En Ourense, el fuego se ha extendido por una parte del parque natural de O Invernadeiro, un enclave de la Red Natura 2000 y refugio de especies amenazadas como el águila real, el alimoche europeo, los aguiluchos pálido y el cenizo. En la Montaña Palentina, parque de Castilla y León, las llamas han calcinado el hábitat de muchos osos pardos. En el parque de Fuentes del Narcea, en la Cordillera Cantábrica, el último reducto de urogallo en Asturias está en peligro por el avance del fuego. Y en Las Médulas, en León, los incendios han devorado miles de castaños centenarios, ejemplares irrecuperables.
Además de la pérdida de vidas humanas y de los enormes daños materiales, los incendios de este verano dejarán daños ecológicos de una magnitud “pocas veces vista”, según anticipan expertos en conservación y biodiversidad. La devastación en el parque natural de O Invernadeiro, la Montaña Palentina, el Parque de Fuentes del Narcea y en Las Médulas son ejemplos de la “enorme destrucción ecosistémica” que dejarán las llamas una vez extintas.
La erosión del suelo
Como describe Greenpeace, además de la destrucción de la vegetación y la fauna, los incendios causan también “pérdidas irreparables” de tierra fértil y erosión del suelo, además de impactos en los balances hidrológicos y la calidad del agua. “El paso de las llamas es un desastre a nivel de biodiversidad y a nivel ecosistémico”, apunta Jorge Aguado, ingeniero forestal y técnico de bosques de WWF.
Preocupan los parques de Invernaidero y Fuente del Narcea, así como la Montaña Palentina y Las Médulas
Detrás de las hectáreas quemadas –360.000 en los últimos 15 días, según Copernicus– hay un “daño que es difícil de cuantificar”, explica el experto. El fuego cambia la estructura del bosque, el suelo, la forma en la que circula el agua y la capacidad del ecosistema para capturar CO2. “Se puede regenerar, pero esto tarda muchos años”, aclara.
La flora y la fauna ya se han recuperado, parcialmente, de otros grandes incendios. El 60% del terreno quemado en el 2022 en la sierra de la Culebra (Zamora) se ha regenerado con éxito. No obstante, los de este verano han alcanzado gran cantidad de espacios protegidos, sitios considerados irremplazables por su integridad ecológica. Según Ecologistas en Acción, seis de las siete reservas de la biosfera de Asturias han sido afectadas, con “daños graves a hábitats críticos” de la cordillera Cantábrica.
Según el último reporte de la organización Seo BirdLife, la oleada de incendios ha afectado con “especial virulencia” a espacios de interés y áreas protegidas de Asturias y Castilla y Léon, como el parque nacional de los Picos de Europa y los parques naturales de Somiedo, Redes, Ponga y Fuentes del Narcea, Degaña e Ibias.
En el parque natural de Ponga, el fuego amenaza el bosque de Peloño, una reserva natural considerada una joya ambiental, la mayor masa forestal del oriente de Asturias (de 15 kilómetros cuadrados de extensión), que contiene uno de los hayedos-robledales mejor conservados de España, con árboles centenarios y muchas especies de pícidos únicas. “Vamos a necesitar mucha planificación y muchos recursos para los trabajos de restauración, tanto en los espacios naturales protegidos como en el resto de las zonas afectadas”, subraya Aguado.
Plantar árboles sin planificación
El éxito en la recuperación de las diferentes especies vegetales afectadas por los incendios dependerá, por un lado, de la adaptación de estas al fuego y de las condiciones ambientales posteriores al incendio: fertilidad, iluminación, oscilaciones térmicas, etcétera. Por eso, explica Aguado, una de las primeras acciones que se realizan tras un incendio forestal severo es la protección del suelo. “Es un error muy común ponerse a plantar árboles como loco. Lo primero que hay que hacer es esperar a ver cómo reacciona el ecosistema, para no malgastar recursos y para ver el tipo de regeneración”, señala. Pone de ejemplo el pino carrasco, una especie que “coloniza muy rápido”. No así las sabinas, que sí necesitan de una replantación.
En lo que respecta a la fauna, “las llamas se convierten en una barrera infranqueable para animales que no pueden escapar a tiempo, los hábitats se reducen a cenizas y los refugios naturales desaparecen en un abrir y cerrar de ojos”, describe la Federación de Asociaciones Unidas por la Naturaleza y los Animales (Fauna). La fauna de invertebrados que ocupa el mantillo superficial del suelo disminuye drásticamente tras un incendio.
Theo Oberhuber, de Ecologistas en Acción, explica que el animal que sobrevive inicialmente a las llamas “puede acabar muriendo al desaparecer su hábitat y quedarse sin alimento ni refugio”. Los incendios forestales que han arrasado más de 4.000 hectáreas en el suroccidente de Asturias ponen en riesgo el futuro del oso pardo, advierte el biólogo Carlos Nores. Si bien la mayoría de los ejemplares han podido huir del fuego, su subsistencia depende del ecosistema en el que viven. Roberto Hartasánchez, fundador del Fondo para la Protección de los Animales Salvajes, explica que pasarán “muchos años”, entre 7 y 15, hasta que las especies vuelvan a dar frutos (encinas, cerezos, robles). Aguado, de WWF, destaca que “por suerte” el fuego no ha pillado a los polluelos atrapados en los nidos.
Erosión del suelo e impacto hídrico
La pérdida de suelo por erosión es el “daño ecológico más grave” ocasionado por los incendios, explican en Greenpeace. Al tratarse de “un bien difícilmente recuperable”, la degradación de sus características iniciales –físicas, químicas y biológicas–, sobre todo la pérdida de nutrientes, hace que la regeneración sea “extremadamente lenta”.
Después del incendio, la cobertura normal del suelo, que a veces supone la existencia de varios estratos de vegetación (arbóreo, arbustivo) queda drásticamente reducida, y el suelo aparece ligeramente cubierto por cenizas y restos calcinados que desaparecen rápidamente con el viento y las primeras lluvias. La pérdida de nutrientes es mayor cuanto más intenso sea el incendio, advierte esta organización. Además, el fuego también altera la actividad bacteriana y de los hongos, responsables de procesos biológicos de suma importancia en los suelos.
Por otro lado, los balances hidrológicos de los bosques resultan “profundamente alterados”. Por un lado se reduce la cubierta vegetal que hace de “paraguas” respecto al agua de lluvia, evitando la escorrentía superficial. Al incrementarse la impermeabilidad –el agua deja de penetrar en el suelo– aumenta el riesgo de inundaciones en las primeras grandes lluvias después de los incendios por avalanchas de lodo. Además, las aguas que drenan rápidamente por los suelos quemados contienen una “elevada presencia de partículas y cenizas en suspensión”, lo que afecta a su calidad.
La subsistencia de muchos animales depende de la pérdida del ecosistema en el que viven
Un reciente estudio científico revela que los contaminantes liberados por el fuego pueden persistir en los sistemas hídricos durante casi una década y afectar a la salud del agua potable y de los ecosistemas acuáticos a largo plazo. La investigación analizó más de 100.000 muestras procedentes de 500 cuencas hidrográficas en el oeste de Estados Unidos, una región especialmente vulnerable al aumento de los incendios por el cambio climático. Se comprobó que contaminantes como el carbono orgánico, el fósforo, el nitrógeno y los sedimentos pueden degradar la calidad del agua hasta ocho años después de ocurrido el incendio.