Pirómanos institucionales

Mar de fondo

Dana, incendios, menores inmigrantes. No hay asunto de envergadura, da igual que sea sobrevenido en forma de catástrofe o previsible por repetitivo, que no acabe alimentando el discurso de que en la España política la prioridad, más que ayudar a sacar las castañas del fuego, consiste en sacarse cada uno sus propias pulgas de encima. Este es el dañino mensaje que se traslada al respetable y que acaba convertido en verdad a fuerza de insistir en él los mismos que deberían combatirlo. La conclusión a la que se invita a llegar al ciudadano desde la poblada orla de gobernantes es que, pase lo que pase, por grave que sea lo que acontezca, de lo que se trata únicamente es de acusarse mutuamente. Y mientras tanto, la casa sin barrer.

Con la Península en llamas, la clase política ha reestrenado en nuestras pantallas una película que ya habíamos visto en Valencia: pío, pío que yo no he sido. El argumento del filme, ya conocido, es un recorrido por las escenas de siempre. Presidentes autonómicos escondiéndose de sus competencias, ministros echando leña el fuego creyendo así sacar tajada política, la oposición señalando al Gobierno y el Gobierno a la oposición, propuestas ventajistas de intención meramente táctica como el pacto de Estado ofertado por Pedro Sánchez, la contraoferta igualmente táctica de Alberto Núñez Feijóo, etc. Y de añadido, un ejército de correveidiles periodísticos tomando partido por la tesis que más conveniente resulte para la gestión de sus intereses particulares: ¡Es culpa de la derecha! o bien, ¡Es culpa de la izquierda! En paralelo, en el mundo real, los afectados por el desastre que se aprieten los machos y que se armen de paciencia con lo que se les viene encima. Y si no, que pregunten a sus compatriotas de La Palma afectados por la erupción volcánica de septiembre de 2021.

PSOE y PP son los partidos más desleales institucionalmente

El concepto de deslealtad institucional se atribuye siempre con facilidad a los partidos nacionalistas. Es cómodo señalar como irresponsables o traicioneros a aquellos cuyo objetivo es el debilitamiento del todo en favor de su parte. Pero habrá que revisar esta costumbre. A fin de cuentas, quien hace lo que dice resulta al menos coherente. Además, quien avisa no puede ser traidor. La deslealtad exige de un compromiso adquirido que no es posible abandonar si no se ha abrazado primero. Y es desde esta perspectiva enriquecida con el matiz que la imagen se vuelve más nítida y totalmente distinta: los partidos más desleales institucionalmente en España son el PSOE y el PP. Y nada como las desgracias o los problemas de envergadura para demostrarlo.

En la España política hace tiempo que la lealtad, salvo excepciones que son cada vez menos, se práctica únicamente hacia uno mismo y hacia el partido. Es con el sobrante, si algo queda y alcanza, que hay que llegar a todo lo demás, incluyendo la España con la que se llenan la boca en cada intervención unos y otros.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo comparece tras la reunión del Comité de Dirección del PP celebrada este lunes en la sede de la calle Génova.

Alberto Núñez Feijóo

Dani Duch

Si los gobiernos regionales más afectados por los incendios estuvieran en manos de los socialistas, los altavoces monclovitas y sus adláteres guardarían un escrupuloso silencio sobre la hipotética dejadez de funciones de esos ejecutivos autonómicos. De igual modo, si en el trono de hierro de la Moncloa estuviera sentado Alberto Núñez Feijóo, tampoco escucharíamos lamento alguno desde las autonomías sobre el abandono por parte del Gobierno central, sobre su negativa a participar con más ahínco en las labores de extinción o la tardanza del ejército. La conclusión queda pornográficamente a la vista.

A modo de consuelo cabría añadir que no somos tan diferentes al resto del mundo. Para Donald Trump, el culpable de los grandes incendios de junio en California fue el gobernador demócrata de ese estado. Mientras que las inundaciones y fallecidos de junio en Texas, esta gobernada por republicanos como él, solo fueron una desgracia climática. Para los demócratas, naturalmente, fue justamente todo lo contrario. Tenemos un océano de por medio, pero en algunas cuestiones ni somos mejores ni tan distintos como creemos.

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