Los tsunamis, como el que afecta este miércoles a las costas del Pacífico de Rusia y Japón y provocaron alertas en decenas de países, son originados por terremotos submarinos.
La onda del tsunami, generada por el impacto sísmico, gana energía al interactuar con el lecho marino.
En su origen, el tsunami produce solo pequeñas olas muy espaciadas, ya que las masas de agua desplazadas por la sacudida descienden en profundidad, a diferencia de las olas superficiales habituales.
Sin embargo, al avanzar hacia la costa a velocidades de hasta 800 km/h, el fondo oceánico se eleva, concentrando la energía. Las olas se ralentizan, se acercan y su altura puede superar los 20 metros.

El tsunami de Japon en 2011
Dado que la onda pierde poca energía en su trayecto, puede recorrer miles de kilómetros y alcanzar costas muy distantes de su punto de origen.
En 1960, un terremoto de magnitud 9,5 en Chile provocó un tsunami que llegó hasta Japón con efectos devastadores.
Los países del Pacífico mantienen una coordinación constante para monitorizar y advertir sobre estos riesgos.

Colas en Hawaii ante la alerta de tsunami de este 30 de julio de 2025.
Aunque la mayoría de tsunamis se originan por seísmos, existen otras causas posibles: deslizamientos submarinos, como el de Papúa Nueva Guinea en 1998 (más de 2.000 muertos), la erupción de un volcán, como la del Krakatoa en 1883 (36.400 muertos), o el impacto de un asteroide en el océano.
También pueden producirse pequeños maremotos por fenómenos meteorológicos, como fuertes intercambios térmicos que generan depresiones acompañadas de vientos intensos.
El 26 de diciembre de 2004, un tsunami arrasó las costas de varios países del sudeste asiático, causando 220.000 muertos. Según el USGS, la energía del seísmo fue equivalente a 23.000 bombas como la de Hiroshima.
En marzo de 2011, Japón sufrió un terremoto de magnitud 9,0 seguido de un tsunami que dejó unos 20.000 muertos y desaparecidos en el noreste del país.
Los tsunamis no son exclusivos del Pacífico. También han golpeado el Atlántico y el Mediterráneo. El historiador romano Amiano Marcelino dejó constancia de uno que arrasó Alejandría (Egipto) en el año 365.