Incentivo: cosa que estimula a hacer algo. La recompensa que se intuye, acertada o equivocadamente, como guía de toda acción. No siempre el premio gordo es a lo que se aspira. A veces basta con el modesto reintegro para darse por satisfecho: ¡virgencita, virgencita, que me quede como estoy!
Esto último es por lo que suspiran la mayoría de los socios de investidura de Pedro Sánchez. Los rezos que se escuchan en las casas cuartel de estos partidos por la maltrecha salud del Ejecutivo son sinceros. Cada uno le pide a su estampita por la pronta recuperación del presidente. Es él quien les pone el plato en la mesa. Y una cosa es hacer lo que vienen haciendo desde que empezó la legislatura –quejarse del menú, obligarle a retirar un guiso, levantarse con malos modos del ágape de vez en cuando- y otra muy diferente que deje de servírseles comida y empiecen a pasar más hambre que los pavos de Manolo.
Para analizar la continuidad de Sánchez hay que auscultar a los morados
Naturalmente en público tanta devoción ha de disimularse. De ahí que no haya partido de este club que no esté a estas alturas exigiendo explicaciones y reseteos varios. Pero en lo fundamental, siguen dispuestos a practicarle el boca a boca a Pedro Sánchez si fuera necesario. El caso Cerdán-Ábalos no ha alterado el mapa de incentivos, al menos de momento. Mañana, ante hipotéticas nuevas revelaciones, ya se verá. Pero en el mientras tanto hay que evitar que el Gobierno se hunda. Y así será hasta que el sónar de profundidad les envíe señales de que corren el riesgo de hundirse con él. Del club de compañeros de viaje de Sánchez quien mejor expresa esta convicción es Junts, el más gallito hasta que se le han visto las orejas al lobo.
La excepción a tanta comprensión con la corrupción de dos secretarios de organización del PSOE del núcleo de confianza de Sánchez son Podemos y el BNG. Y más allá de las grandes palabras que siempre adornan las estrategias, también hay que escarbar en los incentivos. Los morados ya han dicho que no blanquearán la corrupción y que plantan a Sánchez en la ronda de contactos con los socios de investidura. Pero han dicho más: el líder socialista está inhabilitado para dirigir un gobierno progresista. Venían de definirle como señor de la guerra. Ahora lo acusan de favorecer un estado de corrupción generalizada.

Ione Belarra
Los incentivos de los morados son contrarios a los de los otros socios de investidura. Podemos ha encontrado petróleo en el grupo mixto. Sus cuatro diputados han multiplicado la capacidad de hacer ruido definiéndose como un partido de oposición al sanchismo que previamente encumbraron. Y la corrupción que salpica al PSOE es un acicate más para perseverar en esa estrategia. Hay que golpear duro al Gobierno y mover el eje a la izquierda del PSOE hacia la radicalidad podemita, alejándolo del estilo “ser de luz” que ha intentado Yolanda Díaz. El objetivo es recuperar el marco narrativo que proporcionó a los de Pablo Iglesias su momento más dulce: guerra al régimen del 78, del cual el PSOE y el PP son emblemas de corrupción. Vuelta al discurso de la casta.
El resultado de esta estrategia está por ver, pero el incentivo está en conseguir que Podemos vuelva por la puerta grande. Para ello hay que morder y sacar provecho de la degradación de la legislatura que los morados ven inevitable. Si para garantizar la investidura de Sánchez era a Waterloo dónde debía mirarse, para apostar ahora por la continuidad hay que auscultar de cerca a las lideresas podemitas y a su profeta.
No porqué vayan a tumbar al Gobierno con una acción proactiva como sería su participación en una moción de censura si la hubiere. Sino porqué su radicalización en el Congreso puede imposibilitar la agenda legislativa del sanchismo hasta límites insoportables. Y eso sería demasiada carga para un Ejecutivo acosado por la corrupción que necesitará, al menos, trasladar la impresión que está en condiciones de gobernar. Pero los presupuestos del 2026 son imposibles, puesto que narrativamente van a girar alrededor de una línea roja para los podemitas: el gasto militar. Los morados están convencidos de poder protagonizar el milagro de la resurrección. El rito para conseguirlo incluye beber de un cáliz que hay que llenar con la sangre de Sánchez. No temen matarlo porqué creen que su fallecimiento es inevitable.