Cartas de amor que enamoran

El poder de las letras

Una doctora escribió antes de morir una misiva que su madre halló tiempo después

El sello Columna lanzó una campaña para que epístolas así no se olviden en un cajón

El éxito de la iniciativa revela la profundidad de la palabra escrita ante los emoticonos

FOTO ANA JIMENEZ 9-10-2007 LA MADRE DE UNA JOVEN QUE MURIî SOSTIENE UNA CARTA QUE LE ESCRIBIî SU HIJA

La madre plastificó la carta para poder leerla mil veces 

Ana Jiménez

Los primeros pobladores de Estados Unidos no conocían la escritura (el alfabeto silábico cheroqui, el primero de estos pueblos indígenas, no se desarrolló hasta 1819). A los pioneros de la antropología les sorprendió que los nativos mostrasen un respeto casi reverencial hacia los manuscritos y las cartas de los colonos blancos, los invasores de sus tierras, que tenían un poder del que ellos carecían: hacer que una hoja de papel hablara.

La sociedad actual ha heredado un poco de aquel respeto, sostiene Glòria Gasch, la editora de Columna. En esta época de emoticonos –dice– y de chats, abreviaturas y mensajes que soslayan o infringen la ortografía, escribir una carta, y en especial una de amor, “es reencontrarse con la profundidad y la cura de las palabras: cada frase, cada detalle, es una oportunidad para expresar lo que las pantallas han ido silenciando”.

Lluís Foix recibe el premio Pla de manos de Glòria Gasch

Lluís Foix recibe el premio Pla de manos de Glòria Gasch 

Llibert Teixidó

Del poder sanador de las cartas de amor manuscritas sabe más que nadie una vecina de Montcada i Reixac que sufrió un durísimo golpe, la muerte de su hija y de su marido con escasos meses de diferencia: de leucemia la hija, brillante licenciada en Medicina, con la segunda mejor nota de los exámenes del MIR en Catalunya; de otro tipo de cáncer el marido. La hija, Teresa, acostumbraba a sembrar aquí y allí notas para su madre.

A veces eran escondites fugaces, debajo de una almohada o entre las camisas que había que planchar. La madre encontraba a las primeras de cambio esos papelitos: “Mamá, no sabes cuánto te quiero”. Otro texto de Teresa, una carta que a raíz de su hallazgo fue plastificada para resistir mil y una lecturas, apareció mucho tiempo después de su muerte. La escondió en un armario, tan bien como la tumba de Alejandro Magno.

Fue un regalo. La destinataria se reencontró con la voz de su hija, que le decía cuánto la quería cuando aún no habían aparecido los nubarrones de la enfermedad. “Pase lo que pase, vaya donde vaya, tú eres mi madre. Única. Insustituible. Para siempre. Te quiero muchísimo”. El primer ejemplo recuadrado de esta crónica es de la misma carta de Teresa, y no aparece en el libro, sino en esta crónica. Las restantes citas, en catalán, son de otras cartas de amor rescatadas del olvido y sí se han editado.

El mérito es de Glòria Gasch, que lanzó a los potenciales lectores de su editorial un reto para que declaraciones de amor tan maravillosas como las de Teresa no se queden sin escribir u olvidadas en una carpeta. La editorial podría decir lo mismo que aquella compañía de varietés del Paral·lel que prolongó una representación porque “el éxito de la obra ha sorprendido a la propia empresa”. Tal fue la respuesta de los lectores.

Así nació Cartes d'amor, una de las alegrías de este curso literario y un “homenaje a la magia de la carta manuscrita”. La editorial recibió centenares y centenares de misivas. De hijas, padres, abuelas, amantes... Podían ser cartas de amores fraternales, carnales, platónicos, perdidos o reencontrados. O cartas enviadas y conservadas (la editora custodia como oro en paño las que se intercambiaron sus padres entre 1956 y 1966).

E, incluso, epístolas que se habían quedado en el limbo, pendientes de escribir y de que las recibiera “alguien a quien queremos o que ya no está entre nosotros”. Columna seleccionó 40 (“muchas que merecían ser editadas se quedaron fuera”) y las publicó en un volumen, en capítulos precedidos por hojas que reproducen la letra manuscrita de las autoras y los autores. Unas son largas, otras breves.

Victor Hugo le dio otra vuelta de tuerca a eso de “lo bueno, si breve...”

Pero todas tienen esa “carga emocional” tan difícil de hallar en la mensajería instantánea. No es un problema de límite de caracteres, sino de hondura. Y eso le sobraba a Victor Hugo, el autor de la carta (y el destinatario de la respuesta) más breve de la historia. La leyenda dice que preguntó a su editor por las ventas de Los miserables con una carta en la que solo dibujó un signo: “?”. Le respondieron con la misma moneda: “!”.

La recopilación de Cartes d'amor es una iniciativa relevante, pero no pionera. Otros epistolarios de gente corriente también han tenido mucho éxito. El historiador Peter Englund fue capaz de reconstruir la Primera Guerra Mundial en La belleza y el dolor de la batalla (Roca editorial) con fragmentos de diarios y cartas de veinte personas anónimas, combatientes o no, pero que vivieron aquella tempestad de acero.

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La historia de un beso, dos años después 

LV

El teniente William Henry Dawkins, por ejemplo, a bordo del HMAT Orvieto , escribió una carta a su madre que acababa así: “Espero que te encuentres de veras muy bien. Yo estoy requetebién y mi salud es perfecta. Espero de todo corazón que la tía Mary se recupere”. Aunque algunos textos de Cartes d’amor tienen de trasfondo la Guerra Civil, la mayoría de los remitentes seleccionados no vivieron experiencias tan duras.

Pero las cartas de esas personas no muestran sentimientos muy diferentes de los que mostraba el teniente Dawkins o la doctora Teresa: la devoción hacia los padres, la preocupación por los seres amados, la necesidad de tranquilizarlos en situaciones complicadas... O la añoranza por la pérdida. Andreu escribe a su abuela Agnès, a la que sigue queriendo como el primer día, aunque hace ya más de treinta años que falleció.

Detalle de 'La carta de amor', de

Detalle de 'La carta de amor', de John William Godward 

DP

Este hombre (su carta es una de las publicadas por Columna) cierra los ojos y escucha a su abuela, que fue costurera en Lleida y chica de servicio en Teià hasta que se casó con Pepito de cal Pintor. La voz de la yaya es su magdalena de Proust: “Amb quina naturalitat envejable feies servir el ‘tanmateix’: ‘Tanmateix hi vas anar?’, em demanaves. O quan parlaves del ‘silló’, el teu porró d’infantesa. La llengua també eres tu...”.

Hasta los lectores castellanoparlantes que no entiendan el catalán captarán el sentimiento de estas palabras, escritas con tinta, pero dictadas por el corazón y que revelan que las emociones más profundas son a veces las más sencillas: el amor y el recuerdo machadiano de “estos días azules y este sol de la infancia”. Otros aspirantes a corresponsales ya han preguntado a la editorial si habrá un segundo volumen con nuevas cartas.

“De momento, no”, responde Columna. Dionisi es una de las personas que siguen en Instagram el perfil oficial www.instagram.com/cartes_damor/ por si se abre otra convocatoria. Él ha hecho sin proponérselo el mejor elogio del libro: “Si nuestra civilización se extinguiera mañana y en un futuro muy lejano los arqueólogos de otra galaxia tratasen de saber cómo éramos, ¿qué hallarían? ¿Discursos incompletos de Trump, como nosotros de Tito Livio? Ojalá encontrasen también un ejemplar de Cartes d'amor”.

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