Los incendios forestales van a ser una realidad cada vez más frecuente y destructiva. El cambio climático -materializado en forma de más etapas de sequía hídrica, de sequía térmica, de subida de las temperaturas medias y extremas y de cambios en las condiciones de las capas altas de la atmósfera- está influyendo en la propagación de los fuegos y haciendo más difícil su extinción.
A los incendios forestales más o menos amplios y virulentos que se producían el siglo pasado se han ido sumando los que los expertos denominan de cuarta, quinta o sexta generación, que pueden poner en jaque no solo a los servicios de extinción sino a toda la sociedad porque las condiciones de algunos de ellos los sitúan fuera de la capacidad de extinción. Es decir, que por muchos bomberos e hidroaviones que se destinen no pueden apagarse hasta que no cambian la meteorología o la zona y el tipo de combustible que arde.
¿Qué determina que un incendio sea de primera o de sexta generación?
La clasificación de los incendios en generaciones es un modelo creado a principios de siglo por Marc Castellnou, ingeniero de Montes y actual responsable del Área Forestal de los Bomberos de la Generalitat de Catalunya
La generación con la que se tipifica un incendio está marcada por la geografía donde se produce, la evolución del paisaje, y por el comportamiento del fuego, por su dinámica de propagación. De acuerdo con la información reunida por SMC España, cada generación viene determinada por las siguientes características:
Primera generación: Su propagación está condicionada por el combustible, principalmente herbazales y arbustos fruto de un abandono de los campos de cultivo, acumulado durante un periodo de entre 2 y 15 años. Son incendios de media intensidad, que queman entre 1.000 y 5.000 hectáreas, y las medidas de extinción se basan en efectivos locales y bomberos estacionales.
Segunda generación: La acumulación de combustible debida al abandono de cultivos y de la actividad agropecuaria y forestal durante entre 10 y 30 años provoca incendios más rápidos e intensos que se propagan puntualmente con focos secundarios. Su superficie oscila entre las 5.000 a 10.000 hectáreas y hacen falta medios aéreos para su extinción.
Tercera generación: Se propagan por las copas de los árboles en alta intensidad debido a la homogeneidad de los bosques, fruto de la falta de gestión forestal y de la no extinción de los incendios de media y baja intensidad. El periodo de acumulación de combustible es de 30 a 50 años. Son incendios de 10.000 a 20.000 hectáreas, con fuego de copas, columnas convectivas y focos secundarios masivos a largas distancias. Hay pocas oportunidades de extinción y cambios de comportamiento rápidos que superan la capacidad de los recursos de extinción. Pueden aparecer con las olas de calor.
Cuarta generación: Se da en zonas donde el bosque coincide con zonas urbanizadas. Es un gran incendio forestal que se propaga por la masa forestal, por los jardines y casas sin dificultades debido a la densidad de vegetación y a la continuidad de carga de combustible entre la zona forestal y la urbanizada. Puede haber simultaneidad de incendios en una misma zona y darse con las olas de calor. Se pasa del ataque de incendios a la defensa de personas y bienes en una nueva situación defensiva.
Quinta generación: También se denominan megaincendios. Son grandes incendios forestales simultáneos en zonas de riesgo, con comportamientos extremos, rápidos y virulentos, cruzando zonas urbanizadas. Aparecen fuegos de copas simultáneos, con interfases urbana y forestal. Supera a los medios de agua convencionales. Hace falta la coordinación entre los diferentes cuerpos y agentes de extinción.
Sexta generación: Desconocidos hasta 2017. Tienen un intercambio muy inestable con la atmósfera que los hace difíciles de abordar. Su calor genera pirocúmulos, nubes de tormentas, que pueden provocar lluvia o tormentas secas con rayos que inician nuevos incendios y lo hacen aún más complejo. Y si se desploma la nube genera vientos impredecibles, de hasta 240 kilómetros por hora (como ocurrió en el incendio de Chile en 2017), que comprometen a los equipos de extinción.
Así lo han explicado Cristina Montiel Molina, directora del grupo de investigación Geografía, Política y Socioeconomía Forestal en la Universidad Complutense de Madrid (UCM), y Mariona Borràs, ingeniera de montes y responsable del área de base social y comunidad de la Fundació Pau Costa (dedicada a la gestión prevención de incendios y la promoción de paisajes y sociedades resilientes), durante una jornada informativa organizada por SMC España sobre los incendios de sexta generación (aquellos de intensidad tal que alteran la dinámica de las capas altas de la atmosfera y generan vientos difíciles de modelar que impiden predecir el comportamiento del fuego).
La principal hipótesis sobre el origen del incendio de La Segarra apunta a una chispa que salió despedida de una máquina cosechadora
El primer incendio de este tipo registrado en España fue el que la semana pasada arrasó con extrema virulencia tierras de cultivo en la comarca de la Segarra (Lleida). “No es que estemos en una nueva etapa, pero sí ante una evolución que exige tomar medidas para muchos y nuevos tipos de incendios y eso significa también que hemos de aprender a convivir con ellos y a protegernos de esos incendios tanto a nivel individual como colectivo”, aseguró Borràs.
”Hemos de preparar el territorio para reducir la vulnerabilidad (ante un incendio) y las medidas que se han tomado o se están tomando son mínimas: no hay suficientes planes de autoprotección ni suficiente coordinación entre administraciones, y hay 17 modelos diferentes de planificación y ordenación del territorio”, se lamentó Montiel.
Toda la sociedad ha de corresponsabilizarse: desde las comunidades de vecinos hasta los ayuntamientos
Pero también subrayó que la gestión y prevención de incendios no es solo cosa de los políticos ni de los bomberos, sino que “toda la sociedad ha de estar preparada para corresponsabilizarse: desde las comunidades de vecinos de las urbanizaciones hasta los ayuntamientos, pasando por los responsables de urbanismo, de medioambiente o los propietarios de los terrenos han de corresponsabilizarse de la gestión del riesgo de incendio”.
En este sentido, Montiel cree que “el incendio de Lleida se gestionó bien desde el punto de vista de la corresponsabilidad gracias a que hubo una buena comunicación, a que se dieron mensajes claros” a los afectados.
Todos queremos que haya espacios protegidos, pero hemos de hablar de cómo los gestionamos
En esta línea de compartir responsabilidades para evitar los incendios y sus dramáticas consecuencias, ambas especialistas reivindicaron la necesidad de integrar la protección de la naturaleza y de la biodiversidad con la gestión del riesgo de incendios. “La existencia de espacios protegidos no es una amenaza para el riesgo de incendios sino todo lo contrario; lo que hay que ver es cómo se gestionan”, afirmó la catedrática de Análisis Geográfico Regional de la UCM.
”Todos queremos preservar la biodiversidad y que haya espacios naturales protegidos, pero hemos de hablar de cómo planificamos y gestionamos esos espacios, establecer prioridades y valorar el coste de la preservación; porque si para preservar la biodiversidad se van a acabar quemando equis número de hectáreas y se van a comprometer equis ecosistemas, igual no vale la pena; hay que hablar de todo ello”, apuntó Borràs.
Un helicóptero trabaja en la extinción del incendio que se inició ayer en Paüls (Tarragona) y que afecta a más de 3.137 hectáreas, un tercio dentro del Parque Natural de Els Ports
Montiel también reivindicó la necesidad de invertir más en investigar sobre el comportamiento de los megaincendios y los incendios de sexta generación para crear nuevos modelos y herramientas fiables para los equipos de extinción. “Se necesita más ciencia sobre el tema; hay poco conocimiento sobre algo que está cambiando de forma permanente y es difícil tener capacidad de gestión en la incertidumbre, porque ahora los equipos de extinción van un poco a ciegas de cómo pueden comportarse esos fuegos y la atmósfera que generan”, comentó la investigadora.
