En el Palau de la Generalitat hay una galería de bustos de presidentes. Jordi Pujol y sus sucesores no formarán parte de ella; se limita a los presidentes de la Mancomunitat y los de la Generalitat republicana y en el exilio durante el franquismo. El fin de los bustos, anunciado por Artur Mas en enero del 2015, llegaba seis meses después de que Pujol confesara por carta la existencia de cuentas familiares ocultas en Andorra durante más de tres décadas. La admisión del pecado fiscal fue acompañada por una renuncia a sus privilegios como expresident y cargos en Convergència. “Jordi Pujol lo deja todo y pasa a ser un ciudadano como cualquier otro”, remachó Mas desde la galería gótica del Palau.
Sin pensión ni oficina, pero no como cualquier otro ciudadano. Pujol no puede renunciar a haber sido presidente de Catalunya 23 años y nunca ha perdido el tratamiento de molt honorable . El expresident desapareció de la vida pública con pocas excepciones. Dos comparecencias en el Parlament, donde se mostró primero soberbio y después impaciente: “Dicen, dicen, dicen, se puede decir todo, pero no se demuestra nada”. Y una declaración ante la Audiencia Nacional. La obsesión de Pujol es su legado político y, aunque empañado por los 13 años de causa judicial, siempre se ha mostrado convencido de que la evaluación final sería positiva.
Jordi Pujol en un encuentro organizado por Guayana Guardian el año pasado
Otra cosa son los negocios de sus hijos. “Pregúntenle a ellos”, se desmarcó desde el inicio; especialmente del ritmo de vida de su primogénito: ”No es mi estilo, yo tardé 20 años en cambiarme el coche”. La dilación de la investigación y la intervención de habituales de las cloacas del Estado como el excomisario Villarejo, una examante o el financiero pluricondenado Javier de la Rosa han alimentado un proceso de rehabilitación política de Pujol que ha transcurrido en paralelo a la causa judicial. El expresident se enfrenta a una petición de 9 años de prisión por delitos de grupo criminal, contra la hacienda pública, blanqueo de capitales y falsedad documental. Sentarlo en el banquillo, aunque sea por videoconferencia, a sus 95 años, pocas horas después de salir del hospital, es un ejercicio de escarnio.
Ni la edad ni las urnas absuelven, pero la justicia llega tarde y mal contra el expresident
Ni la edad ni las urnas absuelven –como proclamaba Francisco Camps–, pero la justicia llega tarde y mal. Por el camino, Pujol ha cumplido su penitencia y ha sido perdonado políticamente. En febrero del 2022, la entonces consellera Victòria Alsina lo convirtió en protagonista de un acto en el que se reivindicaba la vocación europeísta de Catalunya. Pujol, Mas, José Montilla, Carles Puigdemont –por Zoom– Quim Torra y Oriol Junqueras se hicieron la foto en un acto en el paraninfo de la Universidad de Barcelona. En ERC, Gabriel Rufián y Joan Tardà criticaron el “blanqueamiento de la corrupción”.
Solo tres meses después, el president Aragonès invitó a Pujol a almorzar en la Casa dels Canonges. Fue una cita casi secreta, en el pequeño comedor de la primera planta, en la que el anfitrión se sorprendió al descubrir que Pujol no había estado allí desde que dejó el cargo.
Hoy la presencia de Pujol está normalizada, se ha impuesto una línea infranqueable entre sus presidencias y su situación judicial personal, y su legado es reivindicado en Junts, ERC y el PSC. “Si gobernó durante 23 años es porque acertó en algo; logró sintonizar” con los catalanes, sostienen desde la cúpula de los partidos. Y en busca de esa fórmula andan ante el auge de la ultraderecha.
Salvador Illa pujoleja para ocupar la centralidad y elogia sin complejos la inte rvención de Pujol en la consecución de mayores cuotas de autogobierno. Recibirlo en el Palau fue el reconocimiento a “una de las figuras más relevantes de la historia política de Catalunya”. Su salón Verge de Montserrat es hoy la sala dels Diputats, pero el expresident estaba cómodo y agradecido al president socialista. Esperaba ese momento.
La disputa por la herencia está abierta. Junts es la formación donde hay más convergentes... Y más renegados del pasado. Puigdemont siempre fue el convergente menos convergente. Mientras, Junqueras se afana en arrogarse el título de hacedor de pactos con el Gobierno que se ganó Pujol. Ya nadie huye del pujolismo, se lo disputan, aunque le cambien el nombre.
