Dice el aforismo del gran escritor británico Chesterton que “lo contrario de divertido no es serio, es aburrido”. Es tan cierto que instintiva o racionalmente lo intento aplicar en todas las esferas de mi vida. Sin humor, la vida sería mucho más complicada y trágica. En la relación con los pacientes, píldoras de humor bien dosificadas ayudan a mejorar la comunicación y es un buen recurso que refuerza la confianza mutua y un espacio terapéutico más amable. Todo dependerá de los interlocutores y del tipo y nivel de humor. En ocasiones, paradójicamente, se puede volver grotesco, disparatado o irrespetuoso.
Hay estudios que demuestran los beneficios de la risa y su eficacia para mejorar la calidad de vida y el estado emocional, la ansiedad, la tolerancia al dolor y la calidad del sueño. Utilizados también como herramienta terapéutica complementaria, los Pallapupas son un buen ejemplo de acción dirigida a pacientes y profesionales.
“Es básico cultivar aquel que saca dramatismo y acompaña desde la humildad, situándonos más cerca de los otros”
No todo el mundo tiene las mismas capacidades para desarrollar el sentido del humor. Ni todas las risas son iguales ni igualmente saludables. Los hay más primarios, emocionales, más ligados a desarrollar relaciones sociales. Con la edad y el nivel cultural, la risa acostumbra a ser más intelectual, incluso, irónica. Y es que el sentido del humor nos ayuda a relativizar las adversidades y a situar el valor de lo que es ciertamente importante en la vida. Es básico cultivar aquel que saca dramatismo y acompaña desde la humildad, situándonos más cerca de los otros. El prestigioso jesuita e historiador, Josep Maria Benítez, incluso defendía cultivar el sentido de humor trascendental.
Durante la pandemia de la Covid-19 pedí expresamente al genial humorista y locutor Juan Carlos Ortega que hiciera más de sus originales monólogos-diálogos porque la sociedad necesitaba reír. No pasaron ni dos días, que me llamó para pasarme off the record una nueva pieza que tenía que estrenar aquella noche. Fantástica medicina.
No hace demasiado visité a una paciente, a la que conozco y acompaño desde hace años. Tiene varias afecciones graves cronificadas y limitaciones importantes. Le pregunté cómo se encontraba. Me respondió socarronamente: “Me encuentro muy bien, con muchas ganas de hacer cosas, si no fuera... ay, el seno no fuera, doctor Padrós”. Toda una lección de cómo el humor inteligente de algunos pacientes nos puede contagiar también a los médicos.