Dolores, de 86 años, sufría un proceso degenerativo cognitivo. Su marido, Eutiquio, de 90, no. Estaba en plenas facultades mentales y con algún achaque físico por su edad. Vivían en Laviana (Asturias), la tierra a la que regresaron tras vivir años en el extranjero. Los vecinos nunca oyeron discusiones, tampoco el presidente regional, Adrián Barbón, nacido en esa localidad, de la que fue alcalde. Ayer se mostraba muy afectado porque conocía a la anciana, asesinada por su marido en la madrugada de ayer. Le propinó golpes en la cabeza con un martillo hasta que murió.
¿Por qué? Hay quienes refieren que él estaba desbordado por la enfermedad de ella. No le dejaba dormir, indican. Como si eso fuera un motivo para asesinar a alguien. Lo hizo, al parecer, conscientemente, porque llamó a la cuidadora de la mujer para decirle que iba a matar a Dolores. Lo hizo y luego intentó acabar con su vida, pero no lo consiguió. Se recupera de sus heridas en el hospital. Dolores será enterrada hoy.
El envejecimiento aumenta el riesgo de que estas violencias sean minimizadas por prejuicios sociales
La cuidadora fue la encargada de llamar sobre las 6 de la mañana a la Guardia Civil, avisando que el nonagenario la había llamado advirtiéndole de que iba a acabar con la vida de su mujer. La trabajadora acudió a la vivienda y vio sin vida a la mujer y al hombre herido.
Con Dolores, son 22 las asesinadas a manos de sus parejas o exparejas en lo que va de año, tres más que en el mismo periodo del año anterior. De ellas, seis tenían más de 60 años. En concreto, dos tenían entre 61 y 70 años y el resto, más de 71 años. Esto supone casi el 30% del total (27,2%), el 18,1% en el caso de mayores de 70.
Y es que la violencia de género no desaparece con la edad. “Al contrario, el envejecimiento puede aumentar el riesgo de que estas violencias queden invisibilizadas o minimizadas debido a prejuicios sociales, barreras institucionales y la falta de dispositivos adaptados a sus necesidades específicas”, señalan desde HelpAge, que recuerda que “en muchos casos, estas mujeres han soportado décadas de maltrato sin acceso a recursos, sin redes de apoyo y sin que nadie prestara atención a su sufrimiento”. El nuevo pacto de Estado contra la violencia de género reconoce esta realidad y establece como prioridad la tipificación específica de la violencia económica, una forma de maltrato especialmente común entre las mujeres mayores. Esta violencia se manifiesta en el control del dinero, la apropiación de pensiones, la limitación del acceso a recursos básicos o la dependencia financiera forzada.
“Reconocer esta violencia legalmente es un paso fundamental para proteger a quienes la sufren y para visibilizar su impacto”, indican desde esta entidad, que recomienda “visibilizar la violencia de género en todas las etapas de la vida, así como incluir a las mujeres mayores en campañas, estadísticas y políticas públicas”.
Además, piden capacitar a profesionales para detectar señales que a menudo se confunden con problemas de salud o dependencia y garantizar que los recursos de atención estén disponibles y adaptados a las necesidades específicas de las mujeres mayores.
Los expertos en violencia machista insisten en que los asesinatos son solo la punta del iceberg. Las mujeres mayores también enfrentan violencias cotidianas, silenciosas y normalizadas, que rara vez son nombradas o atendidas, como la violencia económica, psicológica o emocional.
La violencia no tiene edad. El derecho a vivir sin miedo, tampoco. Escuchar a las mujeres mayores y acompañarlas es una deuda que la sociedad no puede seguir postergando.