Dice Iván García que ahora, cinco días después de que el incendio de Gestoso llegase desde Ourense a las puertas de Oencia (León), ha empezado a hablar algo. “He estado en shock”. No atina a concretar cuánto tiempo luchó contra las llamas para intentar salvar –gran parte en vano– sus colmenas de abejas y sus plantaciones de castaños. “No dormimos, no comimos…”, recuerda el treintañero, que pertenece a ese escuálido grupo de jóvenes del pueblo –tres, para ser exactos– que no se marcharon a la ciudad, sino que han hecho carrera, tan profesional como la universitaria, en el campo. La última generación de la España vaciada que ha visto cómo las llamas se han llevado por delante su sustento económico.
La agricultura o la ganadería no es, en este caso, un complemento a la paga de jubilación, como en el resto de los vecinos de la zona. “Yo vivo de ello”, aclara García, quien puede hacer un recuento aproximado de los daños materiales sufridos: un centenar de colmenas y otro de castaños. Eso lo podrá cuantificar su seguro, pero, tal y como lamenta, hay otra pérdida imposible de peritar: toda su juventud dedicada a lo que el fuego ha carbonizado.
Efectivos de la UME durante las labores de extinción en la zona
El primo de García, Alberto Rodríguez, es otro de los jóvenes del pueblo. Ha corrido más suerte, si se puede usar esa expresión para alguien que salvó in extremis sus ochenta cabezas de vacuno, pero ha visto como todo el prado en el que se alimentaban se ha teñido de negro. Atiende a las preguntas durante un parón de la larga reconstrucción que tienen por delante. “El fuego era un huracán”, describe la escena de cómo las llamas devoraban todo. Se resistió a la Guardia Civil a ser evacuado. “Les dije que me llevaran preso. Mi vida está aquí, si nos hubiésemos marchado, perdemos lo poco que tenemos”. Pudo enganchar la grada al tractor para trazar un perímetro alrededor del pueblo –y de su ganado–, que sirvió para que las llamas no entrasen en el núcleo urbano. No fue hasta el segundo día cuando apareció una cuadrilla de la Junta de Castilla y León para ayudarles.
Varios vecinos comentan metros más abajo lo que vivieron a principios de semana. En vez de recurrir a adjetivos grandilocuentes, remiten a lo que se puede comprobar: una mochila para fumigar que dejaron en una roca –“no en el suelo sobre las brasas, eh”– con el plástico quemado del calor que desprendía, el interior de un coche en el que el olor a ácido se ha quedado impregnándolo todo o las linternas que tuvieron que utilizar porque a las cinco de la noche el humo hizo que se hiciese plena madrugada. Carlos y Francisco, ambos jubilados, son los que señalan a los jóvenes del pueblo como “verdaderas” víctimas del incendio. “Unos chavales nobles que se dejan la piel por su tierra cada día”, afirman.
Imagen de los alrededores del pueblo de Lusio, en el municipio berciano de Oencia
García cree que tardará tiempo en recomponerse. Ahora vendrá la burocracia para que el seguro indemnice, pero no será suficiente. En un vídeo grabado tras el incendio se puede ver las decenas de colmenas calcinadas. “Es increíble que abras la colmena y aún quede alguna viva”, señala. Efectivamente, resulta un milagro tras ver la secuencia, más propia de una guerra, captada por su móvil. Llegarán las ayudas económicas, explica, pero con ello solo tendrá para volver a comprar las colmenas: hasta que vuelvan a producir podrán pasar años.
Para más inri, sus colmenas destruidas estaban a punto de ser cosechadas antes de que se originase el fuego. “De esas, no se ha salvado ninguna”, cuenta el joven. “Arriesgué mi vida para nada, acabó ardiendo. Es muy duro, es muy duro”, repite. A la pérdida de las colmenas le añade la tragedia del alrededor. ¿A qué flores irán ahora las abejas”, se pregunta mientras señala el campo, en el que solo se ven cenizas. Lo mismo que les sucederá a las vacas de su primo. Por el momento tendrán que tirar del forraje acumulado durante la última primavera, pero en un futuro no muy lejano deberán comprarlo, con los gastos que supone. ¿A tirar de ahorros? “¿De ahorros, no, de lo que vivo: aquí, lo comido por lo servido”, contesta.
Lo que también comparten, al igual que el tercer joven ganadero, José Luis, es la “rabia” acumulada porque han visto venir la tragedia. “Mucho dicen de la España vaciada, pero a los que nos quedamos, que sabemos cómo es el campo, no nos dejan cuidarlo para evitar estas desgracias”, lamenta García, que recurre a la combinación más repetida en la provincia como “gasolina” para los incendios: la despoblación y las trabas burocráticas para limpiar los caminos.
Imagen de los alrededores del municipio berciano de Oencia, en León,
“Si te pillan quitándole un trozo de rama seca a tu castaño, te multan”, denuncia el ganadero. “Aunque sea tuyo el árbol”, precisan los primos, que piden “más libertad para trabajar”. Trabajo por delante, como pronostican, les queda muchísimo.
Pero a eso, sus espaldas están acostumbradas después de toda una juventud haciéndose a ello.
