La interpretación más generosa o más piadosa de la locura de estos días la publicó este diario: entre Putin y Trump han creado nada menos que un nuevo orden mundial. Conocidas las intenciones y codicias de ambos iluminados imperialistas, yo solo sé decir: si este es el nuevo orden que van a crear, que Dios nos coja confesados, porque después de la experiencia no tendremos otro destino que el de solicitar acogida en el Reino de los Cielos, donde espero que para entonces no reine ninguno de los dos salvadores de la humanidad.
Por eso este cronista cree más en otra narración que se parece mucho a esta: érase una vez un gobernante, coleccionista a su vez de grandes patrimonios personales, que miró con ansiedad –con hambre, diría yo– las tierras raras y otras riquezas de Ucrania, sintió envidia de otro ansioso llamado Putin que se las estaba quedando, y quiso participar en el festín. Con Ucrania a tiro de bomba y la mirada puesta en Groenlandia (Canadá está muy verde), se puso al lado de Putin, y prometió comprarle las tierras raras y apoyarle en su exigencia de quedarse con los territorios ucranios ya conquistados por Rusia.
¿Y cómo se disimula esa fechoría? Falsificando la historia, como hicieron siempre los vencedores. Y, para falsificar la historia, hay que tener un relato alternativo. Asume sin filtro el relato de Putin: no fue Rusia quien invadió Ucrania, sino que Ucrania provocó la invasión; Zelenski es un dictador al que hay que derribar. Entiende Trump que, si lo consigue, puede aspirar incluso al Nobel de la Paz. Ningún asesor le aconsejará que no diga esas cosas porque, si lo hace, será fulminado. Y, si algún medio informativo le empieza a contar sus mentiras como hizo The Washington Post , le saldrá el Groucho que Trump lleva dentro: “¿Va usted a creerme a mí o va a creer lo que ven sus propios ojos?” Con esa profunda carga ética y doctrinal, el presidente americano habrá ganado un apoyo básico para cuando plantee la anexión de Groenlandia.
Tiempos desquiciados. Que la falsedad, el engaño, la manipulación y la desinformación sean los motores de la política es la señal más triste de lo bajo que ha caído el noble ejercicio de gobernar los pueblos. Ha vuelto un reinventado feudalismo, cuyas víctimas seremos los europeos, sometidos a las imposiciones de dos autócratas que quieren repartirse el mundo y solo se frenan ante el poderío de China.

Donald Trump
Frente a ellos, esa Europa desorientada, cansada, vieja y tecnológicamente instalada en el “que inventen otros” ofrece un espectáculo de miedo a ser los próximos invadidos; de desunión frente al poder unipersonal de sus posibles agresores y de debilidad por falta de ejército y de criterios comunes de defensa. Las divisiones internas son marca España, porque la falta de diálogo se lleva incluso a toda la política exterior, supongo que hasta que veamos tanques en los Pirineos. Estamos en el peor trance desde 1945 y, que sepamos, no hubo ni la menor llamada del poder a la oposición. Si la hubiera habido, Sánchez llevaría a Kyiv algo más que su apoyo, que, aunque sea de presidente, parece un apoyo personal.
RETALES
Fainé. Cuando veo que el Gobierno acude a Criteria para salvar la españolidad de grandes empresas, pienso que La Caixa es tan decisiva como el Estado. Cuando veo los 655 millones que la Fundación La Caixa dedica a obra social, lo tengo que matizar: el Estado es Isidro Fainé.
Militar. Ocurrente esa parte de la izquierda que argumenta que no importa la cantidad del gasto militar, sino su eficiencia. ¿Cómo se mide eso? ¿Qué es la eficiencia en tiempo de paz? ¿Y eficiencia en caso de guerra es matar más y mejor?
Vivienda. Gran noticia el récord de firma de hipotecas. Pero intriga un detalle: si, como se dice, la vivienda se ha vuelto inasequible para las clases medias, ¿quién se está quedando con la propiedad inmobiliaria?
Datos. Según el testimonio de Álvaro García Ortiz, no tenemos ni idea de la cantidad de información que hay en el teléfono del fiscal general. Se supone que, además, es muy valiosa. ¿Y se deja perder por la seguridad de su titular? Eso sí que tendría que ser un delito.
Beso. Al margen del Papa y los nuevos estadistas Putin y Trump, la imagen de la semana ha sido la de los besos de las vicepresidentas María Jesús Montero y Yolanda Díaz. ¡Qué agitación! ¡Qué frenesí! ¡Qué cariño apasionado! ¡Qué milagro de convivencia gubernamental! ¡Qué folklóricas! ¡Qué aparente obediencia a un mandato de arreglo! ¡Qué arte de disimulo! ¡Qué políticas!