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Cenizas somos y en cenizas nos convertiremos

Baúl de bulos

Los estragos del cambio climático son tan evidentes, devastadores y persistentes que sólo un fanático negaría su existencia

Cenizas somos y en cenizas nos convertiremos

Martin Tognola

Son malos tiempos para los negacionistas del cambio climático. Tan evidentes como devastadores y persistentes son sus estragos, que sólo un fanático negaría su existencia. Pero haberlos, haylos. También entre los hombres más poderosos y mejor informados del planeta.

A principios de julio, el incendio del Baix Ebre arrasó 3.200 hectáreas antes de ser extinguido. De no haberse detenido a tiempo su avance, las llamas habrían asaltado sin control el parque natural de Els Ports. Además del loable esfuerzo de los bomberos y un favorable cambio de viento, se podría decir que hubo suerte, ya que podía haber calcinado una enorme extensión de la comarca. Otra vez. Porque en los últimos años no han sido pocos los incendios devastadores en esta misma zona. La pregunta del millón es por qué.

Sin torres de vigía en los bosques

Hace cinco años, en el mes de mayo del 2020, el Govern decidió prescindir de las torres de vigía en los bosques al ordenar el desmantelamiento de algunas de las 48 estructuras existentes, reemplazándolas con cámaras y radares meteorológicos. Decisión tomada en un despacho que dejó sin trabajo a 96 vigías. Un ejemplo más de cómo la tecnología reemplaza al hombre, pero no siempre con el éxito esperado. Ningún artefacto puede aspirar a conocer los bosques como un vigía experimentado.

Antes del éxodo rural a partir de los años 50 del último siglo, el hombre vivía del bosque, ya que era una fuente de riqueza. Se mantenían limpios porque los propietarios cobraban por su explotación. Pero llegó el día en que ni pagando encontrasen a nadie dispuesto a realizar estas tareas. El paso siguiente fue el abandono, por falta de rentabilidad, con el resultado de que ahora es el hombre quien se defiende del bosque.

Así que ya va más de medio siglo de acumulación de combustible vegetal, que ya es inmenso y peligrosísimo. A lo largo de este tiempo e innumerables incendios, las autoridades han apostado por una política restringida a su extinción, y lo cierto es que los equipos de bomberos lo hacen cada vez con más eficacia. Pero ahí sigue el origen del problema, que es el abandono de los bosques.

Por supuesto que existen propietarios dispuestos y deseosos de hacer que sus bosques vuelvan a ser rentables, pero las trabas legales y burocráticas son insuperables. Y no es sólo una cuestión de talar por talar, sino que, si se tiene en cuenta que dos kilos y medio de madera proporciona la misma energía que un litro de gasóleo, parece mentira que no haya una red por todo el país de calderas de biomasa, pues todo el mundo saldría ganando y los bosques dejaría de ser una amenaza.

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Otro plan contra los incendios consiste en que vuelvan los rebaños de cabras a realizar su eficaz labor de limpieza. Pero nada es sencillo en esta lucha a muerte contra los incendios, ya que son cada vez más frecuentes y prolongadas las sequías, las temperaturas más altas y proliferan las plagas.

Es un problema que afecta a cada vez más países. Los incendios fuera de control que arrasan durante semanas inmensas extensiones boscosas de California, Oregón o Canadá, no sólo ponen los pelos de punta, sino que no parecen tener solución. Lo mismo pasa en Australia o Amazonias.

La España vacía es un polvorín

En Europa la amenaza no se limita al Mediterráneo, sino que se extiende a los enormes bosques de Finlandia, Suecia o Eslovenia, que corren el riesgo de arder como los de California. El abandono del campo ha sido un grave error. La España vacía es un polvorín.

Mas cuesta creer que la solución salga de despachos de Barcelona o de Bruselas, sino más bien de gente pegada al campo que entiende la silvicultura por llevarla en las venas, amén de los vigías y, last but not least, las cabras.