El motor tuneado de la historia

El escaparate

Interesante entrevista de Xavi Bundó (Vía Lliure, RAC1) a Oriol López, responsable de una empresa que fabrica embarcaciones militares, con sede en Arenys. Bundó hace las preguntas que, desde la ignorancia, nos hacemos los oyentes. Descubrimos un mundo en el que los contratos millonarios llevan años circulando como la premonición de lo que hoy se oficializa con tanto énfasis. Intuimos que el proceso funciona al revés: la industria militar impone sus tendencias y los políticos intentan asimilar una realidad que no acaban de controlar.

Luego hay que comunicar el fenómeno. El presidente Pedro Sánchez insiste en que no debemos hablar de rearme y –efecto Barbara Streisand– consigue que la palabra se imponga con una omnipresente crueldad mediática. No entiendo el recelo de Sánchez, porque la definición de rearme que propone el Institut d’Estudis Catalans es objetivamente irrefutable: “Incremento del potencial militar de un estado porque se considera que es inferior a las necesidades o por la aparición de una amenaza inesperada”.

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El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el Congreso

Dani Duch

La industria militar impone tendencias y los políticos intentan asimilarlas

En Francia, el festival de series de Lille, Serías Manía, tiene la buena idea de programar una conferencia sobre la representación de los presidentes del gobierno en la ficción audiovisual. Es un tema lo suficientemente interesante para invitar al expresidente francés François Hollande. El público descubre a un Hollande relajado, divertido, que desmiente que los presidentes tengan acceso a un botón rojo nuclear, solo a un triste maletín con un teléfono que no tuvo que utilizar. Hollande también confirma el cliché de las series políticas: escenas constantes dentro del coche oficial, donde se toman decisiones de urgencia. Cuenta que, en efecto, el coche acaba siendo un lugar de trabajo y que, al estar blindado, las puertas pesan mucho y no es fácil abrirlas y cerrarlas. También habla de Trump. Con un estilo más propio de un monologuista que de un jarrón chino, ironiza sobre la relación entre populismo y peinados extravagantes (Milei, Johnson y Trump) y dice: “Trump es un personaje de ficción que se ha convertido en realidad. El problema es que nunca sabemos si está actuando o decidiendo”.

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En Catalunya Ràdio, David Madí interrumpe a los demás tertulianos con vehemencia y un repertorio de dialéctica demagógica neoliberal, critica la “fiscalidad abusiva” que padece Catalunya. Añade que “lo hicieron mis amigos”, refiriéndose a cuándo, con desesperación recaudatoria, el conseller Andreu Mas-Colell y sus colaboradores impusieron este sistema como seña de identidad diferencial. En el fragor del debate, Pau Llonch, desde un anticapitalismo igualmente identitario, rebate los argumentos de Madí y confirma la vigencia de la lucha de clases. Los que no sepan que es la lucha de clases pueden leer las obras de Karl Marx o ceñirse a la elocuencia intimidadora de Warren Buffet: “Hay una lucha de clases, por supuesto, pero es mi clase, la de los ricos, la que hace la guerra. Y estamos ganando”.

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