El próximo jueves se cumplirán 50 años de la muerte del general Francisco Franco. Hace medio siglo comenzaba un intenso ciclo de democratización en el sur de Europa. Las dictaduras de Portugal y Grecia cayeron en 1974 como consecuencia de sendas crisis en sus fuerzas armadas: la rebelión de los jóvenes oficiales portugueses contra las agotadoras guerras coloniales, y el fracaso de la junta militar griega ante la invasión turca de la isla de Chipre. En España, el dictador murió en la cama, pero el búnker no logró imponerse.
El plan A era un franquismo rebajado, una lenta transición hacia una democracia muy controlada. El búnker no logró imponerse porque el empuje democrático ya había madurado en las grandes ciudades, y la restauración de la monarquía requería un consenso social amplio. Los tapones eran peligrosos. La crisis económica actuó de acelerador de la transición española.
Con el demócrata Jimmy Carter en la Casa Blanca, los socialistas moderados estabilizaron Portugal, España y Grecia, gobernaron Francia, obtuvieron una relevante cuota de poder en la eterna Italia democristiana ( Andreotti y Craxi ) y continuaron siendo muy influyentes en Alemania.
El juicio al fiscal general del Estado ha transmitido ruido a la sociedad, un ruido fatigoso
Un segundo ciclo democratizador comenzó quince años después, a finales de los ochenta, en el este de Europa, tras la decisión de Mijaíl Gorbachov de entregar a Occidente, sin disparar un solo tiro, una vasta zona de influencia que la Unión Soviética había conquistado por las armas en 1945. Podemos calificar esa decisión de sorprendente si aplicamos la óptica con la que hoy funcionan las relaciones internaciones. El teniente coronel del KGB Vladímir Putin, entonces destinado en Dresde (Alemania del Este), lo vivió como una tragedia, y hoy tenemos noticias de ello.
Gorbachov quería concentrarse en la reforma de la URSS y creyó que podría obtener el apoyo económico de Europa y Estados Unidos para ese fin. Occidente aplaudió sus decisiones, pero no le dio los créditos que pedía. La URSS acabó desplomándose, y Deng Xiaoping, líder reformista chino, creyó que había acertado al apostar por una línea inversa: vigorosa apertura económica al capitalismo sin debilitar el poder del Partido Comunista Chino. También estamos teniendo noticias de ello. (“Gorbachov es un imbécil”, llegó a decir Deng).
Estuvo a punto de producirse una tercera ola de democratización en el norte de África al iniciarse la segunda década del siglo XXI, pero Facebook no pudo imponerse al ejército en Egipto, la caída del coronel Gadafi sumió Libia en el caos, Argelia incrementó su hermetismo, y Túnez ha retrocedido después de aprobar una Constitución democrática.
Junts rompe con Sánchez, pero no se atreve a votar con PP y Vox a favor de las nucleares
Cincuenta años después del ciclo democratizador en el sur de Europa, una ola de pesimismo recorre Occidente en lo que se refiere al futuro de la democracia liberal. El agotamiento del canon antifascista surgido de la Segunda Guerra Mundial, la reaparición de la dinámica de bloques, el progresivo desacople de la globalización, el rearme general, el incremento de las desigualdades sociales, la polarización inducida por las redes sociales, la fragmentación de la sociedad en nichos digitales, la desubicación juvenil y el incierto impacto de la denominada inteligencia artificial en la economía y el trabajo estan alimentando una difusa desesperanza, especialmente palpable en las sociedades europeas. El cesarismo está ganando fuerza en el mundo.
Bajo estas coordenadas, España va a recordar esta semana la muerte de Franco, un acontecimiento lejano en el tiempo que solo vivieron la mitad de los españoles hoy inscritos en el censo de habitantes. Menos de la mitad tienen un recuerdo vivo de aquellos acontecimientos. Es el mundo de ayer.
El Gobierno de izquierdas advierte que España puede retroceder al tiempo del nodo si PP y Vox gobiernan en un futuro. Las derechas acusan a Pedro Sánchez de dictador, de abuso de las prerrogativas presidenciales ante la ausencia de una mayoría parlamentaria clara, subrayada por el reciente plante de Junts per Catalunya. Un plante relativo, como acabamos de comprobar esta semana.
Más de la mitad de la población española ya no tiene un recuerdo vivo del día en que murió el dictador
En 1975, España tenía 35,5 millones de habitantes con una media de edad de 33 años. La franja comprendida entre 18 y 35 años suponía casi el 20% de la población, si bien los menores de 21 años no pudieron votar en las primeras elecciones democráticas (15 de junio del 1977). La gente joven no pudo tumbar frontalmente a la dictadura, pero contribuyó a acelerar los cambios. Apenas había población inmigrante extranjera. Estaban regresando a España muchos de los emigrantes que habían conocido la democracia en Alemania y otros países europeos.
En el 2025, España tiene 49,1 millones de habitantes, de los cuales nueve millones han nacido en el extranjero. Promedio de edad: 44 años. La franja más joven con derecho a voto (18-35 años) representa el 12% de la población, ocho puntos menos que en la transición.
Si la geografía nos dice que Estados Unidos sigue necesitando sus bases militares en España –premisa básica para entender la larga duración de la dictadura franquista–, la demografía nos presenta una sociedad en fase de intensa mutación interna, en la que los impulsos conservadores pueden ganar fuerza, están ganando fuerza.
Extremadura votará el 21 de diciembre; Castilla y León, el 15 de marzo; Andalucía, entre mayo y junio
La macroeconomía va bien, España lidera los datos de crecimiento económico de la Unión Europea, el empleo sube, pero el mercado de la vivienda ha enloquecido ante la fuerte afluencia de inversores extranjeros y el rápido crecimiento demográfico. Muchos jóvenes se sienten ofendidos y estrangulados por el encarecimiento de la vivienda, sus salarios apenas suben, y una parte de los varones más jóvenes están reaccionando contra el empuje sociocultural del feminismo. Las encuestas muestran una visible bifurcación de opiniones y actitudes entre hombres y mujeres jóvenes. Una franja juvenil masculina se adhiere a los postulados de la extrema derecha en señal de reacción y provocación. Añoran un mundo de ayer que no conocieron. Ellas siguen su ruta: igualdad y derechos. Algunos sociólogos creen observar una cierta modulación en la opinión de las mujeres jóvenes, tendente a evitar una mayor colisión con sus cóngeneres masculinos. La gestión de la inmigración tensa todas las costuras pese al amortiguador latinoamericano.
El Gobierno defiende la conveniencia de la inmigración para el vigor económico y social del país, pero está sufragando indirectamente centros de detención en Mauritania para evitar la llegada masiva de cayucos africanos a Canarias. El Partido Popular corteja explícitamente a los inmigrantes latinoamericanos (con rápido acceso a la nacionalidad y al derecho de voto), mientras Vox dice basta a todo tipo de inmigración. (Véase la entrevista a Santiago Abascal , el pasado domingo en La Vanguardia). Vox acaba de estrenar en Madrid una nueva faceta de su discurso social, acusando a Isabel Díaz Ayuso de fomentar la inmigración masiva y de entregar el mercado inmobiliario a los multimillonarios latinoamericanos. Esta les ha respondido de la siguiente manera: “Digo yo que alguien tendrá que limpiar en sus casas y recoger sus cosechas”. El 2025 está fabricando un realismo social descarnado.
Vivienda e inmigración decidirán seguramente las próximas elecciones generales. No es un buen temario para la izquierda, pese a la resistencia del PSOE en los sondeos, superior a la prevista antes de agosto, cuando se abrió el cráter Cerdán-Koldo-Ábalos. Vox es hoy el partido al alza en todas las encuestas. Se aproxima al 20%, si no ha llegado ya a ese escalón.
El PP de Aragón se lo está pensando, y el de Valencia (línea Mazón) hará lo posible para pactar con Vox
Estas son las coordenadas generales de un momento político espeso, en el que vienen semanas de mucho juego táctico y una secuencia de elecciones regionales anticipadas. Primera estación: Extremadura, 21 de diciembre.
El Partido Popular sigue soñando con un golpe de kárate de la unidad central operativa de la Guardia Civil que desnuque al PSOE en los tribunales, para después rematarlo en las sucesivas convocatorias regionales (Extremadura, Castilla y León y Andalucía, de momento). Alberto Núñez Feijóo quería inicialmente que Aragón y Extremadura convocasen en marzo, flanqueando a Castilla y León, para propinar un golpe más contundente. El presidente de Aragón aún se lo está pensando, y Extremadura irá a votar el mes que viene. En Valencia, el PP (línea Mazón ) quiere pactar con Vox como sea. Andalucía aguarda, las elecciones andaluzas tendrán lugar seguramente entre mayo y junio. Todas esas elecciones pondrán a prueba la relación de fuerzas entre PP y Vox y la resistencia del PSOE. Los socialistas sostienen que puede haber sorpresas. Toda campaña electoral tiende a detener el tiempo político, de manera que vienen semanas de más juego táctico.
En los tribunales, la figura del fiscal general del Estado no se ha hundido en el juicio de la Sala Segunda del Tribunal Supremo. Ese juicio ha llegado a la sociedad en forma de ruido. Ese juicio no ha fortalecido a la magistratura española ante la opinión pública.
La ley de Amnistía –ruido atronador hace un año, hace dos años– parece consolidarse en el ámbito judicial europeo, de manera que Junts no ha querido votar esta semana junto a PP y Vox en favor de la energía nuclear. Juego táctico. Junts quiere la continuidad de las tres centrales nucleares catalanas (propiedad todas ellas del Estado italiano), escucha con atención todos los consejos de la patronal Foment del Treball, pero no ha querido retratarse con Vox y el PP el mismo día en que el abogado general de la UE avalaba la ley de Amnistía.
Hay en estos momentos múltiples variables. Espeso juego táctico. Cincuenta años después de la muerte de Franco, la presión de la opinión pública ha obligado a dimitir a un gobernante negligente en Valencia. La democracia vive.
