La ceniza ha tapado por completo el letrero a pie de carretera en el que hasta hace unos días se podía leer Lusio, un diminuto pueblo de El Bierzo arrasado por las llamas. Dicen sus pocos vecinos que es una señal, un adelanto de lo que sucederá: las consecuencias del incendio, que ha reducido sus casas de piedra a escombros y ha calcinado sus huertas familiares, acabarán por borrar –más pronto que tarde– este rincón leonés del mapa.

Letrero en la carretera que da acceso a Lusio, en El Bierzo
“¿Quién va a querer empezar aquí de nuevo?”, se pregunta el presidente de la junta vecinal, Antonio Prieto, mientras muestra cómo de la treintena de viviendas de Lusio solo se han salvado siete. La mayoría, de quienes la heredaron de sus padres o abuelos para volver solo durante el verano. “¿Quién va a invertir en levantar algo de las cenizas cuando tienen su otra hipoteca que pagar?”, vuelve a cuestionar antes de responderse a sí mismo. “Nadie”, lamenta el jubilado, que viste una camiseta que dice “ aunque a vida non resulte ser a festa que esperabas… nunca deixes de bailar”. En ese letrero no ve señal que valga.
Los incendios han arrasado más de 400.000 hectáreas, la mayor superficie registrada desde 1994
Los vecinos que viven durante todo el año en Lusio se pueden contar con los dedos de las manos. Sin embargo, durante este mes que Oencia –el municipio del que forma parte– celebraba sus fiestas los habitantes se multiplican. Algunas casas son de franceses, de ahí que hasta una televisión gala se interesaba ayer por la destrucción del pueblo, y la otra gran parte, de catalanes. Manuela Riguero, a sus 95 años, ha vuelto a media mañana acompañada de su familia para comprobar que su centenaria casa es de las pocas que se ha salvado de las brasas. Aunque sus ánimos están por los suelos.
“Esto parece un castigo”, dice mirando a su alrededor. Se ha parado, según recuerda, en lo que era el centro del pueblo, donde había unas escaleras en las que se celebraban los concejos abiertos, el sistema de gobierno para municipios leoneses muy pequeños donde la asamblea –con vecinos y alcalde– tomaban las decisiones. “De ahí sigue saliendo humo”, advierte Riguero marcando con su índice una vivienda con ladrillos teñidos de carbón.

Antonio Prieto, presidente de la junta vecina de Lusio, delante de las casas destruidas
En el corrillo improvisado, la sensación es de fin de ciclo. El presidente de la junta vecinal admite que en las últimas horas la idea de marcharse para siempre del pueblo le ronda por la cabeza. Lo más parecido a un alcalde que tiene Lusio cogiendo sus maletas para no volver. Aquí, donde el nombre de los vecinos no va acompañado del apellido sino del nombre de sus progenitores –“María la de… Manuel el de…”–, suelen volver a la casa del pueblo. “¿Para qué vamos a dedicar esfuerzo a esto?”, se preguntan entre ellos sin que nadie aliente los ánimos.
Hablan desde la impotencia, pero también desde la rabia, la indignación. En Lusio, como en el resto de la zona afectada, resulta misión imposible encontrar a alguien que no critique la tardanza con la que llegaron los medios para extinguir el fuego o las horas posteriores de descoordinación. Nadie sabe más que ellos. “Cuidado, cuidado”, grita la misma mujer que diez minutos antes señalaba el humo de la casa en la que se acaba de vencer el techo, provocando un buen estruendo de escombros. “Vámonos, se acabó”, ordena sin que nadie le rechiste.
En Lusio no cabe más devastación. Pero los pueblos afectados de la comarca siguen sin respirar tranquilos. En la tarde de ayer seguían preocupando los incendios que afectan a la montaña por el viento y la complicada orografía, especialmente en los municipios de Páramo del Sil, Peranzanes e Igüeña. En la provincia, la más castigada de Castilla y León, permanecían aún más de 1.500 personas evacuadas de 27 poblaciones. Esa fue la cruz de una jornada en la que la bajada de temperaturas generalizada dio un respiro a la ola de incendios. La cara: el monstruo de Jarilla (Cáceres), que ya se registra como el mayor de la historia reciente de Extremadura, se dio por estabilizado tras once días activo. Además, se controlaron el de los Picos de Europa y varios de Ourense –aunque se abrieron nuevos focos en Pontevedra y Lugo–.
Hasta ahora, la ola de fuegos que sacude España ha arrasado más de 400.000 hectáreas, la mayor superficie quemada en lo que va de siglo en el país y la más grande registrada desde 1994.