Severiano Gordo, nacido hace 89 años en Jarilla –donde se originó el incendio más devastador en Extremadura en lo que va de siglo–, señala con un fino garrote de madera tallado con esmero varios puntos del paisaje en el que hace tan solo diez días las tonalidades verdes lo bañaban todo. Ahora, todo se ha fundido a los tonos oscuros: el negro y el gris de la desolación.
Al fondo, los tres picos de La Calamorcha, donde cayó el “maldito” rayo que originó el fuego que ha alcanzado un radio de 165 kilómetros. En medio, la linde de Cabezabellosa por la que lenguas en llamas avanzaban instantes antes de que todo el pueblo fuese evacuado. Y en primera línea, a escasos metros, totalmente calcinados sus olivos, los que durante toda una vida ha cuidado para que el aceite sirviese para traer un dinero extra a casa. “¿Porque sabes? Aquí en estos pueblos hay que vivir de varias cosas. Ahora todo mal, pero iremos tirando”, lamenta resignado el jubilado, que asegura que las llamas rozaron su casa. “No tengo tiempo de enseñártela porque aquí siempre hay cosas que hacer, voy a arreglar una tubería, pero no hace falta ir hasta allí, solo mira a tu alrededor, es todo un desastre”.
Un hidroavión trata de apagar el fuego en Anllarinos del Sil
Pese a que ayer se abrió un hilo de esperanza con la “consolidación”, tal y como anunció la presidenta de Extremadura, María Guardiola, del monstruo de Jarilla, su destrucción es inabarcable. El mayor de los temores, que alcanzase el Valle del Jerte, no se ha cumplido. Allí se cultivan más de 9.000 hectáreas de cerezos, que tras la floración de la primavera ofrecen un paisaje verde intenso que atrae a mucho turismo, además que su cultivo supone un enorme motor económico para la región: uno de cada tres cerezos que florece en España lo hace en este valle. Han sido los propios cerezos los que han actuado como freno del incendio. El satélite Sentinel 2 del programa Copernicus ofrecía ayer imágenes captadas del frente abierto entre los valles del Ambroz y el Jerte. El otro lado de la montaña no ha corrido tanta suerte. El fuego ha consumido laderas completas de cerezos que servían de sustento –o complemento– económico de las familias de la zona.
Vista aérea tras el incendio, a 20 de agosto de 2025, en San Vicente de Arriba, Ourense, Galicia (España) (Europa Press)
Jesús María Barbero pide disculpas por la lentitud de su móvil –“tengo la memoria llena de tantos vídeos de estos días– antes de mostrar las imágenes de cómo han quedado su centenar de cerezos que tiene “en lo alto del monte”. Se ha grabado recorriendo su cultivo: se aprecia cómo aún se levanta humo tras cada pisada mientras enseña los árboles muertos, raquíticos. “Mira, a mí me dan pena mis cerezos, pero no sé ni explicarte lo que me produce ver todas las pistas con ese negro tan imponente, desolador”, cuenta a las puertas del centro médico de Gargantilla, a donde ha vuelto la calma después de que también tuviesen que ser evacuados todos los vecinos durante un par de días. “Esto parecía la guerra, helicópteros por el aire, la Guardia Civil llamando casa por casa, los chavales del pueblo con máquinas a la boca del lobo”, rememora otro vecino desde un banco de la plaza del pueblo en el que tiene intención de pasar toda la mañana. “Ansiedad, sí, ansiedad es lo que me da ver todo así”, atina a definir Barbero antes de quejarse de la gestión de la extinción. “Si nos hubiesen hecho caso a los vecinos, se hubiese apagado antes”, asegura.
El desastre se comprueba pisando las cenizas en las que aún quedan brasas –el ambiente sigue siendo irrespirable sin mascarilla–, se ve desde las carreteras que serpentean por las laderas, pero es desde el aire desde donde se captan las imágenes que más pueden servir en estos momentos para ver la magnitud de la catástrofe en Cáceres. Pero también en Ourense. Y en León, una de las provincias más castigadas por las llamas: a última hora de la tarde concentraba los siete incendios más graves de Castilla y León. A poco más de 300 kilómetros de Jarilla, a las puertas de El Ganso –otro municipio que tuvo que ser evacuado–, la Guardia Civil desplegaba al atardecer uno de sus drones que ha captado paisajes desoladores por los que el fuego ha llegado a recorrer hasta 2,5 kilómetros en cinco minutos.
Árboles calcinados en Benavente, Zamora
En un momento en el que el temor está en la reactivación de incendios, el dron que incorpora una cámara térmica es capaz de detectar “puntos calientes” en los que la temperatura del terreno cambia. Los dos agentes que lo sobrevuelan no están en primera línea de fuego, pero su tarea es clave para pillar a tiempo nuevos focos: prevenir para que pare –de una vez– la devastación.