A las familias y amigos de las 229 víctimas de la dana de Valencia solo se les puede ofrecer, una vez más, respeto profundo y pésame sincero. Cada una de las muertes es una catástrofe en sí misma, que ni las palabras ni el paso del tiempo pueden consolar.
Un año después, y vista la reacción, ya nada podrá atenuar el error del presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón. El error de no haber previsto la magnitud de la catástrofe y no haber prevenido a la población, el error de no estar y el error de no reconocer el propio error. No hay excusas ni reflexión posibles, solo la asunción de responsabilidades y la dimisión. Hay momentos en que la política no admite matices: o se está a la altura o no se está.
La ciudadanía puede perdonar los errores, pero no la dejadez ni la falta de honestidad
Todavía ahora, lo que hay que preguntarse, en primera instancia, es por qué, ante la evidencia científica de la dana, la Generalitat valenciana no hizo más. Porque no se limitó la movilidad, ni detuvo la actividad económica, ni avisó antes a la población. La Universitat de València suspendió toda la actividad aquel día, lo hicieron empresas, clubs deportivos y todo tipo de entidades privadas. Es una omisión demasiado grave, como es igualmente grave si no se actuó así por ideología, por incompetencia o por haber sacado recursos de los servicios de emergencias.
Pero en todo caso y al margen, en momentos de gran emergencia, la agenda tiene que desaparecer y un presidente tiene que estar, presencialmente y con todos los sentidos disponibles. Es tan simple y tan profundo como eso. Porque cuando la gente sufre, es lo mínimo. Y no es heroísmo, es el deber más elemental de cualquier responsable público: garantizar la vida y la seguridad de los ciudadanos, porque sin eso no hay derechos, libertades ni prosperidad. El primer deber de un presidente es moral más que político.
No se trata de comandar un dispositivo técnico. Se trata de dar confianza, cobertura y apoyo a los equipos profesionales, y de estar al lado de la gente. Eso es lo que hacen los buenos alcaldes, que cuando hay un incendio son los primeros a llegar. No apagan el fuego, pero están. Acompañan, dan la cara, facilitan, informan y ayudan hasta donde pueden. Y es esta presencia, silenciosa y constante, la que da sentido a la política. Y hay que recordar que en la desgracia de la dana, los alcaldes y los servicios de emergencias, así como los vecinos y vecinas estuvieron.
El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón, el pasado jueves.
Se tiene que estar antes, estar mientras tanto y estar cuando todo ha pasado, para acompañar. La ciudadanía puede perdonar los errores, pero no la dejadez de responsabilidades y la falta de honestidad y empatía. Puede comprender los límites humanos, pero no la frialdad. Cuando se tienen que explicar tantas versiones diferentes de un mismo hecho, es que lo que pasó no se puede justificar. Son actitudes, además, que alejan a las instituciones de la ciudadanía.
Presidir el gobierno de tu país es el mayor honor y la mayor responsabilidad. Es un peso inmenso, porque te obliga a responder ante tus conciudadanos y a asumir las consecuencias de tus decisiones y de las que se han tomado desde otros niveles de la institución de la cual eres el máximo responsable. Y más cuando hay pérdidas de vidas. Una sola muerte ya es demasiado. Doscientas veintinueve, una tragedia insoportable. Pero lo que todavía es más grave es menospreciarlo con los actos.
El aniversario doloroso de la dana ha servido para volver a poner a Mazón y a su partido delante del espejo. Y no se ve solo un error puntual, sino una bola que se ha ido haciendo grande por desidia o por interés, y que evidencia una determinada manera de entender el poder.
Ofende todo aquello que evidencia ese comportamiento: la banalización del deber y la indiferencia ante el sufrimiento. Lo que pasó y está pasando en el País Valencià tendría que ser una advertencia para todo el mundo: o recuperamos el sentido del servicio público y la ética de la responsabilidad, o acabaremos convirtiendo la política en una actividad sin alma ni credibilidad.
En el País Valencià, y por todas partes, hacen falta menos egos, menos liderazgos desconectados de la realidad, y más asunción de responsabilidades.