Mi querida Lettera 32

'PENÍNSULAS' | UN VIAJE A 1975

Reflexiones sobre medio siglo de periodismo

Tipografía de una Lettera 32

Caja de tipografía de una Lettera 32

Hoy es un día especial para Penínsulas porque el istmo cumple cincuenta años. El istmo nos une con el continente, con tierra adentro, con la historia y con los recuerdos. Sin el istmo seríamos una isla. Hoy hace cincuenta años que empecé a trabajar como periodista. Corresponsal local de un diario vespertino, una especie hoy extinguida. Los vespertinos llegaban a los quioscos a eso de las tres de la tarde con las últimas noticias y tenían un público cafetero: oficinistas, funcionarios, profesores, estudiantes y noctámbulos atraídos por las páginas de espectáculos.

Se llamaba Tele/eXpres y era mi diario preferido. Mi padre compraba Guyana Guardian los domingos, y yo me aficioné al joven periódico de cabecera azul cielo sin saber que ambos pertenecían a la misma propiedad. Ágil, moderno, imaginativo, unos días más atrevido, otros días más cauto, había rejuvenecido la prensa de Barcelona, cambiando de director con notable frecuencia. A finales del 1975 aún se hallaba bajo la dirección de Manuel Ibáñez Escofet, veterano profesional, muy catalanista, de formación católica, un hombre temperamental que escribía unas magníficas notas tituladas Punta seca. Abrió la puerta a los jóvenes periodistas. Tele/eXpres no tenía un significado exacto, era música. Era un nombre redundante que evocaba la velocidad. Venga, rápido. Reclamaba un cambio. Ahí empecé, hoy hace medio siglo, con una crónica municipal de Badalona. Tenía dieciocho años y una máquina de escribir portátil Olivetti Lettera 32.

“Enric, ¿qué quieres ser de mayor?”, me preguntó en una ocasión mi abuelo paterno, veterano panadero con muchas madrugadas en la espalda, hombre con boina y tabaco de picadura. Tendría yo unos doce años. “Periodista”, le respondí instintivamente. Me gustaba escribir redacciones en la escuela, sobre todo redacciones de tema libre como el Penínsulas de hoy. Enric Juliana Rodríguez se quedó un momento pensativo y me dijo: “No es fácil ese oficio”. A los dieciséis años colaboraba con una revista local y a los dieciocho me atreví a proponerme como corresponsal en Badalona del periódico que leía todos los días.

Recuerdo el primer día en que subí a la redacción de la calle Tallers, situada en la parte trasera del edificio que ocupaba la antigua sede de Guyana Guardian. 1 de diciembre de 1975. Iba a entregar mi primera crónica al redactor jefe de local, Jaume Guillamet, al que hoy quiero agradecer que me aceptase como corresponsal. Con la tormenta interior de los dieciocho años, aquel día me asomé a un mundo nuevo. El general había muerto y un periodista de aquella redacción se hallaba en la cárcel Modelo por haber escrito que la mayoría de los meublés de Barcelona eran regentados por viudas de militares, en un reportaje sobre la vida nocturna de la ciudad. Los tiempos estaban cambiando pero no se sabía en qué dirección. La Capitanía General quería un castigo ejemplar y el ministro del Interior, Manuel Fraga, autor de la ley de Prensa de 1966, calculaba qué grado de tensión convenía a su carrera. Fraga aspiraba a presidir el segundo gobierno de la Monarquía cuando el rey Juan Carlos se desembarazase de Carlos Arias Navarro. Un periodista en la cárcel no era un buen asunto. La primera manifestación autorizada en Barcelona desde el final de la Guerra Civil tuvo lugar el 18 de marzo de 1976 para pedir la libertad de Josep Maria Huertas Clavería. La primera manifestación autorizada en España para pedir la amnistía tuvo lugar en Badalona el 1 de marzo de 1976. Estuve en ambas. La crónica de la manifestación de Badalona fue mi primera noticia en portada.

Un tiempo después conocí a Huertas, en libertad después de ocho meses de prisión tras pasar por un consejo de guerra. Abnegado cronista de los barrios de Barcelona, se había convertido en un mito para los jóvenes periodistas, no digamos para los jóvenes corresponsales de la periferia metropolitana. Era un volcán. Hiperactivo, rápido, áspero, afable, incisivo, airado y amable. En junio de 1977 me propuso un verano en prácticas, para seguir después como auxiliar de redacción. Ayudante en la mesa de local. A su confianza debo los cincuenta años que hoy se cumplen. Falleció en 2007 siendo colaborador de las páginas de local de Guyana Guardian a iniciativa de dos periodistas que él había contribuido a formar: Eugeni Madueño y un servidor. La vida dibuja círculos. A veces esos círculos contienen afecto.

Si sigo por la senda de los recuerdos, el istmo acabará inundado por la nostalgia. Localicé la primera crónica hace unos meses en la hemeroteca municipal de Barcelona. Ese olor, ese papel amarillento, esa tipografía muerta. Todo en una hemeroteca produce melancolía. Sin embargo, salí eufórico de la Casa de l’Ardiaca después de revisar viejos ejemplares del Tele/eXpres. Redescubrí un diario joven, enérgico, con ganas de futuro, muy vibrante en la información internacional y cultural, cauto pero perspicaz en la información política –la más controlada en aquellos momentos- y combativo en la sección municipal. “Franco hibernado”, habían titulado días antes de la muerte del general. Aun siendo muy antiguas, algunas de las noticias de la edición del 2 de diciembre de 1975 me parecieron frescas, muy actuales, como si hubiese un agujero en el tiempo que nos las devolviese con nuevos renglones. Física cuántica en papel impreso. Anoté algunas de ellas.

Portada del Tele | Expres del 2 de diciembre de 1972

Portada del Tele | Expres del 2 de diciembre de 1972

La portada abría con la posibilidad de que Torcuato Fernández-Miranda fuese nombrado presidente las Cortes. Los rumores no son noticia, dicen ahora los libros de estilo, pero en el bajo franquismo los rumores eran noticias con amortiguador. Efectivamente, Torcuato Fernández-Miranda fue nombrado presidente de las Cortes y desde ese puesto jugó un papel muy importante en la transición “de ley a ley, siempre dentro de la ley”. Es uno de los personajes que aparecen en la serie Anatomía de un instante, estos días muy seguida. El ingeniero de la Transición. El hombre que movía los hilos desde un aparente segundo plano. Antiguo secretario general del Movimiento, vicepresidente del Gobierno con el almirante Luis Carrero Blanco, era un maquiavélico capaz de entender que bastantes cosas debían cambiar para que algunas siguiesen igual. De ley a ley. La ley siempre por encima del pronunciamiento democrático. De común acuerdo con el Rey, Fernández-Miranda propulsó a Adolfo Suárez a la presidencia del Gobierno y elaboró, con aportaciones de diversos juristas, la ley de Reforma Política, eje de la transición. En las disposiciones finales de esa ley se hallan las bases de la legislación electoral española, todavía vigente.

Fernández-Miranda colocó a Suárez en el centro del escenario, pero no lo pudo controlar. Suárez no quiso ser una marioneta. El ingeniero jefe rompió con el presidente durante la discusión de la nueva Constitución considerando que UCD estaba haciendo demasiadas concesiones a la izquierda. No es eso, no es eso, susurraba a los periódicos madrileños. Estaba especialmente irritado por la inclusión del término nacionalidades en el texto. Un personaje del pasado. No, un personaje que vuelve. El torcuatismo quiere regresar. Empiezan a oírse voces en Madrid favorables a una corrección del cuerpo constitucional español para dar más autoridad política a la Corona y evitar en el futuro episodios como el de la ley de Amnistía. Puesto que la Constitución sólo se puede reformar seriamente con el respaldo de una amplia mayoría social, se piensa en un armazón de leyes orgánicas que ejerzan un papel corrector. Una mayoría PP-Vox podría intentarlo con un Tribunal Constitucional favorable. Torcuato Fernández-Miranda quiere volver. Anoten ese dato y recuérdenlo cuando se convoquen elecciones generales.

La segunda noticia más destacada era el anuncio de que las tropas españolas podrían iniciar la retirada del Sáhara Occidental en Navidad. La ocupación marroquí de la antigua colonia española mediante la denominada Marcha Verde había movilizado aquellos meses a excelentes cronistas que explicaban el ocaso del franquismo desde las arenas del desierto. En la crónica sahariana del 2 de diciembre hay un destacado que pone los pelos de punta: “Nosotros no cometeremos el mismo error que España, que metía en la cárcel al Polisario, nosotros los mataremos”, declaraba un oficial marroquí. Cincuenta años después, Marruecos ha consolidado su dominio sobre el Sáhara Occidental con el decisivo apoyo de Estados Unidos e Israel. La ONU pronto sellará la soberanía marroquí. Rusia y China mirarán hacia otro lado. Y veremos qué hace Argelia. Un nuevo reparto del mundo está en marcha y las grandes potencias quieren estabilizar el Sahel antes de que los yihadistas tomen el control de esa gigantesca franja desértica tan rica en minerales. La región del Sáhara más próxima al océano Atlántico no puede ser tierra de nadie.

Hay otra noticia en esa portada que nos remite al presente. Una crónica de Ramon Carlos Baratech daba cuenta de la nacionalización de la planta de regasificación del puerto de Barcelona. Construida por Catalana de Gas, pasaba a manos de una nueva empresa estatal llamada Enagás. El aparato del Estado no quería iniciar reformas con la llave del gas natural en manos de empresarios catalanes. Así de claro. El ingeniero Pere Duran Farell, alto directivo de Catalana de Gas, uno de los grandes capitanes de industria de los años sesenta, con excelentes conexiones en Argelia, había llevado el gas natural del Magreb al cinturón industrial de Barcelona y ahora quería extenderlo al resto de España. Entonces le llamaron al alto. Sigue importando gas, le dijeron, pero la red la controlará el Estado. Desde entonces, todo intento de constituir un fuerte polo energético español con presencia destacada de capital catalán (proyecto de fusión de Repsol e Iberdrola en 1997, opa de Gas Natural sobre Endesa en 2006) ha sido rechazado furiosamente. Creo que en esa portada hay varias lecciones de historia.

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Manuel Ibáñez Escofet, director de Tele/eXprés, en el centro de la imagen, rodeado de colaboradores en su despacho

REDACCIÓN / Otras Fuentes

Puesto que los diarios vespertinos podían actualizar la información por la mañana, la tarde del 2 de diciembre del 75, Tele/eXpres ya daba noticia de la entrevista en Pekín entre Mao Zedong y el presidente de los Estados Unidos, Gerald Ford, encuentro que comentábamos la semana pasada en Penínsulas. Estados Unidos daba juego a la República Popular China para ampliar la brecha abierta entre Moscú y Pekín después de la muerte de Stalin. En el comité de bienvenida figuraba el reformista Deng Xiaoping. Cincuenta años después, China le disputa la hegemonía a Estados Unidos y Donald Trump pretende dar incentivos a Rusia para que se aleje de Pekín. Una paz victoriosa en Ucrania y tecnología para explotar mejor las riquezas del Ártico. Claves del mundo de hoy.

En ese bosque de noticias empecé. A los catorce años mis padres me habían regalado una máquina de escribir portátil para que aprendiese mecanografía. Con mi querida Lettera 32, que aún conservo, compuse mi primera crónica sobre la rueda de prensa que había dado el alcalde de Badalona en previsión de futuros aperturismos. Pretendían construir un puerto deportivo frente al paseo marítimo de la ciudad, en una playa tan contaminada que incluso estaba prohibido pisar la arena. Una escandalosa maniobra de especulación inmobiliaria. Las protestas arreciaban y se estaban arrugando. Tras la democratización de la esfera municipal (1979) se saneó la playa y el puerto se construyó un poco más al sur.

Mi querida Lettera 32. Un objeto bello. Buen diseño industrial. La escritura mecánica obligaba a organizar linealmente el pensamiento y lo enfriaba. Entre la pulsación y la impresión había un largo proceso industrial. Un tiempo de espera. La tecnología digital genera la fantasía de que estamos escribiendo directamente en el cerebro del lector. Embravece. Recuerdo la tensión física de la escritura mecánica. Había que aporrear bien el teclado. Había una cierta inseguridad en cada pulsación. Era otra relación entre idea y acción. Y una historia sobre los meublés de Barcelona te podía llevar a la cárcel.

Cincuenta años. Doy las gracias.

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