La conciencia no se vende
Hoy celebramos la memoria de Santo Tomás Moro (1478-1538), patrón de los políticos y gobernantes. Convendría que en los tiempos que corren, no solo recordáramos su figura, sino que nos dejáramos interpelar por su ejemplo: un hombre de Estado que puso su conciencia por encima del poder. Un ejemplo que hoy nos resulta más necesario que nunca. En una época como la nuestra, marcada por el desencanto político y los escándalos mayúsculos de corrupción, la figura de Santo Tomás Moro, jurista brillante y canciller de Inglaterra en el siglo XVI, brilla con fuerza. Ante la presión del rey Enrique VIII para firmar un juramento contrario a su fe, escogió ser fiel a su conciencia. Lo pagó con la vida. Pero no traicionó aquello que consideraba esencial. Su última frase es icónica: “Soy el sirviente fiel del rey, pero primero lo soy de Dios.” Su integridad ha convertido a Moro en referente de la política entendida como servicio, no como instrumento de poder. Es un recordatorio vivo en un tiempo en que la confianza ciudadana en las instituciones está bajo mínimos. Si hacemos caso a Shakespeare, algo huele a podrido cerca de nosotros...
El papa Francisco dijo que la política puede ser una de las formas más altas de caridad si se vive con pasión por el bien común. Para que eso sea posible hace falta una brújula clara: la conciencia. Cuando se desconecta la conciencia del servicio público, la política se convierte en estrategia vacía, oportunismo o incluso negocio y manipulación. Y la corrupción no suele empezar con grandes delitos, sino con pequeños silencios, favores inofensivos, justificaciones disimuladas. Hasta que un día, el servicio se convierte en servilismo. Y la verdad, moneda de cambio.
La corrupción política es un pecado contra la justicia, un obstáculo para el bien común
La Doctrina Social de la Iglesia es clara: la corrupción política es un mal profundo. Distorsiona los procesos democráticos, agrava la desigualdad y atenta contra la dignidad de las personas. Es un pecado contra la justicia y un obstáculo grave para el bien común.
El lunes pasado, la Iglesia Católica beatificó a Floribert Bwana Chui (1981-2007), un joven funcionario de aduanas en la República Democrática de Congo, asesinado por negarse a aceptar sobornos y permitir la entrada de alimentos en mal estado. Su ejemplo de integridad fue destacado por el papa León XIV como una forma de vivir la fe entre las dificultades. Floribert decía: “Es mejor morir que aceptar este dinero.” Su coherencia evangélica ilumina también nuestra realidad europea.
La sociedad no necesita políticos impecables, perfectos. Necesita hombres y mujeres honestos, valientes, capaces de mirar a los ciudadanos a los ojos y decir: “No me he vendido. He servido.” Necesita gobernantes con mirada amplia, sentido del bien común, conciencia limpia y espíritu de servicio. Hoy, más que nunca, valoramos la figura de Santo Tomás Moro, no como un personaje del pasado sino como una brújula del presente. Porque la conciencia no se vende y orque una política limpia, y exigente, tiene que ser posible.