Mientras muchas personas en Europa y Norteamérica se preparan para atrasar el reloj este otoño (la madrugada de este sábado al domingo a las 03.00 serán las 02.00), la realidad global cuenta otra historia: el cambio de hora es ya una rareza. Menos del 40% de los países del mundo —cerca de 70 en total— siguen ajustando sus relojes cada primavera y otoño. En términos demográficos, eso representa apenas a un tercio de la población mundial, unos 2.700 millones de personas, según datos recientes de Statista y de agencias internacionales.
Una práctica en retroceso
El horario de verano, instaurado en la mayoría de los países durante el siglo XX para ahorrar energía, se justifica en teoría por un mejor aprovechamiento de la luz solar. Sin embargo, la evidencia actual demuestra que su impacto en el consumo energético es mínimo. Por eso, en los últimos años, países como Rusia, Turquía, Azerbaiyán, Jordania, Namibia, Brasil y Uruguay han decidido eliminarlo completamente.
Cambio de hora estacional
En Asia, China, India, Japón o Corea del Sur tampoco modifican su hora desde hace décadas. En América Latina, Argentina, Perú, Venezuela, Colombia y México (salvo regiones fronterizas con Estados Unidos) han suprimido los cambios horarios por considerarlos ineficientes. Tan solo Paraguay, Chile y Cuba lo mantienen parcialmente.
De ahorro energético a problema sanitario
El cambio horario nació con un argumento de eficiencia: reducir el uso de iluminación artificial y calefacción. Pero los estudios más recientes advierten de efectos contraproducentes en la salud. Investigaciones de la Universidad de Stanford apuntan que los constantes reajustes desincronizan los ritmos circadianos y pueden agravar problemas de obesidad, tensión arterial y enfermedades cardiovasculares.
De hecho, la Academia Estadounidense de Medicina del Sueño ha recomendado mantener un horario fijo, preferiblemente el estándar, ya que suprime alteraciones en el sueño y mejora el bienestar general.
Un consenso social y político creciente
La oposición pública al cambio de hora no deja de crecer. En Europa, un 84% de los encuestados respaldó su eliminación en la gran consulta organizada por la Comisión Europea en 2018, con picos de hasta el 93% en España. En Estados Unidos, una encuesta de Gallup realizada en enero de 2025 mostró que el 54% de los ciudadanos apoya su abolición definitiva.
Sin embargo, las decisiones políticas se demoran. La Unión Europea prometió acabar con el cambio bianual hace siete años, pero los Estados miembros no se han puesto de acuerdo sobre si mantener el horario de verano o el de invierno como definitivo. En España, el Gobierno ha reabierto el debate, con el respaldo de expertos que defienden la estabilidad horaria como una cuestión de salud pública.
Un mundo cada vez más asíncrono
Hoy, la mayoría de los países que siguen cambiando la hora se concentran en Europa y América del Norte. El resto del planeta ha optado por la simplicidad de mantener los relojes fijos todo el año. Con una población mundial estimada en 8.200 millones de personas en 2025 , puede decirse que solo alrededor del 15% de la humanidad vive aún pendiente de cambiar la hora dos veces al año.
Una práctica que nació para ahorrar energía en tiempos de guerra parece encaminada a su desaparición: cada vez más gobiernos y ciudadanos la consideran un vestigio de otra época.
Origen del cambio horario
El tiempo utilizado como herramienta estratégica y de guerra
El cambio horario nació durante la Primera Guerra Mundial con un objetivo muy concreto: ahorrar carbón para destinarlo al esfuerzo bélico. En 1916, Alemania fue el primer país en adelantar sus relojes una hora para aprovechar mejor la luz solar y reducir el consumo de combustible en iluminación y calefacción. Poco después se sumaron el Reino Unido, Francia y Estados Unidos, y en 1918 también España, siguiendo el mismo objetivo.
La medida surgió en plena “era del carbón”, cuando cada tonelada contaba para alimentar fábricas, trenes y hogares. Además, el ajuste horario ayudaba a disminuir el gasto energético nocturno y facilitaba el apagón de ciudades bajo amenaza de bombardeo. Décadas después, durante la crisis del petróleo de 1973, el cambio de hora resurgió con el mismo propósito de ahorro.
Hoy, con la diversificación de fuentes energéticas y el auge de las renovables, los expertos reconocen que su efecto económico es mínimo.

