La situación del Gobierno es difícil. No por su debilidad tras el portazo de Junts, que se volvió a traducir, el jueves, en la constatación de que no habrá presupuestos en 2026, porque no tiene apoyos. Al margen de la buena marcha de la economía, la debilidad lo atenaza, pero no porque no haya sido capaz de aprobar ninguna cuenta desde el inicio de la legislatura. Bien sabemos que la permanencia de un gobierno no depende de que tenga presupuestos. Rajoy logró aprobar unos, y a los pocos días perdió el poder en una moción de censura basada en la corrupción.
Son los casos de corrupción lo que ponen al Gobierno contra las cuerdas, y a Pedro Sánchez frente al espejo. Una simple lectura de su discurso en la moción de censura que le hizo presidente debería hacerle reflexionar sobre qué es ahora lo importante. Decía entonces que la corrupción “ataca de raíz a la cohesión social, en la que se fundamenta la convivencia de nuestra democracia…” y añadía que a la lenta respuesta de la justicia se añadía “la incapacidad de asumir las más mínimas responsabilidades políticas por los actores concernidos”, para concluir que “la corrupción merma la fe en la vigencia del Estado de derecho cuando campa a sus anchas o no hay una respuesta política acorde a la entidad del daño que se ocasiona. Y en último término, la corrupción destruye la fe en las instituciones, y más aún en la política, cuando no hay una reacción firme desde el terreno de la ejemplaridad”.
Sánchez no puede acogerse a la esperanza de que todo se olvide con las vacaciones
La justicia dirá lo que tenga que decir, en los casos que afectan al exministro Ábalos, al ex secretario de organización del PSOE Santos Cerdán, a Koldo García, o al expresidente de la SEPI, la exmilitante Leire Díez o el empresario vinculado a Cerdán, pero Sánchez, como presidente del Gobierno, como secretario general del PSOE, y como responsable del nombramiento de los implicados más relevantes, tiene una obligación no consigo mismo, sino con los españoles y con su partido, que son más importantes.
No puede acogerse, como hizo en junio, a la esperanza de que las vacaciones harán que todo se olvide. Entonces, la entrada en prisión de Santos Cerdán, tan de su confianza que negoció con Puigdemont en Ginebra su investidura y la ley de Amnistía a los implicados en el procés , le puso ya contra las cuerdas, pero sorteó el chaparrón con una comparecencia en el Congreso y el anuncio de unas medidas de lucha contra la corrupción que ahí siguen, sin aprobarse. Ahora la situación es peor, y Sánchez tiene que hacer algo. Cualquier cosa menos dejarlo pasar, a ver si con la Navidad y el mes de enero, que es inhábil, se olvida.
La exmilitante socialista Leire Díez, en su comparecencia en el Senado
Por si fuera poco, están las denuncias de acoso sexual contra dirigentes del PSOE y cargos del Gobierno, algunas antiguas, que han dormido en un cajón, y otras recién conocidas. No sé si será la corrupción o los comportamientos machistas lo que más hace peligrar la continuidad de la legislatura. Sumar, socio del PSOE en el Ejecutivo ha puesto el grito en cielo, sobre todo después de los casos de acoso: “Así no podemos seguir”, ha dicho la vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz, que ha dado su receta: un cambio profundo en el Gobierno, que afecte a la parte socialista, claro, pero que no se plantea romper.
El PNV, que fue decisivo en 2018 para que prosperara la moción de censura contra Rajoy, ya que le apoyaba hasta pocos días antes, ya ha lanzado sus mensajes al presidente. Fue Aitor Esteban quien lanzó la advertencia: “O el PSOE consigue detener esta hemorragia de escándalos o el presidente Sánchez tendrá que convocar elecciones ya, porque así no se puede aguantar año y medio”.
Pedro Sánchez se tomó varios días para reflexionar sobre su continuidad, tras la apertura de diligencias contra su mujer. En esta ocasión, la situación no solo les afecta a ellos. Se requieren explicaciones y decisiones ya.