Su mayor premio tras una larga trayectoria política, según recordó muchas veces en privado y también en público, no fueron los oropeles del poder. El mayor premio lo recibió el día en que visitó en su casa a unos vecinos de la pequeña localidad de Santiago de Alcántara, en la provincia de Cáceres. En esta modesta vivienda se sorprendió al descubrir su propia foto instalada sobre el televisor, en el lugar más destacado de la pequeña sala de estar donde aquella familia vivía su vida. Ese retrato, que luego encontró en muchas otras casas humildes durante sus infatigables recorridos por su querida Extremadura, le demostró que su carrera política tuvo un sentido.
Guillermo Fernández Vara nació en Olivenza en 1958. Y en esta localidad de Badajoz, muy próxima a la Raya entre España y Portugal, se ha celebrado este lunes –justo el día en que habría cumplido 67 años- el funeral por el ex presidente de la Junta de Extremadura, que falleció el domingo tras una larga lucha contra el cáncer. “Fue un servidor público ejemplar, un progresista comprometido e íntegro y, sobre todo, una buena persona”, ha resaltado el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que hoy ha suspendido su agenda para asistir al funeral, junto a otros ministros y responsables políticos.
Fernández Vara, pese a sus discrepancias, nunca abandonó a Sánchez desde que recuperó las riendas del PSOE en el 2017. La lealtad, según recordaba este mismo fin de semana José Luis Rodríguez Zapatero, es una de las grandes virtudes de los mejores líderes, además de no quejarse nunca y ayudar siempre. Pero a Fernández Vara no le temblaban las piernas ante Sánchez, ni tampoco ante Zapatero. Según rememoró en alguna ocasión, sólo le temblaron las piernas la primera vez que fue recibido por Felipe González en su despacho de la Moncloa.
Siempre dispuesto a echar una mano cuando las cosas venían mal dadas, no solo en el terreno político sino sobre todo en el personal. De todos los líderes autonómicos socialistas reunidos por Alfredo Pérez Rubalcaba en Granada, el 6 de julio del 2013, para alinear al PSOE y el PSC en un mismo proyecto territorial, Fernández Vara fue el primero que se apresuró a asistir a los periodistas que se vieron perjudicados cuando un golpe de viento derribó unos tablones de madera que formaban parte de la escenografía del evento. Solo hubo algún chichón y alguna contusión y, según bromeó después, afortunadamente no fue necesario recurrir a su pericia profesional: era médico forense.
En lo personal, su mayor alegría y orgullo fue convertirse en abuelo. Y en el terreno político, siempre entre mil vicisitudes y afanes, siempre se mostró orgulloso de cómo Extremadura, primero con Juan Carlos Rodríguez Ibarra y luego con él mismo al frente de la Junta –entre el 2007 y el 2011 y, tras cuatro años de oposición, entre el 2015 y el 2023- pasó de ser una tierra atrasada y olvidada, a ser un referente, como siempre decía, en calidad de vida, en saber vivir.
Algunas de sus máximas, que él siempre trató de cumplir, deberían ser de obligado cumplimiento –y casi nunca lo son- por las nuevas generaciones de dirigentes políticos que le sucedieron. Por ejemplo, aquella que recetaba que, en política, nunca se puede hacer aquello que no se puede explicar.