Del retorno de 'The Last of Us', la seta inteligente es lo de menos
Análisis
Es un drama de personajes centrado en Joel y Ellie y ni tan siquiera un infectado evolucionado podrá engañarnos para creer que lo importante es la mitología del Cordyceps

Young Mazino, que estuvo nominado al Emmy por 'Bronca', se incorpora como Jesse.

En The Last of Us nos robaron esos cinco años de descanso y relajación de Ellie (Bella Ramsey) y Joel (Pedro Pascal). Al instalarse en Jackson después de su paso por Salt Lake City, con un claro estatus de hija adoptiva, Ellie pudo tener esa adolescencia que nunca habría soñado: con educación, bailes, amigos, guitarras, cierta sensación de libertad en una comunidad no basada en el autoritarismo, vecinos a los que saludar al cruzarse por la calle. Ha podido desarrollar una dinámica de discípula un tanto insolente con Jesse (Young Mazino) y ha encontrado a una buena amiga en Dina (Isabela Merced), mientras que algo que todavía no podemos acabar de entender la mantiene distanciada de Joel, habiéndose mudado al garaje para compartir el mínimo espacio posible con él.
Sin embargo, esto no es un resumen semanal del primer episodio de la segunda temporada, incluso si hay elementos que nos indican que estos años de descanso y relajación están llegando a su fin. Me refiero a la inminente llegada de Abby (Kaitlyn Dever), una Luciérnaga vengativa, que tiene la descripción de Joel para vengarse por la matanza del hospital; a los filamentos del Cordyceps que casi saludan a la cámara tras encontrar su camino hasta Jackson, con lo que esto implica; y, por supuesto, al simple principio dramático que un relato de estas características necesita un buen meneo porque no hemos venido a ver cómo Joel hace clases de cerámica, se aficiona al Kintsugi y trata sus traumas con la psicóloga local (Catherine O'Hara). Esto no es In treatment.

En el capítulo, escrito y dirigido por Craig Mazin, tenemos una escena fantástica con Ellie y Dina. Quizá el espectador piensa en el baile donde se besan y sufren la homofobia de Seth (Robert John Burke) delante del resto de ciudadanos con espíritu festivo pero no. Me refiero a la expedición en la que participan y en la que, saltándose las órdenes de sus compañeros, deciden entrar en un edificio: ellas se creen más listas que nadie, les encanta la acción y están convencidas que, como cualquier hombre veterano, pueden cargarse a cualquier seta que se les ponga por delante.
Es un caso de eficiencia narrativa. A través de su complicidad al enfrentarse a los zombis, podemos entender la profundidad de los lazos afectivos entre Ellie y Dina. Hasta ese momento podemos tener dudas de hasta qué punto son amigas, ya que desconocemos la vida social de Jackson, pero su lenguaje no verbal demuestra una complicidad que requiere tiempo y entendimiento. Además, la escena da al espectador su dosis de tensión entre el thriller y el terror que se debe esperar en una producción de estas características: la fijación en los personajes no debe impedir que haya secuencias bien planificadas para cortar el ritmo del episodio y, a su vez, impulsarlo. Pero sobre todo se agradece cómo Mazin introduce una novedad sin que, a pesar del cambio de paradigma, la mitología del Cordyceps canibalice la serie.

Ellie, en ese almacén, nota una presencia. En un primer momento puede pensar que se trata de un humano no-infectado pero su forma de moverse obliga a pensar que es una seta humana. Lo que no espera es que esa no-persona sea inteligente. No se mueve por impulso, no se mueve únicamente gracias a la comunicación con otros infectados, sino que entiende el arte de esconderse, de seguir a la víctima con sigilo y de tender una trampa a su víctima. El maquillaje, con esas deformaciones en forma de corona, son la guinda del pastel. Al volver a Jackson, con un muerdo que tiene que disimular, la protagonista comunica al consejo que los hombres-seta se están volviendo inteligentes. Evolucionan. No se pueden confiar, como habían hecho ella y Dina.
Pero Mazin y Neil Druckmann, a pesar de lo inquietante de esta información, no vertebran, de repente, The Last of Us a su alrededor. El final del episodio está marcado por el desarrollo de la vida sentimental de Ellie con Dina y la constatación de que hay algo que está muy mal con Joel y que va más allá de la rebeldía adolescente. Es una constante de la serie que se consolida en esta segunda temporada: la mitología y los conocimientos sobre el Cordyceps son importantes pero las tramas no están construidas a su alrededor sino que se centran en los conflictos dramáticos de Joel, Ellie y las consecuencias de sus acciones.

Es llamativo que, después de una primera temporada centrada en la posibilidad de una cura mediante la experimentación con Ellie, el regreso ponga los puntos sobre las íes. La idea de una hipotética vacuna para el Cordyceps no era importante por las consecuencias mundiales del hallazgo sino solo en la medida que afectaba a Ellie. Una vez Joel tomó la comprensible decisión de condenar a la humanidad para salvar a Ellie, un falso dilema en opinión de un servidor, The Last of Us ya no tiene interés en la cuestión. Es un drama de personajes centrado en Joel y Ellie y ni siquiera una seta inteligente podrá engañarnos para creer que lo importante es la mitología del Cordyceps.