Fue excepcional. Aquel verano hubo hambre. Hambre por viajar, por salir e incluso por despegar. La sensación de volar equivalía entonces a saborear cierta libertad en un mundo con candado. Algunas compañías aéreas tomaron nota y aprovecharon la situación: las restricciones sanitarias y fronterizas de aquel lejano 2020 permitieron vuelos que llevasen a sus pasajeros… a ninguna parte, pues el avión en el que volaban volvía a aterrizar en el aeropuerto de salida. No podían salir al extranjero. Aerolíneas como australiana Qantas, la japonesa ANA, la Taiwanesa EVA Air o Royal Brunéi, la línea del sultanato absolutista islámico, pusieron a la venta billetes para vuelos que en ese momento devolvían una ilusión de normalidad a los pasajeros.
Todo eso queda ya muy atrás. La recuperación del transporte aéreo fue progresiva. En los últimos tiempos ha sido exponencial y en 2025 el sector de la aviación comercial batirá récords de vuelos y pasajeros a pesar de la inestabilidad mundial y de existir varios espacios aéreos cerrados por razones geopolíticas. Aún así, el hambre viajera y voladora sigue en aumento, incluidos aquellos viajes que regresan al punto desde donde se despegó.
Son vuelos voluntarios y sobre todo felices por el privilegio consciente de ver el mundo desde una atalaya
Las aerolíneas ya no necesitan buscar pasajeros y en principio los viajeros no tendrían que imaginar que van a algún destino porque sí pueden hacerlo. Sin embargo, el placer de volar por volar, para disfrutarlo, sigue ahí y hay pequeñas compañías que se dedican a ello. Hay alguna excepción entre las grandes, como es el caso de Easyjet, la británico-austriaca sigue ofreciendo algunos vuelos que salen y llegan al aeropuerto de Londres-Gatwick. Están varias horas en el aire y el objetivo es singular: cazar auroras boreales desde el cielo para lo cual los vuelos tienen un permiso especial y surcan el cielo en completa oscuridad. De este modo, los pasajeros ven perfectamente el cielo estrellad y las auroras. Con un astrónomo en cabina y música de un guitarrista que recorre la cabina de un avión que contiene el aliento, volar por volar se convierte en algo mágico.
“Es curioso: he pilotado todo tipo de aeronaves, aunque solo en el helicóptero de turismo he visto que la práctica totalidad de los pasajeros bajen sonriendo tras un vuelo”, indica Miguel, piloto de helicóptero de Puerto Rico. Para estas aeronaves, Nueva York es el paraíso. La Autoridad de Aviación Civil de Estados Unidos calcula una media de 40.000 vuelos turísticos/año solo en el área de Nueva York. La práctica totalidad con salida y llegada en el mismo helipuerto. Una cifra que sigue subiendo y que para muchos es la guinda a un viaje a la ciudad. La Vegas, el Gran Cañón del Colorado y Maui en Hawái son otras zonas de EE. UU., donde la demanda de volar por volar en helicóptero es también importante, aunque muy lejos de la Gran Manzana.
Barcelona es otra ciudad donde los helicópteros tienen su demanda, ya sea despegando y aterrizando desde el puerto como del aeropuerto de Sabadell. Ver un Eixample cuadriculado, el campo del Barça (aun con sus eternas obras) o la Sagrada Familia desde las alturas es el punto fuerte para muchos viajeros en Catalunya. Hay una opción aérea más económica, que recorre el litoral de la ciudad con helicópteros más pequeños. Lleva cinco minutos y también satisface a los viajeros.
Los hidroaviones también son aeronaves que, si bien unen lugares, también son muy usadas para los vuelos de placer. Lo hacen en lugares tan dispares como Seattle el Lago de Como o Copenhague. Allí hay operadores que ofrecen ver la zona despegando y acuatizando desde el mismo lugar. Hay planes para replicar la fórmula despegando en diferentes puertos en Canarias y Baleares. Los que ya son o los que serán, son vuelos voluntarios y sobre todo felices por el privilegio consciente de ver el mundo desde una atalaya.

Cientos de vuelos surcar los cielos de la Capadocia, en Turquía
El imperio de los globos
Se vuela por placer y se hace en silencio. La tranquilidad, solo interrumpida puntualmente por el quemador de gas, es lo que sorprende cuando se vuela en globo aerostático. Lo importante no es a donde se llega, sino lo que se ve desde allí arriba: una cesta colgada en medio del cielo. Hay varios operadores en España. También en Francia, Reino Unido, Australia o Estados Unidos. Estos ofrecen sus vuelos al amanecer o al atardecer, las mejores horas para volar, en zonas de especial belleza. Sin embargo, hay una región en el mundo donde el globo aerostático reina y volar en ellos es algo prácticamente obligatorio para los turistas y viajeros: Capadocia, en Anatolia central, Turquía.
Aunque hay operadores de helicópteros y avionetas en la región, el grueso de los vuelos despega de los globopuertos: cientos de globos despegando a diario al amanecer, especialmente en la región de Göreme. “De 100 a 150 globos pueden estar en el aire simultáneamente en días con buena demanda”, comenta Mehmet Bahar, profesor de turismo sostenible de la Universidad de Capadocia. Desde arriba se tienen vistas excepcionales de formaciones rocosas, chimeneas, valles y ciudades de las que difícilmente se puede hacer uno a la idea desde tierra”, indica. Esta región tiene condiciones perfectas para vuelos en globo de abril a octubre, con vientos suaves y cielos despejados, especialmente al amanecer, cuando la estabilidad atmosférica es óptima. Su topografía hace que volar por volar tenga toda la lógica allí: una tierra bellísima con un cielo decorado por decenas de globos, muchos fabricados en Catalunya.