Al cabo de dos o tres días, los signos de angustia se atenúan. Es necesario notar que el llanto se desencadena igual cuando el sustituto materno le dedica los cuidados habituales de la madre (aseado, vestirlo).

Fase de desesperanza: los movimientos activos disminuyen, el niño llora de forma monótona e intermitente; rechaza la comida y el vestirse; se vuelve pasivo y se repliega en sí mismo; no hace ninguna demanda. Parece que el niño está tranquilo, parece que ha aceptado la situación como positiva, pero de hecho ésta en una situación de duelo: la madre se considera desaparecida para siempre.

Fase desinterés: el niño acepta los cuidados ofrecidos por no importa cual sustituto maternal (las enfermeras); come bien, se divierte con los juegos, sonríe y se muestra sociable. Cuando su madre lo visita el bebé puede estar apático, no la reconoce e incluso la rechaza; normalmente grita o llora al veda; el interés hacia la madre se pierde.

Las observaciones de Bowlby en cuanto a las fases sucesivas han estado confirmadas posteriormente (Robertson 1962): otros estudios de niños de 6 meses a 4 años de edad demuestran que, cuando la separación se prolonga, pueden manifestarse una serie de síntomas:

- Enlentecimiento del desarrollo afectivo y cognitivo con disminución, a veces importante, del CD y del CI (WPPSI).

- Enfermedades físicas, una gran vulnerabilidad a las infecciones y una morbilidad frecuente.

- Trastornos psicosomáticos tales como la anorexia, la enuresis, los trastornos del sueño, etc.

- Síntomas de línea depresiva: humor disfórico, auto desvalorización, falta de energía e interés.

Una madre acude a consolar a su hijo recién nacido.

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  • Carencia por distorsión ambiental

Se trata de la carencia afectiva que el niño padece en el ámbito familiar, debido a condiciones socioeconómicas difíciles o por falta de estimulación socio-cultural. El perfil de las familias pre¬senta a menudo ciertas características asociadas a la pobreza afectiva:

- Las relaciones interparentales son conflictivas o incoherentes (violencia, alcoholismo).

- La pareja parental se separa y retorna en repetidas y transitorias ocasiones.

- La inserción laboral es problemática para los padres, y particularmente para la manutención familiar.

- La familia está normalmente disociada: la madre se ocupa sólo de los niños, el padre está ausente (separación, prisión).

- La familia vive en un barrio desfavorecido y con una relación social restringida (ocio, amigos).

- La familia es, a menudo, numerosa; muchos nacimientos (los abortos espontáneos son más frecuentes que en otros medios).

- Las normas de funcionamiento familiar son inexistentes o incoherentes; los niños se espabilan y crecen solos.

- Los cuidados físicos y afectivos dados a los niños son justo suficientes, corresponden al mínimo vital.

- Los niños, en función de la edad son, a veces, víctimas de negligencia física grave, o incluso de violencia o abusos físicos.

La carencia por distorsión no es debida necesariamente a la ausencia o separación de los padres, sino a un investimiento afectivo superficial y una alternancia de dependencia extrema y hosti¬lidad abierta e intensa. Las investigaciones empíricas y la observación clínica han permitido identificar las consecuencias de la carencia por distorsión sobre el desarrollo de sujetos nacidos de tales familias:

- En la primera infancia: la tasa de mortalidad infantil y de enfermedades físicas es más elevada que en la media de la población.

- En la edad preescolar y escolar: el niño, presenta trastornos del lenguaje, y otros retardos importantes: problemas de locución, pobreza de vocabulario, dificultades gramaticales y sintácticas.

- En la edad escolar: muchos niños presentan un retraso intelectual y trastornos de aprendizaje: el CI se sitúa, a menudo, en un nivel de inteligencia límite o de debilidad ligera (CI entre 55 y 85); el niño tiene frecuentes fracasos escolares.

- En la edad escolar y adolescencia: trastornos del comportamiento, actitudes de inhibición, de retraimiento, actitudes de oposición y de hostilidad.

- En la adolescencia. Los comportamientos antisociales y los actos impulsivos son frecuentes; en cambio los trastornos psicóticos o las organizaciones neuróticas son raros; el paso al acto es la única expresión posible de oposición a la verbalización y a la mentaliza¬ción; estos síntomas del estado límite se pueden observar.

- En la edad adulta: la marginalidad, la dificultad adaptativa, la inestabilidad en las relaciones personales, los conflictos conyugales y a la pobreza de la competencia parental son los aspectos más significativos; el cuadro clínico expone con claridad el estado límite.

Hay aspectos sociales importante a considerar y que incluyen: características paternas nivel bajo de educación, enfermedad psiquiátrica, abusos o negligencias, criminalidad, familia monoparental, familiares como estrés familiar, violencia, divorcio de los padres, acontecimientos traumáticos, dificultades laborales, así como falta de recursos de soporte social. Cada caso es preciso estudiarlo de una forma individualizada con el máximo respeto y prudencia.

Síntomas somáticos

Diversos trastornos somáticos pueden aparecer en el cuadro de carencia afectiva severa.

  • Retardo estato-ponderal: el niño carencial puede presentar, sobre todo en el caso de una importante hipoestimulación afectiva, un retardo en el crecimiento físico que lo sitúa significativamente por debajo de la media de su edad. El sentimiento de abandono y tristeza explica que el niño tenga menor interés por la comida y que esté insuficientemente alimentado, no sintiéndose investido afectivamente por los padres nutridores. El retardo estato-ponderal no se explica sólo por una carencia alimentaría sino por la pobreza afectiva en la relación durante la alimentación.

  • Propensión a enfermedades y accidentes: el niño carencial puede presentar menores resistencias a las infecciones dado que los mecanismos de defensa inmunológicos están menos desarrollados debido a la débil pulsión de vida. Por ello, el sentimiento de responsabilidad hacia su cuerpo no está muy desarrollado, es más negligente y puede, pues, contraer más fácilmente ciertas enfermedades o ser victima de pequeños accidentes.

  • Alteración del esquema corporal: la integración de las diversas sensaciones corporales (cinestésicas) son defectuosas en general; la carencia afectiva no permite desarrollar una imagen corporal armónicamente organizada, integrada; se observan principalmente dificultades de la coordinación motora (por ejemplo en los deportes), una torpeza motriz global, síntomas de hiperactividad. La integración sensorial-motriz es insuficiente dado que el cuerpo no está investido en el estadio narcisista.

Madre abrazando a su hijo.

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Síntomas cognitivos

Las perturbaciones cognitivas aparecen en diferentes áreas.

  • Retardo intelectual: el niño carencial muestra normalmente un retardo intelectual con un CI inferior a la media. Este retardo intelectual es debido a la falta de estimulación socio¬cultural durante la primera infancia (antes de los seis años). La inteligencia lenta o límite conlleva normalmente trastornos en el aprendizaje o déficit de rendimiento escolar.

  • Trastornos de lenguaje: el niño carencial muestra normalmente un retardo en el desarrollo del lenguaje, así como trastornos más específicos (trastornos en la articulación, retardo en el inicio de la palabra del lenguaje). El sujeto descuida la esfera de la verbalización en beneficio de la esfera de la acción; el vocabulario y la comunicación son pobres. Por ello, la prueba de inteligencia muestra un décalage entre la parte verbal (CIV) en la que se demuestra un pensamiento concreto y práctico suficiente. Las capacidades de mentalización están restringidas, mientras que el paso al acto está facilitado.

  • Desorientación temporal: el niño carencial difícilmente puede valorar el tiempo de una forma objetiva: considera los momentos agradables como muy largos. Por ello, no puede llegar a construir una historia con un pasado y un futuro; tiene dificultades en situar en el tiempo las fechas importantes de su vida, o en acordarse de acontecimientos significativos que lo han marcado; también tiene dificultades en anticiparse al devenir y hacer proyectos realistas.

Estimulación

El niño necesita estímulos para su organización según N.M. Chtchelovarnov (citado por D.B. Elkonin) si los estímulos externos no existen o son insuficientes la organización de la corteza cerebral se detienen o se realza incorrectamente, incluso estando el córtex anatómicamente preparado ya para funcionar.

Para N.W. Fax cuando un pattern no se ha manifestado es imposible conseguirlo si el periodo crítico de su desarrollo y de su consolidación ya ha pasado.

Es decir, la estimulación es esencial para el mantenimiento, el desarrollo y la maduración de los sistemas neuronales. Está demostrado que la privación precoz de alguna modalidad de aferencias puede afectar en gran manera los “modelos” de comportamiento ulteriores de la vida, al estar dislocada la organización negro-conductual. Todo el mundo está de acuerdo en admitir que la carencia de estimulaciones puede alterar el desarrollo del niño.

Los estímulos no tienen únicamente valor informativo, también tienen valor formativo. Las aferencias sensitivo-sensoriales tienen un valor formativo en cuanto a la reacción que provocan. Esta reacción es parte integrante de la actividad sensitivo-motriz y no se puede separar ni siquiera del inicio de percepción misma.

Los estímulos no tienen únicamente valor informativo, también tienen valor formativo

Spitz hace jugar un papel importante a la falta de estimulación entre los factores de frustración en el hospitalismo. La carencia sensitivo-sensorial, a pesar de ser difícil separar de la carencia maternal, es más patogénica si se ejerce sobre un organismo en desarrollo. El lactante confinado en su cuna, incluso agarrado a ella sufre una desorganización de las sensaciones que se refieren a su propio cuerpo. El episodio carencial en el lactante no solo bloquea o retrasa el aprendizaje, sino que modifica considerablemente lo vivido, y tales experiencias dejan obligatoriamente una huella sobre la personalidad en curso de formación y estructuración.

Mucho más que estadísticas

Un 25 a 30% de niños pueden tener alteraciones de tipo psicosocial detectables en edades tempranas. Autores como Costello aseguran que solo se detectan una tercera parte de niños y jóvenes con problemas psicosociales existiendo por tanto una importante morbilidad oculta.

La carencia afectiva no solo es una realidad “histórica” sino que tiene plena vigencia en nuestra realidad social actual. El pediatra puede ser un observador privilegiado para la detección precoz de estos trastornos.

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